domingo, 24 de julio de 2011

Peligro en el escenario (2)


A la semana siguiente tuvimos otra presentación. Ésta fue en el desaparecido teatro Miramar, ubicado en la carrera 18 con la calle 43 y propiedad de los sacerdotes de la comunidad Carmelita, de la iglesia Santa Teresita.

El grupo ensayaba sin contratiempos. La coreografía más exigente correspondía a un baile ruso llamado, Kasatschok que como casi todos los ritmos cosacos son fuertes y se asemejan a las sesiones modernas de los aeróbicos fuertes.

Básicamente los pasos de este baile se basan en saltos y movimientos corporales que dibujan  diversas figuras. Uno de ellos consiste en agacharse y lanzar las piernas hacia delante, ponerse inmediatamente de pié y volver a lanzar patadas al aire seis veces.

Así que prácticamente con el Kasatschok ejecutábamos  toda una sesión de aeróbicos que nos dejaba absolutamente extenuados.

Los vestidos para el baile eran los usados tradicionalmente por estos famosos guerreros rusos y ucranianos, consistentes en gorros de piel pantalones bombachos y botas altas, para montar a caballo.

Pues bien. Todos teníamos nuestras vestimentas aportadas por la directora y las veces que faltaba alguna prenda o accesorio, el que pudiera aportarlo lo hacia. Un compañero y yo tuvimos  problemas con la dotación de botas.

Una de las bailarinas logro conseguir lo dos pares. Las que me entregaron, me quedaron a la medida, eran de un estudiante de academia militar, mientras que las de mi compañero, que era de mi misma estatura, era confeccionadas en una imitación de cuero blando y dos tallas más grandes.

Todos mis ensayos fueron perfectos, mientras que mi compañero sufría por las botas pese a que la directora decidió amarrárselas con una cinta negra.

Llegó el día de la presentación. El baile ruso estaba programado como tercero, luego del sabroso Jarabe Tapatío y de un baile flamenco interpretado solo por las mujeres.  Así que  teníamos tiempo suficiente para cambiarnos de vestuario.

Como ya era un fumador empedernido, y desafiando las instrucciones, salí unos minutos con mi vestimenta mexicana a prender un cigarrillo. Luego a las carreras fui a vestirme para el otro baile y encontré que el  vivo de mi compañero se había puesto mis botas y se había escondido.

Nada que hacer. A ponérmelas y en verdad que tendría problemas porque se salían fácilmente. Así que recurrí a mi astucia y decidí rellenarla para ejercer presión. Metí la cajetilla de cigarrillos, hojas de periódico, unas medias y mi pañuelo. Ensayé algunos pasos, no tendría ningún apuro.

Salimos a escena, se corrieron las cortinas y el Kasatschok sonó http://www.youtube.com/watch?v=wD7SCjhYQrc&feature=related

Comenzamos la coreografía, saltos acá, allá, en la mitad, todo bien. Llegó el paso de lanzar las piernas hacia adelante, tres,  cuatro, cin…. cuando de repente la bota derecha salió hacía el público y el bazar que en ella había quedo regado en el piso del escenario.

Afortunadamente, uno de los asistentes de la primera fila logró agarrar el calzado en el aire, como si atrapara la bola del jonrón de un juego de béisbol. Las risas no pudieron ser más escandalosas. El público, sin excepción batió mandíbula y aunque después vino el tradicional aplauso de consolación, el daño ya estaba hecho.

Mi porvenir como danzarín acababa de quedar cojo.  

lunes, 18 de julio de 2011

Peligro en el escenario (1)



Siempre sentí inclinación por el baile. Fue así como durante  el bachillerato hice parte del grupo de danzas. Cursando el último año, fui invitado por la novia de un compañero a hacer parte de su grupo folclórico, que ya llevaba algunos años de presentaciones.

El desgaste era muy fuerte, porque además de ensayar para la ceremonia de clausura del colegio, hacía lo propio para el grupo, que también estaba invitado para un certamen académico que se efectuaría en el teatro Jorge Eliécer Gaitán.

Con el centro educativo teníamos montados bailes de nuestra cultura, como joropo, mapalé, pasillos y bambucos. Para la otra actividad, los temas eran internacionales: Jarabe Tapatío, danza rusa, bailes andinos y Mambo.

Tanto entrenamiento me hizo bajar cerca de cinco kilos y además por mi inolvidable constitución, llegue a pesar 49 kilos. Aún así el ánimo y la fuerza física para las  coreografías no fallaba.

Mi pareja en el grupo de danzas privado, era también delgada, lo que facilitaba un paso de Mambo que consistía en jalarla  por entre mis piernas, y tenerla firmemente agarrada de las manos hasta que saliera, diera un giro y se pusiera de pie.

La práctica hizo que tuviera calibrada la fuerza con la que debía tirar de mi compañera. No había problema.

Pero, si se presentó un inconveniente. El día de la presentación en el hermoso teatro de la carrera séptima con 23, mi pareja no llegó. Se intoxicó con una comida ingerida la noche anterior. La directora de la academia no puso problema y en reemplazo puso a otra integrante del grupo y ella a su vez asumió ese lugar.

Todo estuvo solucionado. Bailamos sin problemas, hasta que llegó el Mambo y segundos antes de ejecutar el paso que implicaba el uso de la fuerza física, presentí que algo saldría mal.

La chica estaba detrás. Movíamos todo el cuerpo al ritmo de Dámaso Pérez Prado y el Mambo Número Cinco, listos para que sonara su famoso grito, yo abriera las piernas, me agachara, extendiera las manos, tomará las de mi pareja y la jalara casi arrastrándola hasta el otro lado.

Solamente hasta ese instante evalué el peso de mi compañera de danza. Tenía unos diez kilos más de los que estaba acostumbrado a realizar para ese paso. Así que por obvia razones, debería casi triplicar mi fuerza para que la coreografía siguiera su curso.

Pérez Prado gritó, agarré las manos de mi gordita pareja, tire de ella con toda la energía posible, pasó  veloz por entre mis piernas y al dar el giro para ponerse de pie, su peso me ganó y la solté.

Salió veloz hacia uno de los lados del escenario y por las rojas cortinas desapareció. La risa del público me aturdió, no supe que hacer hasta que la directora, sin dejar de bailar, se acercó y susurró que saliera de escena bailando.

Lo hice. Cuando fui tras bambalinas a ver los resultados de mi actuación, allí estaban: Una chica con traje brillante que lloraba mientras se apretaba una cadera, varios danzantes consolándola y el novio de la directora del grupo muy serio con el siguiente comentario:

-          Imagínese si ese paso lo hubiéramos hecho de frente al público, su pareja habría caído del escenario y probablemente estaríamos lamentando una tragedia.

Aaaaaaaah…¡ugh!...Mambo..

martes, 12 de julio de 2011

Embarradas a papá


Por estos días recordé a mi viejo al cumplirse el octavo año de su fallecimiento. En ese rápido viaje al pasado vinieron algunas de las anécdotas que él vivió debido a mis continuos despegues a otros mundos.

Champú para los ojos

Era la época cuando los adolescentes cuidábamos con extremo cuidado nuestros largos cabellos. Champú, enjuague, secador eléctrico, cepillo redondo y media hora de peinado. Terminada la operación y orgullosos de parecer unos fósforos con la cabeza bien grande y extremadamente flacos, salíamos a deslumbrar chicas.

Cuando se acababa alguno de los insumos, acudíamos subrepticiamente a mis hermanas y tomábamos lo que nos hacía falta.

Cierto día, una de ellas olvidó su frasco de champú en el baño y aproveché para tomar un pequeña cantidad. No tenía en donde guardarla así que busqué un frasco pequeño y encontré uno de gotas oftálmicas. Boté  el líquido que había y envasé el champú.

A los pocos días mi papá necesitó las gotas, entró al baño y a los pocos segundos se escuchó un quejido, una acusación y un  nombre…"esta gracia es de Jhonny. Jhoooonyyy ……….."

Una trampa para papi

Siempre existirán divergencias entre hermanos. Mi rival fue Gabriel, un año mayor. Permanentemente, buscábamos hacernos alguna  maldad. Tendría unos 13 años y un gran aburrimiento porque él aprovechaba cualquier momento para lograr sus cometidos.

Pensé en alguna clase de venganza y de acuerdo a una historieta copié una trampa. Por fin mi hermano recibiría un castigo. Debería poner un balde con agua sobre una puerta entreabierta de tal forma que al abrirla, el afortunado se mojaría.

Pero no podía hacer esa trampa, porque era muy visible prepararla. Así que decidí adaptarla. En una talega de tela, en donde se echaba la ropa sucia, puse varios (muchos) pares de zapatos. Subí sobre una silla y una banquita y puse la bolsa en su lugar.

Emocionadísimo por la expectativa de ver lo que le pasaría a Gabriel, le grite para que entrara a nuestra habitación. A la tercera llamada, la puerta se movió, la bolsa cayó,  unos anteojos llegaron al piso y mi papá, igual que en las tiras cómicas, se desplomó por esos zapatos en su cabeza.

Jhooooonyyyyy………

Miope o despistado

Por un problema ocular, al viejo le taparon un ojo. Luego de llegar con mi mamá del oftalmólogo y almorzar, tenía que ir a realizar una diligencia. Así que me ordenó que le acompañara hasta la avenida Caracas con calle 34 para que le ayudara a parar el bus que era.

Caminamos las seis cuadras que nos distanciaban de esa importante vía, cruzamos y me repitió por enésima vez el destino del bus.

Extrañamente me fui de viaje a algún planeta, cuando oí la voz de mi padre:

- Creo que ese bus me sirve, ¿es el qué le dije?

- Si señor, precisamente ese te sirve. Chaoooo, me despedí y él se subió al transporte.

En la noche, llegó, lo esperábamos en el comedor para la cena, entró saludo, se acercó le dí el beso en la mejilla me miró con su ojo libre, y dijo:

-          Hola, tengo una duda y una preocupación: Cuando le dije que ese bus era el que me servía, usted ¿leyó o estaba despistado? Porque ese bus no era, entonces no se si llevarlo al oculista o darle un coscorrón por hacerse el pendejo…

Y pum, que la segunda opción le pareció la más viable. Ayayayyy


lunes, 4 de julio de 2011

La broma


Trabajaba en la Secretaría de Prensa. Salía a almorzar y por el camino hacia la puerta principal de la Casa de Nariño, asome mi cabeza en la importante oficina de Monitoreo. No había nadie. Allí graban los noticieros de radio y televisión más importantes del país, sintetizan las informaciones, si es el caso las escriben tal cual, para entregarlas al despacho del presidente.

Quería saludar a mi amigo, colega y jefe de la dependencia, Jairo Sandoval. Y en la soledad del lugar me causó curiosidad que su escritorio estuviera cubierto por un pliego de papel blanco, como protegiéndolo contra el ambiente. En la gran hoja estaban escritas unas frases. Me acerqué y leí:

-          “Prohibido tocar los documentos. Habrá sanción para el infractor”. A continuación estaba la firma del responsable.

Me causó intriga esa advertencia y salí intentado descifrar  el motivo por el cual Jairo redactaba el insólito cartel.

Alcancé a dar unos cuantos pasos por el pasillo del primer piso, cuando decidí hacer una pequeña y simpática broma. Regresé a mi oficina en la sección de radio, tomé un plumón de color rojo y me dirigí a Monitoreo.

Releí las dos frases, me imaginé la sonrisa de mi compañero en jefe, puse mi mano derecha sobre la hoja y justo al lado de la rúbrica, dibuje mi mano derecha, teñí varias veces el dibujo y en letras grandes escribí JAJA JAJA. Satisfecho con mi broma fui a almorzar.

Regresé y me dirigí a mi sección, radio, meditando sobre los temas que había que desarrollar. Así que lo de la broma se me olvidó. Estaba definiendo prioridades noticiosas, cuando ingresó uno de mis compañeros y  comentó que escuchó a Jairo Sandoval desde Monitoreo, hablando muy fuerte y exigiendo saber quien se había burlado de él.

Que falla. Me dirigí a esa oficina y tan solo con entrar sentí el ambiente extremadamente pesado.

-          Intente romper ese témpano: ¡Huyyy parece que están en meditación trascendental! ¿Y eso desde cuándo?   

Todos estaban en silencio. Jairo permanecía pálido. Sus cejas parecían querer juntarse, pero la arruga central de la frente estaba tan pronunciada que impedía que se tocarán.

-          Miré hermano, me dijo, no estamos para chistes. Alguien se burló de mí y seguro que usted reaccionaria de la misma forma. Como los compañeros tenían la costumbre de revolcar los documentos que dejo sobre el escritorio, decidí poner un cartel previniéndolos  que no lo hicieran, porque no soporto más el desorden que me hacen.

Continuó,

-          Escribí prohibiendo esa acción. Pero al regresar alguien hizo una afrenta inimaginable. Le muestro. Y extendió un pliego de papel blanco en donde sobresalía una mano roja y unos JAJA JAJA del mismo color. Estoy a la espera que el culpable tenga el valor de aceptar su culpa, agregó.

Mi reacción fue inmediata. Puse mi mano derecha sobre la roja silueta y le confesé que yo era el culpable. Jairo dio un brinco y de pie se desahogo:

-          ¿Usted?, peor, una persona ajena entra, se burla y se va dejando un chispero y un mal ambiente entre nosotros. Es el colmo que haya hecho eso. Estaba rojo de la ira, hablaba en voz muy alta (gritaba) y manoteaba sobre el gran papel.

Cuando se calló solamente atine a decir:

-          Jairo, no sabía el contexto por el cual escribió ese cartel. Lo que hice no fue nunca con el fin de desafiarlo ni de sembrar discordia. No contemplé los efectos de mi proceder.

Le presente las disculpas del caso a él y a los compañeros de Monitoreo. Al salir un suspiro general, deshizo el hielo.