Cuando me desempeñé como empleado oficial tuve a mi cargo el manejo de prensa del programa presidencial del gobierno Barco (1986 – 1990) de Lucha contra la Pobreza Absoluta.
En tal función, acompañaba al respectivo consejero en todas sus actividades sea cual fuera el destino nacional. Cierta vez y claro está, por un despiste, se originó la burla por parte de quienes se enteraron de lo ocurrido. Luego, con la suma de otras circunstancias, me bautizaron como el “periodista de la pobreza absoluta”.
Sucedió otra vez en Cartagena, ciudad prolija para mis idas a otros planetas. Se efectuaba una reunión de alcaldes latinoamericanos para tratar el tema de políticas para la disminución de éste flagelo social de la pobreza extrema. El burgomaestre anfitrión se reuniría con los asistentes en un almuerzo que ofrecía en la hermosa sede de la alcaldía, en la ciudad amurallada.
Previo a ese agasajo, el consejero y los alcaldes invitados se reunieron a puerta cerrada y acordamos con mi jefe encontrarnos entonces en el almuerzo. Aproveché ese tiempo libre para ir con el camarógrafo que me acompañaba a algunas zonas marginales para captar imágenes de archivo.
Terminamos la actividad y nos dirigimos a la ciudad vieja. Al regreso, la congestión vehicular del mediodía hizo que llegáramos tarde. Junto con el técnico de sonido, entramos afanados al recinto y lo primero que observé fue el lugar en donde estaban los puestos para almorzar. Los encontré y nos sentamos.
Comencé a observar alrededor y no encontré ni al consejero ni al alcalde. Como estaba agitado por la subida a ese segundo piso, decidí tomar agua. Levante la copa y en un gesto de camaradería y también de sorna le hice un brindis a Pedro, el compañero de labores.
No acababa de hacer este simbólico brindis, cuando se levantaron todas las copas de la mesa. Noté ese hecho pero no le di importancia alguna. En seguida rasgué el pan, lo unté mantequilla y lo lleve a la boca. Gran parte de los de la mesa hicieron lo mismo. En ese instante un presentimiento me hizo entender que estaban en donde no debía. Así fue.
Un escolta del consejero se acercó y sin poder contener la risa me dijo:
- Hermanito, ¿ya se dio cuenta que se sentó en el puesto del alcalde y que su compañero ocupó el de su jefe?. Sino quiere avergonzarse cuando ellos lleguen, lo mejor es que se ubiquen en la mesa que está al lado que es la de la prensa. Pero rápido que ellos ya vienen.
Con la vergüenza de haberla embarrado y absolutamente sofocado por el episodio me retiré a mi sitio.
Cuando se enteraron en la oficina, pues comenzaron los chistes. El que más tuvo acogida y fue adoptado para la burla fue aquel que el periodista de la pobreza absoluta estaba con tanta hambre que no le importó en donde sentarse, con tal de saciar su ayuno. Ese fue el comienzo. Luego siguió una broma que me hicieron y de cuya autoría nunca me enteré.
Para un viaje al departamento del Chocó debía llevar una caja de cartón con decenas de libros sobre los lineamientos del programa contra la pobreza absoluta. Así que junto con mi equipaje llevé esa valija. Desde el ingreso al aeropuerto Eldorado hasta mi llegada a El Caraño, en Quibdó me di cuenta que por donde pasaba con el equipaje me miraban, pero no le presté atención al asunto.
Cuando salía del terminal aéreo de la ciudad de destino, fue que detallé que el papel blanco con letras rojas con el que identifiqué la caja tenía otra leyenda. En vez de decir “Material delicado, Presidencia de la República ”, tenía escrito “Equipaje del periodista de la pobreza absoluta. Presidencia de la República ”.
Y por último una graciosa anécdota terminó por alimentar a mi equipo de “detractores” quienes confirmaron que en efecto yo era el profesional que ellos aseguraban.
El equipo de prensa que me acompañaba rotaba de acuerdo a los turnos establecidos en la oficina. Una vez viajamos al departamento de Caldas un grupo que a no ser por lo simpático del impasse, no habríamos caído en cuenta de la imagen que proyectábamos entre los suspicaces.
Íbamos: el camarógrafo, muy alto, casi 1.90 centímetros , pero de una delgadez extrema. El asistente, a quien le decían “mueble fino”, porque estaba “bien acabado”. El fotógrafo, de una colosal barriga y yo, con mi baja estatura.
El consejero hablaría ante un grupo grande de empresarios sobre la necesidad de aunar esfuerzos con la empresa privada para generar y apresurar soluciones al tema de la pobreza.. Así que en el salón y ubicados en toda la mitad junto a la cámara que se apoyaba sobre un trípode, estábamos los integrantes del equipo de prensa oficial..
Comenzó el acto y cuando el maestro de ceremonias leía el programa, un enorme ruido lo interrumpió. La cámara de televisión se había caído. El trípode estaba amarrado con una cabuya porque el mecanismo de ajuste de las patas se había dañado. El amarre se soltó y el aparato fue a dar al suelo.
Mientras asimilábamos lo ocurrido, uno de los asistentes, que hizo gala de su poder de observación explicó a viva voz:
- No nos extrañemos de lo que pasó. El tema por el que estamos acá es el de la pobreza absoluta. Y que mejor manera de sentirla que con el equipo de prensa que acompaña al consejero. Miren, dijo el espectador:
- El equipo lo tienen que amarrar con una cabuya para que no les caiga. El camarógrafo es tan flaco que no puede cargar la cámara y por eso la tiene que poner en ese primitivo soporte. El asistente, no parece ser empleado del gobierno, sino contratado a última hora en un suburbio, el fotógrafo tiene amibiasis y el periodista no creció por lo mal alimentado.
Todo el auditorio rió un largo rato. En el centro de aquel salón, cuatro funcionarios, caímos en cuenta de lo bien que representábamos ese programa gubernamental.
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