Siempre sentí inclinación por el baile. Fue así como durante el bachillerato hice parte del grupo de danzas. Cursando el último año, fui invitado por la novia de un compañero a hacer parte de su grupo folclórico, que ya llevaba algunos años de presentaciones.
El desgaste era muy fuerte, porque además de ensayar para la ceremonia de clausura del colegio, hacía lo propio para el grupo, que también estaba invitado para un certamen académico que se efectuaría en el teatro Jorge Eliécer Gaitán.
Con el centro educativo teníamos montados bailes de nuestra cultura, como joropo, mapalé, pasillos y bambucos. Para la otra actividad, los temas eran internacionales: Jarabe Tapatío, danza rusa, bailes andinos y Mambo.
Tanto entrenamiento me hizo bajar cerca de cinco kilos y además por mi inolvidable constitución, llegue a pesar 49 kilos. Aún así el ánimo y la fuerza física para las coreografías no fallaba.
Mi pareja en el grupo de danzas privado, era también delgada, lo que facilitaba un paso de Mambo que consistía en jalarla por entre mis piernas, y tenerla firmemente agarrada de las manos hasta que saliera, diera un giro y se pusiera de pie.
La práctica hizo que tuviera calibrada la fuerza con la que debía tirar de mi compañera. No había problema.
Pero, si se presentó un inconveniente. El día de la presentación en el hermoso teatro de la carrera séptima con 23, mi pareja no llegó. Se intoxicó con una comida ingerida la noche anterior. La directora de la academia no puso problema y en reemplazo puso a otra integrante del grupo y ella a su vez asumió ese lugar.
Todo estuvo solucionado. Bailamos sin problemas, hasta que llegó el Mambo y segundos antes de ejecutar el paso que implicaba el uso de la fuerza física, presentí que algo saldría mal.
La chica estaba detrás. Movíamos todo el cuerpo al ritmo de Dámaso Pérez Prado y el Mambo Número Cinco, listos para que sonara su famoso grito, yo abriera las piernas, me agachara, extendiera las manos, tomará las de mi pareja y la jalara casi arrastrándola hasta el otro lado.
Solamente hasta ese instante evalué el peso de mi compañera de danza. Tenía unos diez kilos más de los que estaba acostumbrado a realizar para ese paso. Así que por obvia razones, debería casi triplicar mi fuerza para que la coreografía siguiera su curso.
Pérez Prado gritó, agarré las manos de mi gordita pareja, tire de ella con toda la energía posible, pasó veloz por entre mis piernas y al dar el giro para ponerse de pie, su peso me ganó y la solté.
Salió veloz hacia uno de los lados del escenario y por las rojas cortinas desapareció. La risa del público me aturdió, no supe que hacer hasta que la directora, sin dejar de bailar, se acercó y susurró que saliera de escena bailando.
Lo hice. Cuando fui tras bambalinas a ver los resultados de mi actuación, allí estaban: Una chica con traje brillante que lloraba mientras se apretaba una cadera, varios danzantes consolándola y el novio de la directora del grupo muy serio con el siguiente comentario:
- Imagínese si ese paso lo hubiéramos hecho de frente al público, su pareja habría caído del escenario y probablemente estaríamos lamentando una tragedia.
Aaaaaaaah…¡ugh!...Mambo..
¡Ay amor! Siempre que recuerdo esta anécdota me dá mucha risa.
ResponderEliminar¡Escribes muy chevere! Te felicito mi amor.
Lizette