Tuve en mi niñez gran influencia de personajes de historietas como El Llanero Solitario, Buck Rogers, Roy Rogers, Hopalong Cassidy, entre otros.
Así que cada vez que tenía la oportunidad que uno de ellos llegara a las manos, lo primero que hacía era recrear su aventura. De esta manera viví las más espeluznantes experiencias y afortunadamente siempre salí ileso, al igual que mis héroes. Sin embargo, eso no implicó que en la vida real pusiera mi vida en peligro, gracias a mis despistadas.
En una ocasión, Roy Rogers y su eterno pequeño amigo, Castorcito, fueron a explorar unas montañas y tuvieron que afrontar muchos peligros En su recorrido casi mueren y el cowboy tuvo que esconderse para no ser encontrado por unos malhechores.
Mientras ideaba en donde ambientar, jugábamos con mis hermanos José, Augusto y Mauricio a los buzos. Tomamos a escondidas una careta de buceo de Gabriel, uno de los mayores, y por turnos sumergíamos la cabeza en la alberca y contabilizábamos quien duraba más tiempo conteniendo la respiración.
Una mañana de vacaciones escolares mientras esperaba mi oportunidad para “bucear”, observé que si subía por la alberca daba a un techo y por este accedía a un tejado grande que pertenecía a la casa de atrás. Claro, había encontrado en donde ser Roy Rogers.
Al día siguiente convencí a Augusto para que fuera Castorcito y le conté la historia que íbamos a representar. Obviamente se emocionó. Preparamos unos emparedados, envasamos jugo y en una mochila los echamos, junto con una cobija y una ollita, elementos que no deben faltar a un vaquero que se respete.
Aprovechamos la rutina de mi mamá, siempre pendiente de esa tropa de hijos y escalamos sin problemas. ¡Que bien se veía todo desde allí!. Hacia sol. Le di indicaciones a Castorcito para que sacara los víveres y tendiera la manta porque había que descansar. Mientras tanto observé detenidamente el panorama y en el tejado observé unos ladrillos que me llamaron la atención.
Recreamos la historia, cenamos, disparamos a muchos flancos porque los lobos se acercaban, calentamos café (afortunadamente era imaginario) y a descansar. Nos acostamos sobre esa cobija y ese cúmulo de ladrillo me inquietaba.
Decidí ir hasta allá le di la vuelta., mire por dentro, todo estaba oscuro. Y fue ahí cuando se me prendió este bombillo de duración eterna.
- Claro, pensé, ahí podríamos esconder nuestras pertenencias por si nos veíamos en peligro porque por allí abundaban los cuatreros, asaltantes de bancos y diligencias y también merodeaban los temibles Pieles Rojas.
- Hey Castorcito, grite, traiga las cosas porque es mejor guardarlas o sino corremos peligro.
- Bueno Roy, me respondió mi fiel compañía y acercó las pertenencias.
A medida que alcanzaba cosas, las iba depositando en ese gran escondite que hallé en esas rocosas montañas. Primero el frasco del jugo, después la olla, siguió la cobija, la mochila y por último le dije que metiéramos también su chaqueta de cuero y mi suéter. Todo quedo resguardado.
- Listo Castorcito, ahora nos merecemos un pequeño descanso, observé, y así sin nada que nos sirviera para suavizar el duro techo, nos acostamos y nos pusimos a hablar y le dije que luego me escondería también entre esos ladrillos. Divagamos un rato más y nos quedamos dormidos.
El sol era fuerte, puesto que ya era medio día. En medio del calor y el sueño, oímos unos ruidos seguidos de unas voces. Eran mis hermanos mayores, Álvaro y Gabriel quienes asomaron sus cabezas para decirnos que bajáramos urgente porque nos iban a castigar.
- Jajaja, se burlaba Gabriel, esta vez si le van a dar bien duro. Vinieron a dar quejas suyas…
Estaba convencido que la razón era por encaramarme al tejado y además arrastrar conmigo a Castorcito, digo Augusto. Pero no, el verdadero motivo nunca se me habría ocurrido.
Asustados llegamos hasta el espacioso zaguán donde nuestra madre en compañía de una señora vecina observaba un envoltorio en papel periódico y una bolsa. A la visitante la acompañaba su hija y obviamente mi pequeña familia observaba: Mauricio, José, Patricia, quien cargaba en brazos a Adriana, Matilde y Magda. Al otro lado se ubicaron Álvaro y Gabriel.
- Señora, inició mi mamá, por favor cuéntele a estos mucharejos irresponsables lo sucedido.
- Niños, dijo en voz muy fuerte la vecina, estaba preparando la mesa para el almuerzo cuando sentí una serie de ruidos en la sala. Entré y casi me muero del susto porque por la chimenea caían frascos y ollas. No sabía que hacer y fui al segundo piso, me asomé por la ventana y la señora del frente me indicó que ustedes estaban en el tejado.
- Luego al bajar, continuo, entre nuevamente y encontré esta ropa y le entregó la bolsa a mi mamá.
- Que susto me han dado, casi me infarto, exclamaba y miraba al techo.
Mi mamá y la demás parentela en primer grado también desviaron sus ojos hacia arriba y creí que esperaban que cayeran más cosas de mi escondite.
- Señora, interrumpió mi mamá, creo que lo mejor es que lleve a estos niños a su casa y les muestre y explique que fue lo que sucedió porque parece que no entienden ni jota.
Así fue. Nos dirigimos a la casa de al lado y efectivamente, en la sala había un polvillo negro, parecido al de la estufa de carbón de mi abuela. Nos acercamos a un hueco que había en una pared y que tenía unos ladrillos a los lados y en el piso. La vecina no explicó que era un chimenea, su fin y funcionamiento. Era, aclaró la señora, para que saliera el humo y no para entraran cosas.
Ahí fue que conocí y entendí lo que significaban esas pequeñas construcciones ubicadas en los techos de las casas. Uffff, de la que me salvé al haber sido interrumpido de mis ganas de meterme en la chimenea….¡habría llegado completamente negro a la sala de la vecina!.
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