Hubo en mi familia seis hombres y cuatro mujeres. Todos los varones fuimos de estatura similar, pero de contexturas diferentes. Mi hermano Mauricio fue el “musculoso” de la familia y en verdad que era bastante fornido. Por mi parte, hasta hace unos pocos años fui extremadamente delgado.
Para la época de este recuerdo, Mauricio era quien mejor tenía ropa ya que su madrina de bautismo lo quería mucho y le compraba bastante y de moda.
Así que los demás vestíamos lo que compraba mi papá y también de alguna ropa que confeccionaba mi mamá. Lucíamos camisas y chaquetas muy elegantes y de diseños exclusivos, lo que no ocurría con los pantalones que siempre tuvieron un inconveniente en el fundillo y ajustaban demasiado en esa zona, con los consiguientes malestares para nosotros adolescentes.
La ropa de Mauricio era siempre una tentación. Por ello recurría a sus suéteres, chaquetas y pantalones preferentemente..
Cuando lo hacía, obligatoriamente tenía que llevar mi ropa debajo, especialmente con los pantalones con el fin que no se notara que su dueño era otro. Aún así se me olvidaba que debía guardar cierta compostura, como no levantar la pierna o cruzarla, porque se veía el jean. .
Entonces para usar esa ropa debía tener en cuenta la siguiente tabla de proporciones:: Una chaqueta obligaba a usar un saco debajo. Una camisa de Mauricio equivalía a tener dos camisetas debajo; el pantalón de mi hermano, correspondía a un jean de mi propiedad; zapatos, dos pares de medias. Eso sí, evité vestirme de pies a cabeza con la ropa de Mauricio porque seguro que el calor me asaría.
Pero cierto día, Henry amigo de colegio, me invitó a los cumpleaños de su prima. Era una fiesta de 15 y por lo tanto la ocasión ameritaba ir con vestido de paño. El que yo usaba ya estaba viejo, o mejor, precisamente mi hermano acaba de comprarse uno muy elegante, con su respectiva camisa y zapatos. Así que podría ir a dicha celebración muy tieso y muy majo.
Obviamente me bañé, me vestí con mi ropa y sobre ella puse el vestido azul con chaleco, la camisa azul pálido de cuello corto y mancornas, metida entre los pantaloncillos para estirarla hacia atrás y disimular que el cuello me quedaba grande, medias del tono del vestido, una corbata amarilla con rayas azules y unos zapatos nuevos, pero muy anchos a los que les metí papel higiénico para presionarlos. Rematé con un excelente perfume de mi proveedor en la sombra: Mauricio.
A los cinco minutos ya estaba sofocado, pero bueno, el asunto era ir de fiesta. Llegamos, mucha gente en el amplio salón, saludos con los conocidos, conocí a los desconocidos, muy buena música, chicas bellas, comida y …..licor.
Mis ocasionales parejas tenían que ver con mi sudor. Claro eran chorros los que escurrían por mi frente, sin ser visibles los litros que brotaban por todos lados. Así que cada desvestida se convirtió en el ceremonial más original que creo alguien haya hecho en una fiesta.
- ¡Pero que forma de sudar tan increíble! Fue el constante comentario. Inclusive notaba que en los conciliábulos de las niñas se referían al chico que sudaba como caballo, pero que bailaba como mono.
La atención era estupenda y el ofrecimiento de licor muy generoso. Poco a poco dejó de importarme la cantidad de sudor que transpiraba, deje de ir al baño tan seguido y decidí quitarme el saco y el chaleco.
¡Uffffff! que fresco tan intenso el que sentí. De inmediato la camisa mostró toda su talla. Las costuras que pegan las mangas a los hombros bajaron casi a los codos y las de las axilas un poco más y llegaban a la cintura. El cuello se abrió casi hasta el pecho, pero como tenía camisetas, no me importó.
Otro traguito de aguardiente, música extraordinaria, chicas cada vez más hermosas, animación total, algunas miradas curiosas, especialmente de mi amigo Henry, y yo, baile y baile. Recuerdo que de tanto fastidiar por fin pusieron el acetato negro de un mosaico que me fascinaba y que comenzaba con el Cha Cha Cha del Tren y entre otros temas seguía con un corrido, pasaba a una cumbia, pasodoble, Sanjuanero y finalizaba con un Twist.
Precisamente cuando comenzó el último ritmo, fue que observé que hacia donde me movía me seguían unas tiras blancas. Estaba concentrado en el baile y por llo tanto no puse atención a esos largos detalles, cuando se acercó Henry.
- Jhonny vámonos que me está haciendo pasar vergüenzas.¿ No ha visto ese papel higiénico que sale de sus zapatos? parece un carro de recién casados con adornos en el parachoques. Además con esa ropa tan grande está haciendo el ridículo. Vámonos, insistió.
Fui a coger las prendas que estaban sobre un asiento, cuando se acercó la dueña de casa.. Reconvino a Henry por quererme llevar, él le dio sus razones, pero la señora me defendió y le dijo que yo era de los pocos que bailaba de todo y con todas. Me preguntó que si me quería ir y obviamente negué tales ganas.
- Mijo, me dijo entonces la dama, si se siente incomodo con toda esa ropa, pues quítesela al fin y al cabo ya todos nos dimos cuenta que debajo del vestido de paño tiene un jean y yo le digo a uno de mis hijos que le preste unos zapatos que le queden.
Así fue. Cambié mi vestuario y la pasé genial. Fue la mejor fiesta quinceañera a la que asistí de joven. Después vendrían las peripecias para guardar esa ancha ropa sin que mi querido hermano lo notara, pero siempre se dió cuenta. Peleábamos, la escondia y muchas otras cosas, que bien merecen una historia aparte.
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