domingo, 29 de mayo de 2011

El día que casi ayudo a cambiar la historia de Colombia



Rioacha, Guajira. Ante una población que insistentemente lo aclamó, el presidente Virgilio Barco anunció algunos de los planes inmediatos de su gobierno para esa región,  en su segundo viaje que realiza al cumplirse 15 dias de su posesión.

Este era más o menos el primer intento del encabezado que haría para la nota que enviaría a Bogotá. Todos en la comitiva estábamos emocionados por el recibimiento y el estupendo desfile colegial que con presencia de instituciones de la región y del estado venezolano de Barquisimeto acaba de realizarse frente al edificio de la gobernación.

Era mi primer viaje con mi jefe, porque como recordarán en la campaña presidencial fui asignado a cubrir la campaña del doctor Álvaro Gómez. Incluso, antes de despegar, en el aeropuerto de Catam, el secretario privado me presentó al presidente como “nuestro espía en la campaña contraria”, a lo que mandatario dijo con un humor que me sorprendió:

-          ¿Y ahora cómo estaremos seguros que usted no es el espía de ellos en la presidencia?

Esa anécdota aún rondaba en mi cabeza y me complacía que fuera hecha porque mi trabajo debía ser conocido, pese a haber sido descubierto tan tempranamente.

Llegamos a la bella Rioacha y aún me parecía estar en una película. La multitud en las calles, banderas, seguridad, desfiles de escolares, en fin, no asimilaba aún mi papel en ese retazo de tiempo.  Estaba en ese segundo piso del despacho de la gobernación, con el mar Atlántico y el bello malecón de telón, muchísima gente afuera y entre el poder, estaba yo.

El presidente Barco tenía en su mano un vaso de whisky y de un momento a otro lo puso  sobre el escritorio, abrió una de las ventanas,  extendió los brazos y los agitó. La gente gritó “Que hable, que hable, que hable…”

Un sentimiento de enorme felicidad recorrió a ese hombre de rostro colorado, canoso, alto, de guayabera blanca, pantalón gris y de hablar enredado.

El gobernador acababa de salir.  Quedamos en el recinto, algunos secretarios de despacho, unos agentes de seguridad, la secretaría privada del Jefe de Estado, unas señoras mi compañero y yo.


El mismo presidente Barco se respondió:

- Quieren que hable, ¿no? Y me dirigió su mirada.

Dude un momento, miré alrededor y moví mi cabeza afirmativamente. Nadie dijo nada. Inexplicablemente, pareció que todos tácitamente concordamos con que el pueblo quería que su presidente les hablara. Pensaba en eso, cuando nuevamente él salió a la ventana y levantó los brazos varias veces. A cada movimiento se elevaba esa ola de voces: “Que hable, que hable..que hable..”. El presidente parecía el director de un gran coro.

No había duda.  Ya me disponía a decirle al técnico de radio que instalará micrófono, amplificación y conexión telefónica a Bogotá, para transmitir las palabras del Jefe del Estado por la Radiodifusora Nacional de Colombia, cuando el doctor Barco me ordenó “sonido, ya,  de inmediato”.

-          “La gente quiere que hable y lo haré ya.  Y volvió a sacar sus brazos por la ventana y los guajiros a rabiar repetían que hable, que hable.

Mi compañero de radio estaba terminando de instalar el equipo de amplificación, cuando entró apresuradamente el edecán de la Armada Nacional, se dirigió directamente al presidente y le susurró algo. Inmediatamente él miró hacía la ventana, palideció, fue por su vaso de trago y se sentó.

El uniformado de blanco, se dirigió luego hasta donde me encontraba con el técnico y me advirtió:

-          Pilas mono, ya le dije al presidente que no vuelva a sacar los brazos por la ventana, porque por ahí pasan unos cables de alta tensión y por eso la gente le grita cada vez que sale: El cable, el cable, el cable, ¿no ha puesto atención?

¡Uffffff!

-

domingo, 22 de mayo de 2011

El avión, el avión...que no era...




“Señores pasajeros les habla el capitán. Bienvenidos a su vuelo con destino a San Juan de Pasto”.

Hacia algunos minutos que habíamos despegado. Iba  con el cinturón abrochado, miré un poco a través de la ventanilla y comenzaba a hojear una de las revistas que las empresas de aviación le ponen en el bolsillo trasero a los  asientos o también, dependiendo de la perspectiva, frente al usuario para que se entretenga y de paso lea un material casi siempre muy seleccionado.

Bien, iba en el proceso de relajamiento para mi retorno desde la ciudad de Cali a Bogotá, mi patria chica, sede de mi hogar y especialmente de mi actividad laboral, cuando el mandamás de la aeronave volvió añicos mi tranquilidad.

Como si fuera un pistolero del viejo oeste, corrí mi mano hacia la correa sintética, a una velocidad creo que superior  a la de un Búfalo Bill  cuando se enfrentaba al peligro, desabroché el cinto gris,  brinqué de  inmediato  y girando la cabeza como muñeco de ventríloco  lancé un grito de mal herido y en modo imperativo dije:

n      ¡Bogotá!

Busqué en todos los puntos cardinales  una mirada, de complicidad, sola una,  pero   ninguno de los pasajeros me brindó un gesto afirmativo. Me dio la impresión que todos se habían puesto de acuerdo para llevarme la contraría. Repetí, pero esta vez en tono de interrogación y suplicante:

-         ¿Bogotá…..?

Hacía donde viajaba  mi vista, encontraba ahora el tradicional meneo de cabeza, indicativo de negación. No podía ser, esta vez si que por despistado había volado muy alto. ¡Qué vaina!

Como siempre y ese es un punto fabuloso a nuestro favor como colombianos, la chica que estaba a mi lado se solidarizó y  me  expresó unas palabras muy consoladoras:

-         Si este vuelo  no era el suyo, pues no saca nada con amargarse. Mejor disfrútelo, hablé con la azafata, y a la llegada a Pasto seguro que le solucionarán el problema.

Tenía razón mi ocasional consejera. Pero el lío era que me había pasado dos días de los tres de comisión que me autorizaron para conseguir material para unas locaciones del programa de Erradicación de la Pobreza Absoluta.

Pobre de mí pensé. Si no logró que me arreglen mi situación podré hasta ser despedido. ¿Pero qué pasó para que llegara a esta situación?  Recordé paso a paso: Salí de la sala de espera del aeropuerto Bonilla Aragón de Cali hacía la pista. Me dirigí al avión que estaba más cerca, claro, más allá, se encontraba otra aeronave, que si debería ser la que tenía como destino Bogotá.

Cavilé sobre mi mala suerte y me dije que nada podía ser más grave que encontrarme con otro u otra despistado (a). Esta vez, mi aliada  era  la aeromoza. Recordé cual era y esperé a que pasara con el refrigerio. Cuando se me acercó le comenté de mi caso y muy sorprendida dijo que eso no podía haber sucedido. Que cuando terminará  chequeaba nuevamente el paso a bordo.

Efectivamente, minuto antes de aterrizar en el aeropuerto Antonio Nariño, a 35 kilómetros de Pasto, la simpática chica se acercó y me solicitó el  respectivo desprendible. Su agradable expresión cambio, se torno muy seria y me dijo que esperara un momento.

Se dirigió a la parte de atrás de la aeronave y me imaginé que era para consultar con sus colegas el inconveniente. Regresó y me preguntó si llevaba equipaje en la bodega. Le respondí que solamente maletín de mano, lo que al parecer para  ella fue un alivio.

-         Por favor, le ruego que no se baje. Lo devolveremos en este mismo vuelo que debe de estar saliendo en una hora aproximadamente. Le presento mis disculpas señor, pero estos casos  son ocasionales y sólo ocurren con  gente muy despistada, y se fue.

Cuando arribé al aeropuerto El Dorado, ya nadie del equipo de transporte de la Secretaría de Prensa me esperaba. Claro, habían pasado dos horas desde la llegada del vuelo procedente de Cali. Estuve seguro que quien fue a recogerme, sospechó que mínimo me había dejado el avión y que mi regreso era toda una incógnita.   

viernes, 13 de mayo de 2011

Broma, confusión y bofetón



Estos hechos sucedieron en Lima, hace cuatro años, cuando aún con Lizette éramos novios.

Ella sufrió en una pierna la picada de una araña casera y por la gravedad del veneno inoculado tuvo que ser hospitalizada en la clínica Meson de Sante en el centro de la capital peruana. Su estadía fue de cuatro días en una habitación doble, con una señora  de unos 65 años, quien estaba próxima a ser dada de alta, luego de una sencilla intervención quirúrgica.

Al tercer día de ir a la clínica, antes del medio día esa paciente fue autorizada a salir y se me ocurrió la idea de hacer una broma y de paso, almorzar junto a mi enamorada.

Tan pronto la señora se fue de la habitación, observé  a Lizette que cabeceaba del sueño y sin hacer el mínimo de ruido saqué del closet unas cobijas y una almohada y sobre la cama libre hice un muñeco. Lo acomodé de tal forma que quedó en posición fetal contraria a la puerta  y lo arropé. Perfectamente simuló una persona.

Lizette permaneció dormida  los 10 minutos que duró mi actividad. Así que cuando despertó, y luego de la acostumbrada sonrisa entre novios, miró hacia la  otra cama y se sorprendió.

-          Amor, ¿acaso a la señora no la autorizaron  para salir?
-          ¿Qué pasó?

Sonriendo, le conté que era una broma para que el personal encargado de la alimentación dejara el almuerzo de la señora y así yo podría acompañarla con el de ella. Sonrió y así se convirtió en cómplice.  Quedamos a la expectativa del desarrollo de la “gran” iniciativa.

Mientras tanto, decidí ir a comprar algunos de los famosos periódicos “chicha”. Cuando regresé Lizette me dijo riendo:


n      Imagínate que entró una enfermera y miró hacia la cama. Se le hizo raro  observar a una persona acostada. Así que se acercó, llamó a la señora que supuestamente estaba, y al no obtener respuesta, la movió, se le hizo raro y la destapó. Mi novia tuvo que hacer una pausa pues no podía hablar a causa de la risa.

n      La chica se asustó y pegó un grito y después comenzó a reírse, comentó. Cuando se calmó, no tuvo más que decirme que los chicos de limpieza  frecuentemente le hacían bromas, pero que esta vez si se habían pasado.

Mi plan de almorzar a cargo de la clínica se había esfumado. No me quedaba otra que comenzar a desbaratar al muñeco.

Me acerqué a la cama y metí mis manos por debajo de las cobijas para sacar  “las extremidades”,  cuando se abrió la puerta y apareció una señora con su respectiva cartera y una bolsa plástica. Me miró, sus ojos se abrieron desmesuradamente y gritó:

-          ¡¡ Pervertido, auxilio, le están cogiendo las piernas a mi mamá!! y de inmediato se acercó y me dio tremenda bofetada a la vez que me decía a todo pulmón:

-           ¡Desgraciado, ¿como se atreve a hacer sus perversiones a una señora de edad y además enferma?

Esa insólita escena, no pudo haber estado nunca entre mis previsiones. Así que la única reacción ante este hecho, fue tirar de las cobijas  y dejar al descubierto mi obra y mis verdaderas intenciones.

Esta vez si que pude observar, por primera vez,  lo que en verdad son un par de ojos absolutamente desorbitados. Increíble el tamaño que logran alcanzar y la sensación que producen a punto de saltar.

La señora quedo sin habla. Fue el momento ideal para explicarle lo que sucedía:

-          Mire, le dije, tartamudeando, la señora que estaba aquí fue dada de alta hace como una hora y decidí hacerle una broma a las enfermeras. Esta parte final de la frase me salió como una queja de adolescente, mientras me sobaba la mejilla afectada.

-          Mire señor todo lo que produjo su estúpida broma, replicó, Yo no sabía que mi mamá ya se había ido, porque no traje mi celular. Entonces, ¿imagínese lo que sentí cuando entro y lo veo a usted metiendo las manos entre las cobijas de mi viejita, pues lo primero que pensé fue eso, que un pervertido estaba abusando de ella….y comenzó a reírse.

-          Bueno, adiós y ojala no siga haciendo esas cosas y con una estruendosa carcajada mi agresora salió de escena.

Estaba estupefacto. Lizette se retorcía de la risa. Entró la chica con su carrito para dejarle el almuerzo. Mire la bandeja y murmuré que mejor iba al restaurante. Fui a uno cercano y mientras me atendían  pude sentir en la mejilla las palpitaciones que quedaron luego de tan sonoro golpe.

viernes, 6 de mayo de 2011

Mi portátil está de vacaciones...






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Desde hace cinco años me acompaña  como mi gran amiga y confidente  una portátil de marca IBM, modelo Thinkpad t21 que pesa más de cuatro kilos. Si le suma  el cargador, la cámara web, los audífonos y la mochila, mi compañía llega a las 10 libras.

En los aeropuertos se  burlan de ella. Lógico, su  tamaño es exagerado, supremamente visible y además sobresale, porque es tal vez de las pocas  máquinas de computación  de fácil trasteo, con monitor cuadrado, no rectangular, como tradicionalmente las fabrican.

El exagerado agrado por mi “portátil”, tiene que ver con  ese detalle. Me permite mayor concentración y especialmente que ante mis deficiencias visuales,  las opciones para agrandar el tamaño es genial.  Su estructura es maciza, sus teclas muy duras y seguidamente le repaso las letras en las  teclas con esmalte blanco.

Ella llama la atención a donde quiera que va.  Por ejemplo en Lima, en los famosos Starbucks, no faltan las risas socarronas.  Las veces que he viajado a mi país en los dos aeropuertos, Jorge Chávez y El Dorado, casi  Luís Carlos Galán,  la gente se ríe mientras digitan  en sus miniaturas.

Y que decir cuando llego a inmigración y por seguridad debo sacarla de su mochila y exhibirla ante la seguridad aeroportuaria. Las sonrisas,  las señas desdeñosas y hasta los comentarios  malintencionados son normales. Tanto que a la salida de Lima, un funcionario dijo que si la llevaba a un museo.

Pues bien, esta vez, para mi viaje a la bella, pero triste Colombia, a la primera  que acomodé fue a ella, después si a mi mujer. Efectivamente, nuevamente la traje, a mi portátil, y por primera vez a Lizette, mi esposa.  

Llegamos a la capital y ella vive muy agradecida por mis atenciones. Mi mujer a veces se queja. Pero esta vez creo que me pasé y dejo constancia que fue sin intención.

Viajamos a Santa Marta, bella ciudad desde donde escribo. Obviamente que traje a las dos. Pero esta vez, mi computadora vino de paseo. La cargué con todo el amor y deseaba  acá, en el caribe colombiano, escribir muchas frases..

Debo aclarar que sacar a pasear a mi IBM, a veces me atormenta, porque su peso me pone en aprietos y mucho más cuando es tierra caliente  y debo trastearla a mi espalda, y cargar con mi mochilla, la de mi mujer y una maleta especial para cosméticos. Aún así, mi amiga va conmigo.

Bueno, bajo este acogedor calor samario, saque mi maquinita del alma, la prendí y comenzó a quejarse.. Ese ruidoso pito que clama por energía se disparó. De inmediato busque en la mochila  el cargador y no lo encontré.

Caí en cuenta que en Bogotá, en la casa de mi madre, dejé su negro biberón  Así que mi amada computadora IBM, está en tierra caliente disfrutando de un merecido descanso y almacenando en su memoria el despiste que tenía preparado para esta ocasión. Este si que es un olvido fresquito. Nada que mejoro. Afortunadamente mi esposa trajo un LG.