domingo, 28 de agosto de 2011

El vendedor de la suerte

 


Recientemente me referí a las paradojas de la vida. Pues esta es otra de ellas. Un juego de azar que emití  salió favorecido.  Por andar en las nubes, de mi bolsillo tuve que pagarle al ganador.

Cuando trabajé en la Secretaría de Prensa, con Rosalba mi esposa de aquella época montamos una tienda. Muchísimas horas de los 14 años que se mantuvo la relación ejercí también como vendedor de mostrador. Y fueron innumerables  las veces que llegué al negocio y de inmediato tuve que  colaborar con la atención al público.

Unas veces detrás del mostrador, otras limpiando las mesas, sirviendo cerveza o aguardiente y amenizando el ambiente seleccionando la respectiva música para que los clientes estuvieran contentos y bebieran más..

En la tienda se vendían artículos de primera necesidad, productos de cafetería, licores, helados y dulces. Igualmente se expendía el tradicional juego de azar conocido como chance y por esa época se vendía a través de un talonario en donde se escribían los números que el cliente dictaba..

Por cada juego y con papel carbón, se expedía un original para el cliente y una copia quedaba en el talonario. Luego, en la noche se arrancaban los duplicados y se entregaban a la persona de la agencia local, quien luego de hacer sus operaciones matemáticas se llevaba el 70% del  dinero del juego facturado ese día.

El juego del chance tenía bastante acogida y especialmente en nuestra tienda dejaba buenos dividendos. Normalmente salían ganadores de sumas pequeñas, lo que estimulaba  las ventas por aquello de la suerte del expendedor y en realidad  fueron bastantes las personas que  jugaron sus números cábala.

Rosalba y una empleada eran quienes normalmente diligenciaban los minúsculos formularios. Las pocas veces que yo lo hice todo fue normal, excepto dos veces.

La primera cuando un mecánico de un taller cercano fue a jugar y en ese momento me encontraba solo. Así que hice el juego pero al escribir la cifra de tres  números que me dictó  le entendí mal. Cuando le entregue su comprobante me lo devolvió y dijo que uno de los números no concordaba con los que me había dicho. Instintivamente y además porque el cliente siempre tiene la razón, le dije que no había problema, guarde en mi bolsillo el boleto, hice el correcto y listo.

Al otro día, me llamó Rosalba a la oficina y me dijo que uno de los mecánicos que teníamos como clientes afirmaba, con total aburrimiento,  que yo me había ganado el chance que él no quiso recibir y le contó lo sucedido. Miré la papeleta y efectivamente, ese número devuelto me condujo a ganar 60 mil pesos del año 1993.

Pero la segunda vez, el juego del chance me trajo suerte pero en dicha ocasión fue a la inversa.

El calendario estaba en la primera semana de marzo del año de 1994.  Estaba delegado  en comisión oficial a Chile. Cada misión representaba un ingreso extra por concepto de viáticos. Así que estaba emocionado por ese destino. Ese día, como habitualmente lo hacía, llegue primero al negocio a saludar a la consorte, mirar si era necesaria mi ayuda  y si no, iría al apartamento a estar con mis hijos Diana y Jhonny.

En el momento en que salía, mi mujer dijo que me quedara un momento en la tienda mientras iba donde una vecina a pedirle un favor y recalcó que si alguien iba a jugar el chance le dijera que volviera más tarde.

Efectivamente, entró un señor a quien nunca había visto por esos lados y pidió que le hiciera un chance  de mil pesos a cuatro números, lo que significaba que le apostaba a uno de los premios grandes de ese juego que pagaba por esta modalidad  400.000 pesos.

No seguí la recomendación y diligencié el formulario. El forastero de aspecto rudo recibió su comprobante y se fue. Rosalba no llegaba, decidí entonces arrancar las copias del chance de su respectivo talonario, para cuando llegara con su característico afán el empleado de la agencia.  Arribó, se llevó el juego y  al rato apareció mi ex muy afanada. La calme, le dije que todo estaba bien,  ya se habían llevado el juego y todo estaba sin novedad.

En el nuevo día ya me encontraba en mi oficina deleitándome con exquisito tinto, cuando me avisaron de una llamada de mi esposa. La primera frase cargada de preocupación fue una  pregunta:

-         ¿Mono, usted anoche hizo un chance?
-         Si, pero todo estuvo bien, un señor que no había visto nunca jugo mil pesos….
-         Me interrumpió, si ya mire  y esa copia está acá, no la entregó con todo el juego al joven de la agencia y ese número fue el que cayó anoche, exclamó casi al borde del colapso.
-         ¿Cómo así que quedo una copia? Replique, no puede ser si fui muy cuidadoso…
-         No sé como hizo, pero ese juego se quedo acá……hablamos luego..y colgó.


A la hora me llamó nuevamente y me confirmó. Ese número era el ganador. Ella se comunicó con la agencia  narró lo sucedido, pero le dijeron que ese problema  se salía de sus manos, porque su responsabilidad estaba con los juegos que recogían, no con los que quedaban en los negocios expendedores. Así que nosotros éramos los directamente responsables.

-         Lo único que nos salva, atine a decir, es que el señor que ganó no se aparezca o que ojala haya perdido el boleto.

Pasaron tres días de un desequilibrante suspenso y de cientos de oraciones, varias misas  promesas de enmienda, pero nada surtió efecto. Para nuestra tristeza apareció el feliz ganador. Rosalba le explicó lo sucedido y obviamente el afortunado respondió que esa no era su problema. Tajantemente ordenó  que esa noche me esperaba para hablar sobre el pago.

Nos encontramos le manifesté que no eludiría la obligación pero que me diera unos 10 días para cumplirle, propuesta que no aceptó. Me conminó  a pagarle en cinco días o tomaría sus propias “medidas”. Cuando me dijo de esa forma, su expresión como por arte de la mímica  fue  mucho más ruda.

¿Qué hacer? La única salvación eran los viáticos a Chile. Y esos fueron los que me sacaron del problemita. A los cuatro días me entregaron en dólares el equivalente a 455 mil pesos, para la comisión. Cambié el monto equivalente a la deuda, pagué  y con 55 mil pesos viaje a Santiago a la posesión del presidente Eduardo Frei. Afortunadamente mis compañeros fueron en extremo solidarios ante esa nueva, pero ya común aventura,  de este su grandísimo despistado. 

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