Desde pequeño hice gala de una estupenda manera de solucionar los inconvenientes. Sin embargo, esa habilidad no fue muy comprendida por mis mayores quienes muchísimas veces frustraron las que yo consideré en su momento “genialidades”. He aquí algunas:
El verdugo de muñecas
Toda familia que se respete debe de tener una tía rica. La de nosotros, la Tía Blanca viajaba frecuentemente a Europa. A su regreso era su costumbre traernos regalos y aunque fuéramos 10 sobrinos de una sola de sus hermanas, siempre existió el detalle para cada uno.
En una oportunidad le obsequió a mi hermana Patricia una lindísima muñeca fabricada en Alemania. Muy contenta y con el paso de los días ella decidió confeccionarle ropa a su nueva compañía. No quiso la asesoría de mi mamá, pero tampoco se dio por vencida y termino el diminuto ajuar.
Recuerdo que yo estaba sumido en mi mundo de vaqueros. Una mesa era la carreta en donde llevaba mis víveres, un asiento ubicado adelante era el caballo y una corbata de mi papá, hacia de rienda. Iba por un desierto perseguido por los temibles indios Pieles Rojas, cuando Patricia se atravesó y me obligó a frenar bruscamente.
- Jooooo, grite y detuve mi carromato.
- Jhonny, ¿me puede hacer el favor de ponerle este vestido a la muñeca? me dijo y me entregó a su pequeña rubia.
- ¿Pero acaso es tan difícil? Le pregunte bastante intrigado. - Lo que sucede, me dijo, es que le hice el vestido cerrado, sin botones ni cremallera y como la cabeza de la muñeca es muy grande, no le cabe.
- Bueno, no hay problema, pero eso le vale una chocolatina Jet porque está haciendo frío en el desierto le dije y ella se fue a conseguirla.
Creí que sería muy fácil pues solamente era jalarle la cabeza a la muñeca, ponerle el vestidito acomodar nuevamente y listo, como se hace con todas esas nenas plásticas Pero justamente me encontré con el inconveniente que precisamente esta era enteriza y la cabeza y tronco formaban una sola pieza.
No había sino una sola opción para que ese prenda luciera en esa bella muñeca. Fui a la cocina, busque el cuchillo con mejor filo acomodé a la paciente y tras unos movimientos sobre su cuello, la cabeza se desprendió.
Mi hermana regresó feliz, me dio la Jet y le entregué su muñeca con el vestido puesto. No pude hacer lo mismo con la cabeza. Gritos desesperados, mis padres salieron afanados a ver que pasaba y encontraron la muñeca decapitada. No comprendieron mi original forma de solucionarle el problema a mi familia y un par de correazos me apagaron mi bombillo creador.
Un juguete para dos usos
Años después y para una navidad, mi hermano Mauricio recibió de manos de su madrina un increíble semáforo con control remoto para encender las tres luces. Pasaron los días y el juego se puso monótono.
El único que lo manipulaba era Mauricio, mientras nosotros con nuestros carritos debíamos pasar y pasar a su lado y acatar la ordenes de acuerdo al color que el dueño del semáforo indicara. Él no nos dejaba ni siquiera tocar su juguete.
A las escondidas podía jugar un rato, pero normalmente me descubría e iba a acusarme. Así que idee una manera de ampliar el beneficio del juego y fue cuando se me ocurrió hacer una bodoquera.
Claro, era divertidísimo. De las revistas o cuadernos viejos fabricábamos los bodoques, los metíamos entre un tubo y soplábamos fuertemente para dar en un blanco previamente escogido y que regularmente eran las cabezas de las personas que caminaban frente a nuestra casa.
Convencí a mi hermano de que su semáforo era el ideal para dicho propósito puesto que tenía el tubo perfecto. Era liviano, de longitud precisa y además desarmar ese juguete era sencillo, volvíamos a ponerle todo en su sitio y otra vez quedaba listo para que siguiera con sus cambios de luces.
Quite el cajoncito y saltaron tres bombillitas, encontré unas conexiones las cuales obviamente corté, jale el tubo, lo despegué de su base, tiré los cables y los saqué del cilindro. Algunos días nos divertimos muchísimo pegándole bodocazos a los transeúntes desde la ventanas.
Todo estuvo bien, hasta que Mauricio decidió que quería jugar con su semáforo. Decidí armarlo, pero me fue imposible. Las palmadas y la prohibición de ir a matinal durante varios domingos si fue posible para mi papá quien tampoco esta vez me supo entender. Lo positivo fue que mi hermano no quiso su bodoquera y así tuve mi propia diversión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario