El apacible baño de río lo interrumpió un disparo. De inmediato hubo un relincho y uno de los caballos emprendió una desbocada carrera. Todos los que estaban dentro del agua miraron asustados hacia donde me encontraba. Aún tenía la escopeta en la mano y seguramente tenía un color más blanco que el natural de mi piel. Mi cerebro no atinaba a enhebrar ni una sola palabra en mi boca. Yo era la explicación.
La inolvidable temporada de vacaciones en esa finca de tierra caliente, la experiencia que durante cinco meses tejí la acababa de malograr con mi inexplicable, impertinente y peligroso sentido del humor. Apenas habían transcurrido cinco horas de mi arribo y obviamente comprendí que en contados minutos debería devolverme a Bogotá.
Ese viaje de fin de año al municipio cundinamarqués de Nimaima comenzó a ser planeado desde el mes de agosto. La invitación corría por cuenta de Renzo el Gitano, un vecino de la adolescencia en el barrio La Soledad.
Renzo era Carlos, pero le decíamos así por su gusto por la novela que se transmitía por televisión por esos meses. Inclusive, cerca también vivía Natacha, una hermosa empleada doméstica cuyo nombre también provenía de una conmovedora producción mexicana en la era del blanco y negro.
El plan de descanso tenía como destino una pequeña finca panelera propiedad de los parientes de Renzo. Estaríamos 15 días de las vacaciones escolares de fin de año. La ilusión de ese viaje hizo que ahorrara dinero para comprarme algunos menajes de explorador y que pasara noches despierto imaginándome esa experiencia.
Llegó el día y la madrugada de un sábado emprendimos el camino. En la calle 13, cerca de la Estación de La Sabana , tomamos una de las tradicionales flotas amarillas San Vicente. Presentía que me iba a marear, como siempre me sucedía, pero ese incidente era ya parte de mis vivencias.
Fueron tres horas de marcha automotora hacía el occidente del departamento. En La Vega desayunamos avena fría con roscón, alimentos que desafortunadamente poco tiempo estuvieron en mi estomago. Pasamos por el municipio de Nocaima y llegamos al pueblo de destino.
Allí esperamos para que nos recogieran los dueños de la finca. Llegaron sobre sus cabalgaduras y sobre ellas estuvimos una hora hasta llegar a la finca. Hacia calor y el olor de panela que brotaba de los trapiches endulzaba el montañoso paisaje.
Nos asignaron una habitación y luego de descargar las mochilas y entregar unos presentes a los anfitriones, fuimos al trapiche. Conocí el proceso de fabricación de la panela, la probé cuando está aún en la paila en ebullición y la acompañé con un vaso de leche. Caminamos un rato por los alrededores y llegó el medio día, hora de un fantástico almuerzo servido sobre hojas de plátano que hacían de mantel.
Don Rafael, el dueño del inmueble rural nos anunció que luego de “hacer siesta” iríamos al río a bañarnos porque el calor era muy fuerte.
Una hora después y a caballo nos dirigimos a refrescarnos. . Cruzamos la montaña y llegamos al río. Fui el último en quedar en pantalón de baño. Me daba vergüenza que se burlaran de mi color de piel como en efecto ocurrió.
- Huyyy miren a nuestro visitante como es de moreno, jajajaja, parece un pisco blanco. y se reían.
Espere un rato a que disminuyera al ritmo de las risas y mientras tanto observé a mi alrededor y fue cuando la vi. Estaba recostada sobre una piedra. Era una hermosa escopeta, muy parecida a las que fabricaba con los palos de las escobitas de mis hermanas, y las tablas de los cajones en donde llegaban los tomates. Esas armas largas las elaboraba para mis amigos del barrio y con ellas jugábamos a los vaqueros.
Me acerqué para observarla mejor y decidí agarrarla. La miraba extasiado y un ruido hizo que levantara la mirada. Uno de los caballos comenzó a orinar. Asocie entonces la palabra pájaro con disparo, como en las películas levanté la escopeta y dirigí el cañón hacía el pájaro del equino.
Me dispuse a hacer el tradicional disparo mental con su onomatopeya ¡Pum! y dejar la escopeta en su sitio, cuando en verdad salió una bala, el sonido fue real y el movimiento de la escopeta me hizo soltarla.
El pobre jamelgo relinchó y emprendió carrera por entre la maleza. Don Rafael emitió un sonoro grito. Toda la familia salió del agua. El dueño de la finca, se acercó, su cara estaba pálida como la panela que hacía, recogió su arma, se acercó a su esposa, le dijo algunas palabras mientras manoteaba airadamente y con dos de sus hijos y el mayordomo montaron en sus caballos para ir detrás del animal..
Mientras tanto, mi amigo Renzo no atinaba a decir nada. Solamente me miraba y su palidez debió ser como la mía, o mejor como la de todos. La esposa de Don Rafael, se acercó y me dijo de muy malas pulgas que me vistiera que nos devolvíamos para la casa.
La vergüenza me obligó a no salir de la habitación. Renzo ya había descargado su inconformidad con mi indescriptible proceder. Salió de la habitación y al rato regreso con expresión de angustia. A lo lejos logré oír a la dueña de casa intentado tejer un perfil sicológico mio.
- Jhonny, la cagó y por su culpa tenemos que irnos ya, manifestó Renzo. Mi tío Rafael no nos quiere ver por acá cuando regrese de buscar el caballo. Así que coja su mochila y camine, dijo con unl timbre cargado de congoja.
Así fue, salimos. Los integrantes de la familia estaban pendientes de nuestra ida. La única que se despidió fue la pequeña hija de cuatro años. El hijo del mayordomo nos acompañó hasta Nimaima para emprender el regreso. Carlos no decía nada. Nos acomodamos en los asientos de la flota y ésta emprendió el retorno.
El bus se fue llenando de pasajeros. Luego de pasar por La Vega , se subieron un grupo de chicas quienes tuvieron que viajar de pie. Su alegría fue contagiosa. Una de ellas me pidió el favor de llevarle una grabadora con tornamesa incluido, aparato que quedo conmigo cuando bajaron y lo olvidaron. Conté a Renzo lo que había pasado y se puso muy contento. Le dije que no había problema que podía quedarse con ese equipo si prometía no decir nada de lo ocurrido en mi casa.
Sorprendida mi familia me recibió y explique que el dueño de la finca había enfermado y tuvo que ser hospitalizado, razón por la cual su esposa debía permanecer con él y no quedaba quien nos atendiera.
Pasaron unos 15 días cuando a mi casa llegó una comisión de Nimaima. Estaba Don Rafael y uno de sus hijos, los acompañaban Renzo, la mamá y su bella hermana. Pidieron hablar con mi papá quien los hizo seguir.
- Miré señor López, dijo Don Rafael, el día que Jhonny y Carlos estuvieron en mi finca, su hijo cometió una gran imprudencia y le disparo a uno de mis caballos, el cual del susto se espantó, se desbocó y rodó por uno de los abismos. Lo tuve que sacrificar. Así que me deben el animal.
Mi papá, mi mamá, seis de mis hermanos y hasta la empleada doméstica lanzaron sus miradas hacia mi. La exclamación de mi madre fue la que rompió el asombro:
- ¿Cómo? ..que el Jhonny le disparó a uno de sus caballos, ¿no puede ser? Si yo le he enseñado a comportarse a no coger lo que no es de ellos, “puñetero chino”, tradicional frase de disgusto de ella….
Mi papá estaba mustio. En silencio. Apoyaba la quijada sobre su puño derecho.
Don Rafael explicó con mucho detalle lo sucedido y matizó su denuncia con lo importante que era ese animal para su finca porque ayudaba en el proceso de fabricación de la panela. A renglón seguido solicitó que que le repusieran ese caballo.
¿Y de cuanto dinero estamos hablando? Preguntó el viejo….
- Pues no sé aún, respondió Don Rafael, porque la verdad esa bestia ya estaba vieja. Pero lo que en realidad deseaba era que ustedes se enteraran para que Jhonny no vuelva nunca más a cometer esas locuras.
- Más bien Señor López, continuó, Carlos me contó que usted es veterinario lo que le propongo es que me ayude a conseguir con sus amistades un buen caballo y a un buen precio y listo. Eso es todo. Entonces a través de Carlos me avisa.
A las pocas semanas mi viejo logró que le vendieran un bello potro a Don Rafael. El asunto quedo saldado, pero me extrañó que no me volvieran a invitar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario