lunes, 24 de octubre de 2011

Jhonnyzadas frente a la inseguridad



Ciudadano que se respete debe haber sufrido un atraco y muchos sustos o al revés. Así mismo, posiblemente tendrá en su haber ambos en igual cantidad. En mi caso, el primer sobresalto que tuve fue a los diez años, cuando después de retirar un par de zapatos de mi papá  en la remontadora, dos sujetos me los quisieron quitar y lloré tanto y en forma tan lastimera porque mi padre me torturaría, que los pillos se fueron, convencidos de haber hecho una buena obra.

El segundo, y en el cual resulté héroe sucedió dentro de un viejo bus, un día sábado por la avenida Caracas, en Chapinero. Iba hacia la oficina que el respetado periodista y profesor Humberto Kinjo arrendó para que un grupo de nosotros sus alumnos, aprendiéramos en la práctica otras cosas relacionadas con esta bella profesión.

Era de mañana.  Un terrible  dolor de cabeza y mucho sueño producto de la ingesta de licor de esa madrugada me llevaba medio dormido en una de las viejas sillas de ese bus. Llevaba entre las piernas y apoyada en el suelo, la máquina de escribir portátil marca Remington , propiedad de mi papá. Mi mamá me había advertido del cuidado a tener porque mis otros nueve hermanos la necesitaban también para sus trabajos.

Me había ubicado en la mitad del bus y dormitaba en el asiento que da al corredor del vehículo. . De repente un grito femenino me sobresaltó:

-         ¡Auxilio un ratero…….¡ y al instante oí el característico ruido de alguien que corre.

Allá en mi subconsciente presentí que me iban a robar la máquina de escribir y mi reacción fue estirar la pierna derecha. A los segundos alguien golpeó mi extremidad y cuando abrí los ojos, un sujeto caía al piso del bus, enredado por mi culpa

De inmediato muchos gritos se alzaron. Los de una señora que iba adelante y de unos señores que estaban detrás. En seguida puntapiés llovieron sobre el tipo y la señora recupero de las manos del desgraciado sujeto una cartera negra. El avivato quiso aprovecharse porque la puerta del bus estaba abierta y subió para robar cuando el carro se detuvo en el semáforo de la calle 60. Estábamos a pocas cuadras de la estación de policía de la Caracas con calle 66 y allí entregaron al ladrón.

Obviamente fui felicitado por mi solidaridad, pero especialmente por ese arrojo demostrado en la defensa de mis conciudadanos.

El tercer susto fue compartido con los cuatro muchachos que me intentaron robar. Caminaba distraído –algo extraño en mi – por la carrera 21 sobre el río Arzobispo (calle 43). Eran las 10 de la noche. Por la acera contraria se desplazaban los jóvenes, pero de un momento a otro se me acercaron y uno de ellos me dijo que me quedara quieto que era un atraco.

 Uno de los compinches dijo de inmediato:

-         Bajemos a este h.p al caño (río) y allá lo empelotamos.

Esa frase fue el detonante.  El miedo me invadió y algo que nunca pensé en hacer sucedió. Me puse la mano derecha sobre el corazón, me tiré al suelo y miré hacía arriba para que mis ojos quedarán en blanco.

-         Se nos murió este h.p. grito uno de los atracadores y todos salieron corriendo.

Estuve unos segundo ahí tirado.  Al levantarme pasaba una señora absorta en sus cosas y cuando notó ese extraño movimiento que surgía del piso, gritó despavorida y salió corriendo hacia el sur, mientras yo lo hacía en sentido contrario.

Un cuarto susto pero de lenta reacción  ocurrió cuando baje de una buseta en la calle 45 con carrera 17. Llevaba unos anteojos en el estuche y fijado al cinturón. El vehículo iba lleno y al intentar pasar la registradora para bajarme, había una sola puerta, sentí la apretujada.

Bajé, miré el estuche y estaba abierto. Sin pensarlo me volteé y la buseta aún estaba detenida porque el semáforo alumbraba rojo. Subí y con la voz más grave que nunca he hecho en toda mi vida grite desde los escalones:

-         El h.p que me robo lo anteojos o me los devuelve o aquí va a haber un muerto y metí la mano derecha al bolsillo de la chaqueta. El conductor me miró y grito que yo no viaja en su vehículo.

Al momento se acercó un tipo mas bajo  y en voz baja dijo:

-         Que a aquí le mandan para que se calle y se vaya para su casa. Y me entregó los anteojos.

Si que lo hice y rápido. El susto me invadió al pensar en lo mal que ha podido irme por semejante comportamiento.

Y el robo ocurrió en la carrera décima con calle 17, en pleno centro de Bogotá, cuando esperaba un bus en horas de la tarde. Salí de trabajar, hacía sol, desabotoné la camisa, corrí el nudo de la corbata y deje a la vista una bella cadena de oro. Cuando fui a subir al respectivo transporte, me cogieron por atrás del cuello, jalaron la joya, logré agarrar al ladrón, alcancé a darle dos patadas hasta que enfrente se paró el secuaz, me mostró un cuchillo y tuve que dejarlo ir. Frente a un arma, de despistado pase a loco.

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