domingo, 12 de junio de 2011

De lazarillo peligroso



Salía de la Casa de Nariño, para dirigirme a la sede administrativa de la Presidencia de la República,  cuando escuché que uno de los integrantes del personal de seguridad le indicaba a un ciudadano que debía dirigirse al edificio en donde funcionan las oficinas de atención al público.

Me causó curiosidad pues también iba en esa dirección y volteé a mirar y observé que quien recibía la información era un señor invidente. Presto, me acerque y me ofrecí para guiarlo. El funcionario le manifestó al citado ciudadano que afortunadamente encontraba quien lo llevara.

Así sucedió. Agarré el brazo del señor, como normalmente creemos que debe hacerse, pero él se detuvo y con acento de locutor habló:

-          Usted trabaja con el presidente, debe ser muy educado, ¿pero sabe? Casi nadie, sin importar sus estudios y  condición social, sabe que la mejor forma de guiar a un ciego es ofrecerle el brazo para que uno lo agarre y pueda guiarse. Así,  de la forma como lo hace, usted parece el invidente, yo el lazarillo y además su secretario porque le llevo el bastón y también las gafas negras.

Lo dijo con tal seriedad que me sentí regañado, pero al instante soltó una pegajosa risa:
- Juijuijuijui y movía los hombros al ritmo de las carcajadas. De repente esa risa se apagó.

-  Bueno, ya me burlé un rato. Ahora si pongamos serios.  Y dirigiendo su rostro hacia donde me encontraba manifestó:

- Entonces yo me aferro a su brazo así voy más seguro y puedo “cerrar mis ojos”.

Encogió el tradicional bastón que usan los invidentes y me apretó el brazo, como cuando el jinete presione a su cabalgadura.  Iniciamos la marcha hacia la otra edificación.

La distancia era muy corta, no pasaba de los 150 metros. Había que salir por la carrera octava, llegar a la calle séptima, pasar por esa cuadra del palacio que es la entrada para los vehículos, cruzar luego la carrera séptima para después de caminar unos 40 pasos, arribar a la sede administrativa.

- Me imagino que es la primera vez que sale a pasear de gancho con un cieguito, juiuiuiui, anotó mi acompañante.

Con mi ocasional y burlón compatriota volteamos por la esquina, sitio en donde el anden se vuelve casi cinco veces más ancho que los normales, nos acercábamos a las puertas vehiculares, miré a los soldados que hacen guardia y por estar pendiente de saludarlos, olvide decirle a mi acompañante que justamente en ese sitio había un insólito escalón.

El señor tropezó, no logró asirse bien de mi brazo y cayó.
-          ¡Dios mío!, exclamó desde ese suelo tapizado con baldosín rojizo, ¡no puede ser que me hayas enviado un sicario de ciegos y que el atentado ocurra frente a la casa del presidente! ¡Afortunadamente no era un hueco!

Lo dijo casi gritando y por supuesto los dos soldados uniformados de azul, del batallón Guardia Presidencial, me miraron con cierto recelo y por su expresión no sabían si era en serio o en broma la proclama.

Avergonzado por mi despiste, le ayude a ponerse de pie, le presente mis dolidas disculpas a lo que respondió:

-          Lo que faltaba, ahora parece que el afectado es usted porque con esa voz chillona y seguro que con los ojos llorosos, la gente se preguntará que le haría ese miserable ciego, ¿no? Juijuijui….

Definitivamente el humor de este parroquiano era especial.
-          Bueno, sigamos que yo tengo una cita con un consejero que parece que me va a ayudar, apurémosle y sacudiéndose el pantalón y el saco me agarró nuevamente el brazo y me presionó con su mano. Seguimos andando.

Pero aún faltaba otra pulla:
-          Es que no lo puedo creer. Increíble que me vaya de jeta nada menos que frente a la casa del presidente de Colombia y que el culpable sea uno de sus colaboradores. Definitivamente, hoy si cambio de refrán: No hay peor ciego que un despistado.

Y así entre puntillazos llegamos a la sede administrativa. Obviamente  le avise que debía subir unas gradas, que la puerta era angosta y que debía cruzar por un escaner de seguridad. Lo guié hasta donde el soldadito que manejaba el aparato electrónico, pero antes de pasar por el sistema de seguridad dijo en voz alta:

-          Gracias Señor, por fin he llegado a un sitio seguro. Que sería de mi si tuviera que andar otras cuadras más con este enemigo. Y tanteando en donde yo estaba, me ubicó, me cogió del saco y en voz baja me dijo:

-          Gracias por el favorcito, la próxima vez esté pendiente de lo que hace y con quien lo hace y si Dios no quiera, llegara a perder la vista, nunca pierda el sentido del humor.

Y dando bastonazos siguió a su cita.  

2 comentarios:

  1. Yo estoy totalmente de acuerdo con el nuevo refran; No hay peor ciego que un despistado jaja!

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  2. "Viendo" el asunto en restropectiva, si, tiene razón, se nos van las luces. Gracias por el apoyo.

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