30 de octubre de 1988. Son las ocho de la noche y me encuentro de turno en la Secretaría de Prensa de la Presidencia de Colombia. He estado llamando por teléfono a algunos medios de comunicación de la ciudad de Cúcuta, para confirmarles el arribo al otro día del Consejero para la Pobreza Absoluta.
Salgo un momento de la sala de redacción y subo al despacho del consejero para ultimar detalles del viaje. Al regresar a la oficina un saludo me hace caer en cuenta del soldado de uniforme azul con rojo que está en una de las esquinas del pasillo en donde se ubica la prensa oficial de Palacio.
A los pocos minutos de sentarme en mi puesto escucho el tradicional golpe de tacones que usan los militares. Levanto la mirada y encuentro bajo el marco de la ancha puerta de color beige al recluta del Batallón Guardia Presidencial con quien acabamos de intercambiar el formal buenas noches.
- Disculpe señor que lo interrumpa, me dice con una voz muy juvenil. ¿Podría permitirme hacer una rápida llamada a mi familia?
Detallo el rostro del soldadito, no pasa de los 20 años. Es trigueño, muy delgado y de mediana estatura.
- No hay problema, siga y llamé. Ojala no lo encuentren sus superiores acá, porque lo sancionan, le recomiendo.
- No se preocupe que no me demoro, responde y sigue al escritorio más próximo de donde levanta el auricular del aparato que está allí. Pulsa varios números que indican que la comunicación es de larga distancia.
Intento concentrarme leyendo el texto de una ley a la que hay que hacerle una presentación, pero la voz emocionada del uniformado lo impide.
- Aló , hola mija como está, hablaré rápido con Miluska porque estoy de guardia y me prestaron un teléfono en prensa. Si, intentaré llamarla en estos días que consiga dinero. Chao.
- Aló mi cielo, ¿Cómo está mi preciosa hija? Bien mi amor, si, no, no puedo ir a pedir dulces contigo, no, tampoco mi nena linda, no tengo plata para enviarte dulces, pero cuando vaya te llevare muchos. Sales con tu mamá y pides que sé que te van a regalar muchos. Ok mi brujita, te amo, cuídate y hazle caso a la mamá.
Y el soldado colgó el auricular. Sus ojos están llorosos.
- Muchas gracias señor, dice y cuando va a dar la vuelta para irse le pregunto:
- ¿A que ciudad llamó?
- A Cúcuta, pero si desea, cuando me paguen le pago la llamada, responde muy prevenido.
- No, no es por eso hombre. Es que tenía curiosidad por el acento de santandereano y ahora que cuenta que es de allá, le cuento que mañana coincidencialmente viajo a su ciudad. ¿Si quiere hago lo posible por hacerle llegar a su hija unos dulces?
- ¿De verdad?, responde mientras que una gran sonrisa se despliega en su agotado rostro.
- Claro, mire, por plata no se preocupe, escriba en esta libreta la dirección, el barrio, referencias para llegar fácil y listo. Y en otra hoja redacte un mensaje para su hija.
El joven soldado hizo unos trazos muy rápidos, me entregó la libreta y se despidió con un fuertísimo apretón de manos. Leí el mensaje:
“Mi amada Brujita: No te imaginas cuánto deseo estar contigo para que esta noche sea la más dulce de todas. Pero como no puedo por ahora, un señor brujo te lleva los dulces que quieres. Te amo. Tu papi, Oscar. Y un bonito dibujo de una bruja estaba pintado al final de la hoja.
Salí de turno y a dos cuadras de la Presidencia paré en una gran tienda para comprar dulces, galletas y también una brujita de chocolate montada en una escoba de una inmensa colombina, como si estuviera lista para el viaje al norte del país.
En Cúcuta se cumplió con el pesado cronograma de actividades del consejero. Mi retorno estaba para el último vuelo, que salía a las 7 de la noche. A las cinco terminó el corre – corre, así que le dije al conductor que la alcaldía había puesto a nuestro servicio, que me llevara a la dirección que estaba anotada en mi libreta.
No hizo muy buena cara el chofer. Solo atinó a decirme que era muy lejos, en un suburbio peligroso y que posiblemente nos demoraríamos en encontrar esa dirección. Por lo tanto, enfatizó, no sería responsable si perdía el vuelo. Decidí decirles a mis compañeros de prensa que tomaran otro vehículo hacia el aeropuerto.
Y en verdad que casi no encontramos la casa de la brujita Miluska, porque además de la confusa dirección, las vías totalmente destapadas y resbalosas por el invierno, estaba la cantidad de niños de ropas multicolores que gritaban “Halloween”, haciendo difícil transitar.
Por las indicaciones de muchas personas llegamos a la casa de destino. Era muy humilde y nos atendió una viejita quien manifestó que la niña había salido con su mamá a pedir dulces. Me disponía a entregarle el paquete cuando se acercó una niña con orejitas de conejo y unos pelos pintados en la cara.
- ¿Miluska?. La niña no respondió y retrocedió para resguardarse detrás de una jovencita de no más de 17 años.
- ¿Qué se le ofrece señor?, interrogó la muchacha.
- Buenas noches, respondí, me presenté y le conté que era enviado por Oscar.
Al escuchar ese nombre la niña se acercó intrigada. La joven no sabía que decir.
- Bueno, Oscar aprovechó que yo venía a Cúcuta para enviarle a su hija este paquete. Y lo entregué a la niña.
La nota que escribió el soldado estaba pegada con una cinta en la bolsa de papel regalo. La adolescente la retiró y la leyó, mientras que la niña impulsada por la emoción abrió el presente y con gritos y saltos celebraba su noche de brujas. La mamá se secaba unas lágrimas.
Ese día todo salió a la perfección. Como por encanto los despistes desaparecieron y la magia de un soldadito me convirtió en brujo esa noche de Halloween.