miércoles, 30 de marzo de 2011

¡No! El chicle está en su pelo....



La novia con la que más tiempo estuve, fue la que obviamente soportó muchos de mis despistes y otras circunstancias que por simple ley de la atracción llegaron.

Teníamos 20 años de edad y no existían los momentos de aburrimiento. Cierta tarde de un sábado fuimos a la Universidad Nacional, que por esa época era un espacio abierto en donde se podían recorrer las distintas facultades, entrar al museo de ciencias naturales, al polideportivo o tirarse al pasto para leer, conversar, dormitar y/o besarse.

Recuerdo que en una de las gradas del estadio, ella me ofreció un chicle doble goma y mascándolo miramos un partido de fútbol. Luego, salimos y nos tendimos en una de las gramas que caracterizan a esta institución. Allí, se produjo la inevitable sesión de besos y y no sé en que momento perdí el rastro del bendito chicle. 

Terminamos el fascinante intercambio de labios y lenguas y el respectivo intercambio de salivas y nos encaminamos hacia la calle 53 a tomar el bus para dejar a mi novia en su casa. Llevaba un bello saco de lana color azul cielo amarrado al cuello y unos vaqueros que le quedaban de rechupete. Caminábamos por una de las canchas de fútbol de la universidad, cuando me acordé del chicle y comencé a intentar recordar en que momento me lo tragué o lo boté y no pude hallar respuesta.

Cruzamos la avenida, nos subimos al bus y no había asientos disponibles por lo que todo el trayecto nos tocó de pie. Iba distraído cuando algo me llamo la atención: Mi novia movió la cabeza y sobre su bello,  liso y largo cabello, reposaba una enorme y rojiza masa de goma de mascar. 

Sentí automáticamente que se me frunció el ceño, me atragante y no supe que hacer.

-           ¿Le digo? ¿Qué hago? Qué embarrada, es el colmo que no me haya dado cuenta, me recriminaba.

Volví la mirada al lugar de los acontecimientos y encontré el daño colateral: ¡El hermoso suéter, también tenía chicle!

Los nervios me traicionaron y me dio risa en su presentación de ataque incontenible. Ella y muchos de los pasajeros me miraban sorprendidos.

-           ¿Y eso….por qué te ríes? ¿De qué te acordaste?, me pregunto extrañada.

No pude responder. Lloré casi los 20 minutos de recorrido. Nos bajamos del transporte, la deje en la puerta de la casa, con urgencia busqué que en una panadería me prestarán un baño pues mi vejiga estaba conmocionada y regresé compungido al apartamento de mis padres.

Sobre las 9 de la noche llegó la temible llamada. Ella lloró, me terminó, me dijo que me faltaron pantalones para decirle lo que había sucedido. Tenía razón. El lunes nos vimos. No le quedaba mal el corte de cabello al estilo masculino. Su bello saco, desafortunadamente fue dado de baja. 

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