Me llamaron a almorzar y decidí interrumpir el proceso de cambio de color de unas tablas. Puse la tapa sobre el recipiente en donde estaba la pintura negra que había trasvasado de su respectivo tarro.
Dejé la brocha en remojo con tiner, limpié manos y antebrazos. No hubo nada que lamentar como en otras múltiples ocasiones en donde derramé pintura, teñí la ropa o como aquella vez que pinté la bota vaquera derecha al no acordarme que el balde con pintura estaba junto a la banquita desde donde cambiaba de color el techo.
Estaba en la terraza y con tantas malas experiencias esta vez fui muy precavido. Me puse ropa vieja, tendí papel sobre el piso, cada movimiento lo calibre y así mi labor de pintor estuvo alejada de la posibilidad de causar algún daño a algo o alguien.
Al rato bajé por la escalera de caracol que se ubica dentro de un pequeño patio de ropas y me dirigí a almorzar. Finalizábamos el exquisito ají de gallina preparado por la suegra, cuando ella solicitó un poco de pintura negra.
Por la tarde fui nuevamente a la terraza para bajar la pintura. Obviamente que no recordé que únicamente había puesto la tapa sobre ese envase plástico. Así que tome dicho recipiente no por la parte inferior, sino nada menos que por la superior, o sea por la tapa.
Ésta no se soltó en el acto porque la pintura la había adherido.
Bajaba por la escalera de caracol y en la mano derecha llevaba la pintura y en la izquierda la brocha. Iba sobre el segundo piso, cuando de pronto el recipiente se soltó y quede solamente con la tapa entre los dedos pulgar e índice.
En segundos, gran parte de los que estaba blanco en el patio de ropas desapareció para dar paso a su antónimo color: el negro.
No podía ser. Unas prendas que estaban allí tendidas, la lavadora, el piso y una pared con pecas negras quedaban allí, producto de mi inevitable desacuerdo entre lo que pienso y lo que hago.
Terrible. Hice cuentas del tiempo que disponía para enfrentar la emergencia mientras mi esposa y su mamá dormían la siesta y aproximadamente calculé una hora para efectuar la más rápida operación “no a los rastros”.
Así que lo primero fue buscar el desmanchador y recoger la ropa afectada. Subir a la terraza y en un balde con agua echar el químico y dejar allí la ropa en remojo. Luego, bajar tiner y papel periódico. Tomar el recogedor de basura y una lata para acopiar el espeso líquido, empapelar la lavadora y el piso para absorber pintura.
Después acudí a algunas de mis camisetas de algodón para que sirvieran de trapos, untarlas del maloliente tiner y comenzar a limpiar el electrodoméstico y el piso que afortunadamente es en baldosa. Era verano, sudaba, la presión por el tiempo me angustiaba, pero poco a poco el blanco iba apoderándose del patio de ropas.
Estaba finalizando cuando la puerta se abrió y apareció mi esposa.
- ¿Y eso…. qué hiciste?
- Ahhhh, que bajaba con la pintura y se soltó el frasquito.
- ¿Y la ropa de que estaba ahí la botaste?
- Noooo, está arriba entre el desmanchador ……
- Ayyyy noooo, esa ropa es de mi mamá y ya sabes como se pone cuando haces alguna pilatuna…..
Y de inmediato subió a rescatar esas prendas. Desafortunadamente ni mi rápida reacción las salvo. Lo que si logré rescatar fue la lavadora y el piso. Demoré en remediar las pecas negras de la pared, porque debí salir a la ferretería para comprar pintura color beige y darle una buena mano de brocha. La suegra no se dio cuenta.
Terminada la reparación de males y el propósito de enmienda, le confesé a mi suegra mi pecado y de paso dí gracias porque esta vez la suerte no me llegó tan negra.
je, je, je... ¿Qué hiciste mi amor? :D
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