“Señores pasajeros les habla el capitán. Bienvenidos a su vuelo con destino a San Juan de Pasto”.
Hacia algunos minutos que habíamos despegado. Iba con el cinturón abrochado, miré un poco a través de la ventanilla y comenzaba a hojear una de las revistas que las empresas de aviación le ponen en el bolsillo trasero a los asientos o también, dependiendo de la perspectiva, frente al usuario para que se entretenga y de paso lea un material casi siempre muy seleccionado.
Bien, iba en el proceso de relajamiento para mi retorno desde la ciudad de Cali a Bogotá, mi patria chica, sede de mi hogar y especialmente de mi actividad laboral, cuando el mandamás de la aeronave volvió añicos mi tranquilidad.
Como si fuera un pistolero del viejo oeste, corrí mi mano hacia la correa sintética, a una velocidad creo que superior a la de un Búfalo Bill cuando se enfrentaba al peligro, desabroché el cinto gris, brinqué de inmediato y girando la cabeza como muñeco de ventríloco lancé un grito de mal herido y en modo imperativo dije:
n ¡Bogotá!
Busqué en todos los puntos cardinales una mirada, de complicidad, sola una, pero ninguno de los pasajeros me brindó un gesto afirmativo. Me dio la impresión que todos se habían puesto de acuerdo para llevarme la contraría. Repetí, pero esta vez en tono de interrogación y suplicante:
- ¿Bogotá…..?
Hacía donde viajaba mi vista, encontraba ahora el tradicional meneo de cabeza, indicativo de negación. No podía ser, esta vez si que por despistado había volado muy alto. ¡Qué vaina!
Como siempre y ese es un punto fabuloso a nuestro favor como colombianos, la chica que estaba a mi lado se solidarizó y me expresó unas palabras muy consoladoras:
- Si este vuelo no era el suyo, pues no saca nada con amargarse. Mejor disfrútelo, hablé con la azafata, y a la llegada a Pasto seguro que le solucionarán el problema.
Tenía razón mi ocasional consejera. Pero el lío era que me había pasado dos días de los tres de comisión que me autorizaron para conseguir material para unas locaciones del programa de Erradicación de la Pobreza Absoluta.
Pobre de mí pensé. Si no logró que me arreglen mi situación podré hasta ser despedido. ¿Pero qué pasó para que llegara a esta situación? Recordé paso a paso: Salí de la sala de espera del aeropuerto Bonilla Aragón de Cali hacía la pista. Me dirigí al avión que estaba más cerca, claro, más allá, se encontraba otra aeronave, que si debería ser la que tenía como destino Bogotá.
Cavilé sobre mi mala suerte y me dije que nada podía ser más grave que encontrarme con otro u otra despistado (a). Esta vez, mi aliada era la aeromoza. Recordé cual era y esperé a que pasara con el refrigerio. Cuando se me acercó le comenté de mi caso y muy sorprendida dijo que eso no podía haber sucedido. Que cuando terminará chequeaba nuevamente el paso a bordo.
Efectivamente, minuto antes de aterrizar en el aeropuerto Antonio Nariño, a 35 kilómetros de Pasto, la simpática chica se acercó y me solicitó el respectivo desprendible. Su agradable expresión cambio, se torno muy seria y me dijo que esperara un momento.
Se dirigió a la parte de atrás de la aeronave y me imaginé que era para consultar con sus colegas el inconveniente. Regresó y me preguntó si llevaba equipaje en la bodega. Le respondí que solamente maletín de mano, lo que al parecer para ella fue un alivio.
- Por favor, le ruego que no se baje. Lo devolveremos en este mismo vuelo que debe de estar saliendo en una hora aproximadamente. Le presento mis disculpas señor, pero estos casos son ocasionales y sólo ocurren con gente muy despistada, y se fue.
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