domingo, 28 de agosto de 2011

El vendedor de la suerte

 


Recientemente me referí a las paradojas de la vida. Pues esta es otra de ellas. Un juego de azar que emití  salió favorecido.  Por andar en las nubes, de mi bolsillo tuve que pagarle al ganador.

Cuando trabajé en la Secretaría de Prensa, con Rosalba mi esposa de aquella época montamos una tienda. Muchísimas horas de los 14 años que se mantuvo la relación ejercí también como vendedor de mostrador. Y fueron innumerables  las veces que llegué al negocio y de inmediato tuve que  colaborar con la atención al público.

Unas veces detrás del mostrador, otras limpiando las mesas, sirviendo cerveza o aguardiente y amenizando el ambiente seleccionando la respectiva música para que los clientes estuvieran contentos y bebieran más..

En la tienda se vendían artículos de primera necesidad, productos de cafetería, licores, helados y dulces. Igualmente se expendía el tradicional juego de azar conocido como chance y por esa época se vendía a través de un talonario en donde se escribían los números que el cliente dictaba..

Por cada juego y con papel carbón, se expedía un original para el cliente y una copia quedaba en el talonario. Luego, en la noche se arrancaban los duplicados y se entregaban a la persona de la agencia local, quien luego de hacer sus operaciones matemáticas se llevaba el 70% del  dinero del juego facturado ese día.

El juego del chance tenía bastante acogida y especialmente en nuestra tienda dejaba buenos dividendos. Normalmente salían ganadores de sumas pequeñas, lo que estimulaba  las ventas por aquello de la suerte del expendedor y en realidad  fueron bastantes las personas que  jugaron sus números cábala.

Rosalba y una empleada eran quienes normalmente diligenciaban los minúsculos formularios. Las pocas veces que yo lo hice todo fue normal, excepto dos veces.

La primera cuando un mecánico de un taller cercano fue a jugar y en ese momento me encontraba solo. Así que hice el juego pero al escribir la cifra de tres  números que me dictó  le entendí mal. Cuando le entregue su comprobante me lo devolvió y dijo que uno de los números no concordaba con los que me había dicho. Instintivamente y además porque el cliente siempre tiene la razón, le dije que no había problema, guarde en mi bolsillo el boleto, hice el correcto y listo.

Al otro día, me llamó Rosalba a la oficina y me dijo que uno de los mecánicos que teníamos como clientes afirmaba, con total aburrimiento,  que yo me había ganado el chance que él no quiso recibir y le contó lo sucedido. Miré la papeleta y efectivamente, ese número devuelto me condujo a ganar 60 mil pesos del año 1993.

Pero la segunda vez, el juego del chance me trajo suerte pero en dicha ocasión fue a la inversa.

El calendario estaba en la primera semana de marzo del año de 1994.  Estaba delegado  en comisión oficial a Chile. Cada misión representaba un ingreso extra por concepto de viáticos. Así que estaba emocionado por ese destino. Ese día, como habitualmente lo hacía, llegue primero al negocio a saludar a la consorte, mirar si era necesaria mi ayuda  y si no, iría al apartamento a estar con mis hijos Diana y Jhonny.

En el momento en que salía, mi mujer dijo que me quedara un momento en la tienda mientras iba donde una vecina a pedirle un favor y recalcó que si alguien iba a jugar el chance le dijera que volviera más tarde.

Efectivamente, entró un señor a quien nunca había visto por esos lados y pidió que le hiciera un chance  de mil pesos a cuatro números, lo que significaba que le apostaba a uno de los premios grandes de ese juego que pagaba por esta modalidad  400.000 pesos.

No seguí la recomendación y diligencié el formulario. El forastero de aspecto rudo recibió su comprobante y se fue. Rosalba no llegaba, decidí entonces arrancar las copias del chance de su respectivo talonario, para cuando llegara con su característico afán el empleado de la agencia.  Arribó, se llevó el juego y  al rato apareció mi ex muy afanada. La calme, le dije que todo estaba bien,  ya se habían llevado el juego y todo estaba sin novedad.

En el nuevo día ya me encontraba en mi oficina deleitándome con exquisito tinto, cuando me avisaron de una llamada de mi esposa. La primera frase cargada de preocupación fue una  pregunta:

-         ¿Mono, usted anoche hizo un chance?
-         Si, pero todo estuvo bien, un señor que no había visto nunca jugo mil pesos….
-         Me interrumpió, si ya mire  y esa copia está acá, no la entregó con todo el juego al joven de la agencia y ese número fue el que cayó anoche, exclamó casi al borde del colapso.
-         ¿Cómo así que quedo una copia? Replique, no puede ser si fui muy cuidadoso…
-         No sé como hizo, pero ese juego se quedo acá……hablamos luego..y colgó.


A la hora me llamó nuevamente y me confirmó. Ese número era el ganador. Ella se comunicó con la agencia  narró lo sucedido, pero le dijeron que ese problema  se salía de sus manos, porque su responsabilidad estaba con los juegos que recogían, no con los que quedaban en los negocios expendedores. Así que nosotros éramos los directamente responsables.

-         Lo único que nos salva, atine a decir, es que el señor que ganó no se aparezca o que ojala haya perdido el boleto.

Pasaron tres días de un desequilibrante suspenso y de cientos de oraciones, varias misas  promesas de enmienda, pero nada surtió efecto. Para nuestra tristeza apareció el feliz ganador. Rosalba le explicó lo sucedido y obviamente el afortunado respondió que esa no era su problema. Tajantemente ordenó  que esa noche me esperaba para hablar sobre el pago.

Nos encontramos le manifesté que no eludiría la obligación pero que me diera unos 10 días para cumplirle, propuesta que no aceptó. Me conminó  a pagarle en cinco días o tomaría sus propias “medidas”. Cuando me dijo de esa forma, su expresión como por arte de la mímica  fue  mucho más ruda.

¿Qué hacer? La única salvación eran los viáticos a Chile. Y esos fueron los que me sacaron del problemita. A los cuatro días me entregaron en dólares el equivalente a 455 mil pesos, para la comisión. Cambié el monto equivalente a la deuda, pagué  y con 55 mil pesos viaje a Santiago a la posesión del presidente Eduardo Frei. Afortunadamente mis compañeros fueron en extremo solidarios ante esa nueva, pero ya común aventura,  de este su grandísimo despistado. 

lunes, 22 de agosto de 2011

La fiesta de 15





Hubo en mi familia seis hombres y cuatro mujeres. Todos los varones fuimos  de estatura similar, pero de contexturas diferentes. Mi hermano Mauricio fue el “musculoso” de la familia y en verdad que era bastante fornido. Por mi parte, hasta hace unos pocos años  fui extremadamente delgado.

Para la  época de este recuerdo, Mauricio era quien mejor tenía ropa ya que su madrina de bautismo lo quería mucho y le compraba bastante y de moda.

Así que los demás  vestíamos lo que compraba mi papá y también de alguna ropa que confeccionaba mi mamá. Lucíamos camisas y chaquetas muy elegantes y de diseños exclusivos,  lo que no ocurría con los pantalones que siempre tuvieron un inconveniente en el fundillo y   ajustaban demasiado en esa zona, con los consiguientes malestares para nosotros adolescentes.

La ropa de Mauricio era siempre una tentación. Por ello recurría a sus suéteres, chaquetas y pantalones preferentemente.. 

Cuando lo hacía, obligatoriamente tenía que llevar mi ropa debajo, especialmente con los pantalones con el fin que no se notara que su dueño era otro. Aún así se me olvidaba que debía guardar cierta compostura, como no levantar la pierna o cruzarla, porque se veía el jean. .

Entonces para usar esa ropa debía tener en cuenta la siguiente tabla de proporciones::  Una chaqueta obligaba a usar un saco debajo. Una camisa de Mauricio equivalía a  tener dos camisetas debajo; el pantalón de mi hermano, correspondía a un jean de mi propiedad; zapatos, dos  pares de medias. Eso sí, evité vestirme de pies a cabeza con la ropa de Mauricio porque seguro que el calor me asaría.

Pero cierto día,  Henry amigo de colegio, me invitó a los cumpleaños de su prima. Era una fiesta de 15 y por lo tanto la ocasión ameritaba ir con vestido de paño. El que yo usaba ya estaba viejo, o mejor,  precisamente mi hermano acaba de comprarse uno muy elegante, con su respectiva camisa y zapatos. Así que  podría ir a dicha celebración muy tieso y muy majo.

Obviamente me bañé, me vestí con mi ropa y sobre ella puse el vestido azul con chaleco, la camisa azul pálido de cuello corto y mancornas, metida entre los pantaloncillos para estirarla hacia atrás y disimular que el cuello me quedaba grande, medias del tono del vestido, una corbata amarilla con rayas azules y unos zapatos nuevos, pero muy anchos a los que les metí papel higiénico para presionarlos. Rematé con un excelente perfume de mi proveedor en la sombra: Mauricio.

A los cinco minutos ya estaba sofocado, pero bueno, el asunto era ir de fiesta. Llegamos, mucha gente en el amplio salón, saludos con los conocidos, conocí a los desconocidos, muy buena música, chicas bellas, comida y …..licor.

La Billos, Melódicos, Pacho Galán, Alfredo Gutiérrez, genial, vueltas y vueltas, mosaicos y que calor tan tremendo. Cada tres canciones, iba al baño e iniciaba todo un ritual para desvestirme. Primero con una una de las toallas limpiaba el sudor. Luego me despojaba del saco y el chaleco, desabotonaba la camisa, bajaba los dos pantalones y ¡¡¡ahhhh!!! que fresco el que sentía. Así lo hice muchas veces.

Mis ocasionales parejas tenían que ver con mi sudor. Claro eran chorros los que escurrían por mi frente, sin ser visibles los litros  que brotaban por todos lados. Así que cada desvestida se convirtió en el ceremonial más original que creo alguien haya hecho en una fiesta.

-  ¡Pero que forma de sudar tan increíble! Fue  el constante comentario. Inclusive notaba que en los conciliábulos de las niñas se referían al chico que sudaba como caballo, pero que bailaba como mono.

La atención era estupenda y el ofrecimiento de licor muy generoso. Poco a poco dejó de importarme la cantidad de sudor que transpiraba,  deje de ir al baño tan seguido y decidí quitarme el saco y el chaleco.

¡Uffffff! que fresco tan intenso el que sentí. De inmediato la camisa mostró toda su talla. Las costuras que pegan las mangas a los hombros bajaron casi a los codos y las de las axilas un poco más y llegaban a la cintura. El cuello se abrió casi hasta el pecho, pero como tenía camisetas, no me importó.

Otro traguito de aguardiente,  música extraordinaria, chicas cada vez más hermosas, animación total, algunas miradas curiosas, especialmente de mi amigo Henry, y yo, baile y baile. Recuerdo que de tanto fastidiar por fin pusieron el acetato negro de un mosaico que me fascinaba y que comenzaba con el Cha Cha Cha del Tren y entre otros temas seguía con un corrido, pasaba a una cumbia, pasodoble, Sanjuanero  y finalizaba con un Twist.

Precisamente cuando comenzó el último ritmo,  fue que observé que hacia donde me movía me seguían unas tiras blancas. Estaba concentrado en el baile y por llo tanto no puse atención a esos largos detalles, cuando se acercó Henry.

-         Jhonny vámonos que me está haciendo pasar vergüenzas.¿ No ha visto ese papel higiénico que sale de sus zapatos? parece un carro de recién casados con adornos en el parachoques. Además con esa ropa tan grande está haciendo el ridículo. Vámonos, insistió.

Fui a coger las prendas que estaban sobre un asiento, cuando se acercó la dueña de casa.. Reconvino a Henry por quererme llevar, él le dio sus razones, pero la señora me defendió y le dijo que yo era de los pocos que bailaba de todo y con todas. Me preguntó que si me quería ir y obviamente negué tales ganas.

-         Mijo, me dijo entonces la dama, si se siente incomodo con toda esa ropa, pues quítesela al fin y al cabo ya todos nos dimos cuenta que debajo del vestido de paño tiene un jean y yo le digo a uno de mis hijos que le preste unos zapatos que le queden.

Así fue. Cambié mi vestuario y la pasé genial. Fue la mejor fiesta quinceañera a la que asistí de joven.   Después vendrían las peripecias para guardar esa ancha ropa sin que mi querido hermano lo notara, pero siempre se dió cuenta. Peleábamos, la escondia y muchas otras cosas, que bien merecen una historia aparte.

martes, 16 de agosto de 2011

Sr. López, su hijo nos debe un caballo





El apacible baño de río lo interrumpió un disparo. De inmediato hubo un relincho y uno de los caballos emprendió una desbocada carrera. Todos los que estaban dentro del agua miraron asustados hacia donde me encontraba. Aún tenía  la escopeta en la mano y seguramente tenía un color más blanco que el natural de mi piel.  Mi cerebro no atinaba a enhebrar ni una sola palabra en mi boca. Yo era la explicación.

La inolvidable temporada  de vacaciones en esa finca de tierra caliente, la experiencia que durante cinco meses tejí la acababa de malograr con  mi inexplicable, impertinente y peligroso sentido del humor. Apenas habían transcurrido cinco horas de mi arribo y obviamente  comprendí que en contados minutos debería devolverme a Bogotá.

Ese viaje de fin de año al municipio cundinamarqués de Nimaima comenzó a ser  planeado desde el mes de agosto. La invitación corría por cuenta de Renzo el Gitano,  un vecino de la  adolescencia en el barrio La Soledad.

Renzo era Carlos, pero le decíamos así por su gusto por la novela que se transmitía por televisión por esos meses. Inclusive, cerca también vivía Natacha, una hermosa empleada doméstica cuyo nombre también provenía de una conmovedora producción mexicana  en la era del blanco y negro. 

El plan de descanso tenía como destino una pequeña finca panelera propiedad de los parientes de Renzo. Estaríamos 15 días de las vacaciones escolares de fin de año. La ilusión de ese viaje hizo que ahorrara dinero para comprarme algunos menajes de explorador y que pasara  noches despierto imaginándome esa experiencia.

Llegó el día y  la madrugada de un sábado emprendimos el camino. En la calle 13, cerca de la Estación de La Sabana, tomamos una de las tradicionales flotas  amarillas San Vicente. Presentía que me iba a marear, como siempre me sucedía, pero ese incidente era ya parte de mis vivencias.

Fueron tres  horas de marcha automotora hacía el occidente del departamento. En La Vega desayunamos avena fría con roscón, alimentos que desafortunadamente poco tiempo estuvieron en mi estomago. Pasamos por el municipio de Nocaima y llegamos al pueblo de destino.

Allí esperamos para que nos recogieran los dueños de la finca. Llegaron sobre sus cabalgaduras y sobre ellas estuvimos una hora hasta llegar a la finca. Hacia calor y el olor de panela que brotaba de los trapiches endulzaba el montañoso paisaje.

Nos asignaron una habitación y luego de descargar las mochilas y entregar unos presentes a los anfitriones, fuimos al trapiche. Conocí el proceso de fabricación de la panela, la probé cuando está aún en la paila en ebullición  y la acompañé con un vaso de leche. Caminamos un rato por los alrededores y llegó el medio día, hora de un fantástico almuerzo servido sobre hojas de plátano que hacían de mantel.

Don Rafael, el dueño del inmueble rural nos anunció que luego de “hacer siesta” iríamos al río a bañarnos porque  el calor  era  muy fuerte.

Una  hora después y a caballo nos dirigimos a refrescarnos. . Cruzamos la montaña y llegamos al río. Fui el último en quedar en pantalón de baño. Me daba vergüenza que se burlaran de mi color de piel como en efecto ocurrió.

-         Huyyy miren a nuestro visitante como es de moreno, jajajaja, parece un pisco blanco. y se reían.

Espere un rato a que disminuyera  al ritmo de las risas y mientras tanto observé a mi alrededor y fue cuando la vi. Estaba recostada sobre una piedra. Era una hermosa escopeta, muy parecida a las que fabricaba con los palos de las escobitas de mis hermanas, y las tablas de los cajones en donde llegaban los tomates. Esas armas largas las elaboraba  para mis amigos  del barrio y con ellas jugábamos a los vaqueros.

Me acerqué para observarla mejor y decidí agarrarla.  La miraba extasiado y un ruido hizo que levantara la mirada. Uno de los caballos comenzó a orinar. Asocie entonces la palabra pájaro con disparo, como en las películas levanté la escopeta y dirigí el cañón hacía el pájaro del equino.

Me dispuse a hacer el tradicional  disparo mental con su onomatopeya ¡Pum! y dejar la escopeta en su sitio, cuando en verdad salió una bala, el sonido fue real y el movimiento de la escopeta me hizo soltarla.   

El pobre jamelgo relinchó y emprendió carrera  por entre la maleza. Don Rafael emitió un sonoro grito. Toda la familia salió del agua. El dueño de la finca, se acercó, su cara estaba pálida como la panela que hacía, recogió su arma, se acercó a su esposa, le dijo algunas palabras mientras manoteaba airadamente y con dos de sus hijos y el mayordomo montaron en sus caballos para ir detrás del animal..

Mientras tanto, mi amigo Renzo no atinaba a decir nada. Solamente me miraba y su palidez debió ser como la mía, o mejor como la de todos.  La esposa de Don Rafael, se acercó y me dijo de muy malas pulgas que me vistiera que nos devolvíamos para la casa.

La vergüenza me obligó a no salir de la habitación. Renzo ya había descargado su inconformidad con mi indescriptible proceder. Salió de la habitación y al rato regreso con expresión de angustia. A lo lejos logré oír a la dueña de casa intentado tejer  un perfil sicológico mio.

-         Jhonny, la cagó y por su culpa tenemos que irnos ya, manifestó Renzo. Mi tío Rafael no nos quiere ver por acá cuando regrese de buscar el caballo. Así que coja su mochila y camine, dijo con unl timbre cargado de  congoja.

Así fue, salimos. Los integrantes de la familia estaban pendientes de nuestra ida. La única que se despidió fue la pequeña hija de cuatro años. El hijo del mayordomo nos acompañó hasta Nimaima para emprender el regreso. Carlos no decía nada. Nos acomodamos en los asientos de la flota y ésta emprendió el retorno.

El bus se fue llenando de pasajeros. Luego de pasar por La Vega, se subieron un grupo de chicas quienes tuvieron que viajar de pie. Su alegría fue contagiosa. Una de ellas  me pidió el favor de llevarle una grabadora con tornamesa incluido, aparato que quedo conmigo cuando bajaron y lo olvidaron. Conté a Renzo lo que había pasado y se puso muy contento. Le dije que no había problema que podía quedarse con ese equipo si prometía no decir nada de lo ocurrido en mi casa.

Sorprendida mi familia me recibió y  explique que el dueño de la finca  había enfermado y tuvo que ser hospitalizado, razón por la cual su esposa debía permanecer con él y no quedaba  quien nos atendiera.

Pasaron unos 15 días cuando a mi casa llegó una comisión de Nimaima. Estaba Don Rafael y uno de sus hijos, los acompañaban Renzo, la mamá y su bella hermana. Pidieron hablar con mi papá quien los hizo seguir.

-         Miré señor López, dijo Don Rafael, el día que Jhonny y Carlos estuvieron en mi finca, su hijo cometió una gran imprudencia y le disparo a uno de mis caballos, el cual del susto se espantó, se desbocó y rodó por uno de los abismos. Lo tuve que sacrificar. Así que me deben el animal.

Mi papá, mi mamá, seis de mis hermanos y hasta la empleada doméstica lanzaron sus miradas hacia mi. La exclamación de mi madre fue la que rompió el asombro:

-         ¿Cómo? ..que el Jhonny le disparó a uno de sus caballos, ¿no puede ser? Si yo le he enseñado a comportarse a no coger lo que no es de ellos, “puñetero chino”, tradicional frase de disgusto de ella….

Mi papá estaba mustio. En silencio. Apoyaba la quijada sobre su  puño derecho.

Don Rafael explicó con mucho detalle lo sucedido y matizó su denuncia con lo importante que era ese animal para su finca porque ayudaba en el proceso de fabricación de la panela. A renglón seguido solicitó que que le repusieran ese caballo.

¿Y de cuanto dinero estamos hablando? Preguntó el viejo….

-         Pues no sé aún, respondió Don Rafael, porque la verdad esa bestia ya estaba vieja. Pero lo que en realidad deseaba era que ustedes se enteraran para que Jhonny no vuelva nunca más a cometer esas locuras.


-         Más bien Señor López, continuó, Carlos me contó que usted es veterinario lo que le propongo es que me ayude a conseguir con sus amistades un buen caballo y a un buen precio y listo. Eso es todo. Entonces a través de Carlos me avisa.    

A las pocas semanas mi viejo logró que le vendieran un bello potro a Don Rafael. El asunto quedo saldado, pero me extrañó que no me volvieran a invitar.





















lunes, 8 de agosto de 2011

Aunque Ud no lo crea, gané en Concéntrese


Paradojas de la vida: Un despistado como yo, se inscribe al entonces famoso programa de concurso de la televisión colombiana  “Concéntrese”  que como su nombre  -más que obvio-  indica la cualidad del participante y  sin saber aún cómo, fui ganador.

Sucedió hace 26 años. Recuerdo todavía la expresión de don Julio E. Sánchez Vanegas, presentador y dueño de JES, una de las importantes programadoras de televisión durante cuatro décadas, cuando  preguntó quien había hecho el mayor número de parejas y le respondí que no sabía.


-         Pues es muy fácil señor concursante, respondió de inmediato. Solamente cuente los globos que tiene cada fajo de billetes a su lado y después los de su contrincante.

Efectivamente, conté los globos y sumaron ocho mientras que mi adversaria tuvo siete. Solamente hasta ese momento, finalizando el programa, supe que había ganado la no despreciable suma de 75.000 pesos (un millón hoy),  un televisor a color, un juego de alcoba con  cama doble y un cubre lecho.

Así que hice  una insólita presentación en un concurso que exige absoluta concentración,  en donde nunca supe que pasó y sin embargo resulté vencedor.

Este golpe de suerte se inició en una  soleada tarde bogotana de un lunes del mes de julio, cuando pasaba por el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, en Bogotá, sobre la calle 26, abajo de la carrera 13 y observé una larga fila. Pregunté para qué era y un señor de edad me respondió que para inscribirse a Concéntrese. No tenía afán así que decidí anotarme.

Pasaron las semanas y la expectativa por  salir favorecido se diluyó completamente hasta cuando el primer domingo de septiembre mi entonces esposa, me dijo que mientras había salido a comprar algunas cosas con mi hijita, habían llamado de “Concéntrese” para que asistiera al otro día en horas de la tarde a la grabación n el mismo centro de convenciones.

Recuerdo eso sí que antes de salir para ese lugar, llamé desde mi trabajo en la campaña presidencial de Virgilio Barco y le dije a mi consorte que “iba a ganar”.  Esa tarde grababan dos programas del  conocido concurso. Sortearon participantes para el primero y no salí favorecido. En verdad que no lo esperaba.  

Terminó la primera grabación y anunciaron los seis concursantes que en duelo de a dos, se batirían respondiendo preguntas preestablecidas. Quienes tuvieran los mayores puntajes serían los rivales a enfrentarse en Concéntrese. La primera pareja tuvo un pésimo puntaje, la segunda, una joven y yo, también. Pero la tercera, estuvo peor. Quisiera recordar algunas de las preguntas, pero sobre todo mis estúpidas respuestas, porque sé que las hubo.

Así que con  uno de los puntajes más bajos en la historia de ese concurso, éste servidor y amigo junto con una señora pasamos a batirnos demostrando quien de los dos tenía el poder de la concentración.


Ubicados ya dentro de unas cabinas aislantes de sonido y mirando el tablero con sus 30 cuadros se inició el duelo. Pasaron varias posibilidades de hacer parejas y Don Julio E. nos llamó la atención. Habíamos dejado pasar varias oportunidades de unir dúos. Si  no lográbamos, habría cambio de concursantes.

Mi rival logró la primera pareja y así no salvamos de salir por la puerta de los despistados. Poco a poco, creo que mejor lento, fui haciendo puntos. Desperdicie muchas oportunidades, no logre hacer tres  seguidas. Por cada acierto, una bella asistente ponía cerca de la cabina un fajo de billetes con una bomba inflada de gas y que anunciaba el número de parejas hechas.

Así que de tumbo en tumbo fui participando hasta que se acabaron las opciones y apareció el famoso jeroglífico que estaba acumulado en  500 mil pesos. El animador me dijo entonces que adivinará y estuve muy cerca de acertar. Aún así no sabía si yo era el ganador.

Vino luego la pregunta de Don Julio E. quien no pudo ocultar su ofuscación cuando le respondí que no estaba seguro de ser el vencedor. Finalizado el programa, se acercó la contrincante y muy seria me dijo:

n      Oiga, deberíamos repartir el premio, porque yo era la que debía ganar. Usted todo el tiempo se la pasó en otro planeta.

Me miró bien feo y se fue con un acompañante. 

Los premios me los entregaron un sábado de septiembre. Exactamente era el Día del Amor y la Amistad. Cambié el cheque y nos fuimos esa noche con mi mujer, mis hermanos y sus parejas  a las discotecas de la  famosa avenida Pepe Sierra a celebrar tamaña suerte. Y todo por haber estado “concentrado”. ¿Qué tal si no?




lunes, 1 de agosto de 2011

..y de negro todo estuvo pintado




Me llamaron a almorzar y decidí interrumpir el proceso de cambio de color de unas tablas. Puse la tapa sobre el  recipiente en donde estaba la pintura negra que había trasvasado de su respectivo tarro.

Dejé  la brocha en remojo con tiner, limpié manos y antebrazos. No hubo nada que lamentar como en otras múltiples ocasiones en donde derramé pintura, teñí la ropa  o como aquella vez que pinté la bota vaquera derecha al no acordarme que el balde con pintura estaba junto a la banquita desde donde cambiaba de color el techo.

Estaba en la terraza y con tantas malas experiencias esta vez fui muy precavido. Me puse ropa vieja, tendí papel sobre el piso, cada movimiento lo calibre y así mi labor de pintor estuvo alejada de la posibilidad de causar algún daño a algo o alguien.

Al rato bajé por la escalera de caracol que se ubica dentro de un pequeño patio de ropas y me  dirigí a almorzar. Finalizábamos el exquisito  ají de gallina preparado por la suegra, cuando ella solicitó un poco de pintura negra.

Por la tarde fui nuevamente a la terraza para bajar la pintura. Obviamente que no recordé que únicamente había puesto la tapa sobre ese envase plástico. Así que tome dicho recipiente no por la parte inferior, sino nada menos que por la superior, o sea por la tapa.
Ésta no se soltó en el acto porque la pintura la había adherido.

Bajaba por la escalera de caracol y en la mano derecha llevaba la pintura y en la izquierda la brocha. Iba sobre el segundo piso, cuando de pronto el recipiente se soltó y quede solamente con la tapa entre los dedos pulgar e índice.

En segundos, gran parte de los que estaba blanco en el patio de ropas desapareció para dar paso a su antónimo color: el negro.

No podía ser. Unas prendas que estaban allí tendidas, la lavadora, el piso y una pared con pecas negras quedaban allí, producto de mi inevitable desacuerdo entre lo que pienso y lo que hago.

Terrible. Hice cuentas del tiempo que disponía para enfrentar la emergencia  mientras mi esposa y su mamá dormían la siesta y aproximadamente calculé una hora para efectuar la más rápida operación “no a los rastros”.

Así que lo primero fue buscar el desmanchador y recoger la ropa afectada. Subir a la terraza y en un balde con agua echar el químico y dejar allí la ropa en remojo. Luego, bajar tiner y papel periódico. Tomar el recogedor de basura y una lata para acopiar el espeso líquido, empapelar la lavadora y el piso para absorber pintura.

Después acudí  a algunas de mis camisetas de algodón para que sirvieran de trapos, untarlas del maloliente tiner y comenzar a limpiar el electrodoméstico y el piso que afortunadamente es en baldosa. Era verano, sudaba, la presión por el tiempo me angustiaba, pero poco a poco el blanco iba apoderándose del patio de ropas.

Estaba finalizando cuando la puerta se abrió y apareció mi esposa.

-          ¿Y eso…. qué hiciste?
-          Ahhhh, que bajaba con la pintura y se soltó el frasquito.
-          ¿Y la ropa de que estaba ahí la botaste?
-          Noooo, está arriba entre el desmanchador ……
-          Ayyyy noooo, esa ropa es de mi mamá y ya sabes como se pone cuando haces alguna pilatuna…..

Y de inmediato subió a rescatar esas prendas. Desafortunadamente ni mi rápida reacción las salvo.  Lo que si logré rescatar fue la lavadora y el piso. Demoré en remediar las pecas negras de la pared, porque debí salir a la ferretería para comprar pintura color beige y darle una buena mano de brocha. La suegra no se dio cuenta.

Terminada la reparación de males y el propósito de enmienda, le confesé a mi suegra mi pecado y de paso dí gracias porque esta vez  la suerte no me llegó tan negra.