Ayer corté una cortina plástica para acomodarla en la bañera. Estaba muy larga y cuando la puse en el respectivo tubo me quedó a las rodillas. Esa secuencia de cometer los mismos errores continúa. Por esa razón decidí dejar de recuerdo dicho elemento para acordarme, cada vez que tenga que secar el baño, que sigo siendo un despistado. Y hoy que tuve que hacer ese oficio, rememoré algunos otros episodios en donde mis intervenciones han sido desastrosas.
El electricista pirómano
La familia Chavez fue muy allegada desde su arribo al barrio La Soledad. Hicimos una pronta y buena amistad. A los pocos días de conocidos y jugando al fútbol emulando a los jugadores del famoso mundial del 70 que por esos días se realizaba, la mamá, Doña Gloría me llamó y me dijo que si sabía de electricidad.
- Claro, si señora, ¿qué se le ofrece?, respondí diligentemente.
- Gracias mijito, necesito que mientras regreso ponga una toma eléctrica en la sala del apartamento. Ya retiré la que estaba dañada. Ahí, sobre la mesita de centro la dejé, junto con un destornillador. Suspendí la energía, así que con toda tranquilidad puede cambiarla y de una vez le entregó las llaves y le adelanto un dinero.
- Y me entregó un billete de diez pesos, una suma colosal solamente por unir unos cables.
Terminado el encuentro futbolístico en donde representé con toda seriedad al famoso capitán de la selección inglesa, Bobby Moore, me dirigí a ese inmueble a realizar ese sencillísimo trabajo.
Nunca lo había hecho y ni siquiera sabía como era que funcionaba un sistema eléctrico. Cogí entonces los cuatro cables los uní, quedó hasta un bonito nudo multicolor. Atornillé la toma nueva y salí de urgencia a tomar pan y comer roscón en Viverpan, el negocio de moda.
Por la tarde llegó a mi casa uno de los Chávez, quien me dijo que Doña Gloria me necesitaba de inmediato. Contento porque seguro me iba a agradecer el pequeño arreglo que hice, caminos las tres cuadras que separaban las dos viviendas.
Íbamos llegando al tercer piso y desde las escaleras olía a quemado. Campo Elías Chávez abrió la puerta y el olor fue mucho más fuerte. Una tenue barrera de humo flotaba en la sala y al lado de una pared antes blanca, ahora de muchos tonos claros oscuros, estaba la mamá.
- Ayyy mijito, no sé porque le pedí este favor. Afortunadamente fue solo la chamuscada de la pared. Venga la muestro que era lo que tenia que hacer. Ese día entendí algo de esa materia, pero especialmente creí que aprendería a decir no.
La aspiradora que no inspiró
Compré una aspiradora roja, aerodinámica, que invitaba a jugar más que a asear. A los tres meses de haberla estrenado, no volvió a cumplir con su objetivo. De inmediato la abrí y comencé a detallar que podría haber sido.
Revisé el motor, todo estaba normal (?), la tapé. Prendí, el motor funcionaba y nada que succionaba. Nuevamente la abrí y decidí meterle mano al motor. A lo mejor que era de hacerle unos ajustes. Así fue. Pero me sobraron unas cuantas piezas a la hora de armarlo.
- Que vaina, increíble que no me haya dado maña de volver a armar este aparato, me recriminé. Si a lo menos hubiera hecho un dibujo o un plano para saber el sitio de cada pieza, me torturaba. Bueno no había nada más que hacer sino llevarla en otra oportunidad al experto. Así que opte por dejarla en el suelo para más tarde guardarla.
Aburrido a la enésima potencia, fui a la cocina a prepararme un jugo y tranquilizarme. Estaba en esas cuando mi hijo Jhonny que apenas tenía cuatro años, comenzó a jugar con los tres tubos plásticos de distintos tamaños de la aspiradora, utilizándolos como binóculos.
Regresé a la sala y me senté a observarle la diversión. Miraba con uno y me saludaba, luego con el otro y me decía ¡Hola papi¡ Pero con el tubo más largo lo dirigía a mi y no me decía nada. Así lo hizo varias veces hasta que me gritó:
- Papi no puedo mirar por acá, y me señaló ese tubo.
-
Agarré el tubo y al intentar mirar, note que estaba obstruido. Busque la escoba y metí el palo en el hueco y al otro lado salió una media del uniforme de mi hija Diana. Esa era la obstrucción de la aspiradora.
¿Por qué antes de desbaratarla, no utilicé la lógica?
Lavadora y glu, glu….
Con mi hijo viví en Cartagena por una época. El apartamento que alquilamos era muy bonito, se ubicaba en un cuatro piso y todo en ese inmueble parecía perfecto. Pero llegó un día que por culpa de mis despistadas uno error en su construcción salió a flote.
Era domingo y luego de almorzar reposamos un rato para dirigirnos hacia la playa. Antes de salir, decidí conectar la lavadora, electrodoméstico que esa misma mañana tuvo su respectiva limpieza.
Salimos a disfrutar brisa, playa y mar, como dice la canción, y regresamos muy contentos después de unas tres horas aproximadamente. Subíamos al edificio y a la altura del tercer piso el inquilino, con un balde, escoba y trapos, nos advirtió que estaba saliendo agua del apartamento. Efectivamente, rodaba agua por las escaleras y se entraba a su propiedad.
Abrimos la puerta el agua se extendía por casi todo el apartamento. Nos dirigimos a patio de ropas y claro, encontramos que no había un sifón ni allí ni en la cocina, pero lo grave era que el agua que nos inundaba había salido de la manguera de la lavadora que no conecté cuando la limpie. Tras una labor aburrida y ayudados por toallas, trapero, balde y recogedor logramos superar el inconveniente.
Mientras descansábamos de esa inesperada labor, puse a funcionar de nuevo la lavadora pues allí estaba el uniforme de mi hijo Jhonny. Me dormí viendo televisión, mi hijo estuvo en el computador y como a la hora él me despertó de un grito:
- ¡Papi otra vez nos inundamos…ven rápido!
Imposible me dije, salí de inmediato y así era. Nuevamente anegados. Con el ajetreo que acabábamos de tener, se me olvidó nuevamente poner la maguera en la lavadora. Pero esta vez cuando ya terminábamos y al torcer el trapeador, sentí que algo me chuzó el dedo índice de la mano derecha. Fue doloroso, pero de inmediato hice una curación, conecté la manguera, la ropa estuvo lavada y secada, la planché y el dedo me molestaba un poco.
Al otro día la mano lesionada estaba completamente hinchada. Como pude preparé el desayuno a mi hijo, le acompañé al bus y fui a la clínica. Me aplicaron inyecciones antitetánicas y la mano que parecía una masa deforme, estuvo en se estado durante ocho días.
Mi hijo, muy comprensivamente no me dijo nada. Hace poco le pregunté la razón y me respondió:
- Pensé en decirte que eras un imbécil. Pero con ese grito de dolor y después con tu mano de monstruo, me diste mucho pesar.
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