viernes, 29 de abril de 2011

Ese bocadillo en mi bolsillo



Aprovecho este repaso por la parte más conocida de mi vida, para vanagloriarme de que soy descendiente directo del creador del bocadillo (lonja) de guayaba en rollito, relleno de arequipe y rociado con azúcar.  Este honor es de mi abuelo paterno Carlos, a quien recuerdo otra vez.

Tuve la costumbre de guardar en mis bolsillos tantas cosas, que Aurora, la empleada de la casa, cuando iba a lavar mi ropa, se prevenía, puesto que muchas veces sufrió en sus dedos las pinchadas provenientes de ganchos y  alfileres. Mis bolsillos eran una caja de Pandora.

Así que regularmente me llamaba para hacerme un inventario con lo que encontraba en ellos.

-          “Niño don Jhonny”, como me decía desde la vez que muy molesto le dije que ya había crecido para que me dijera niño: ¿qué hago con todo esto? Y me mostraba  toda una cantidad de basura, aparte de pedazos de galleta, dulces y muchas moronas de pan.

Nada valió para quitarme esa costumbre ni siquiera la vez que por un pan fui junto con varios amigos a lavar baños a la  estación de policía de la calle 40, Una noche la autoridad nos hizo una  requisa y uno de los uniformados tocó algo extraño y duro en el bolsillo de mi chaqueta y con voz de alerta me exigió que sacara “ese elemento con sumo cuidado”.

Ante la expectativa de los otros policías y de mis amigos metí la mano al bolsillo y lentamente saqué con la punta de los dedos de la mano derecha, un pan que además de ser francés, debería llevar guardado por lo menos un mes. Este episodio hizo que mis amigos soltaran la risa y que la autoridad sintiera que nos estábamos burlando. Por eso a la 40 fuimos a dar.

Bueno, entonces, con esa costumbre, el hecho de mayor trascendencia estaba por llegar.

Cierto día visité a mi abuela. Allí seguían fabricando esos deliciosos bocadillos. En una bolsa me dieron unas cajas con el manjar para llevar a mi familia y uno más para que comiera por el camino. El espectacular bocado iba envuelto en un pedacito de servilleta. Cómo tenía unas enormes ganas de fumar, decidí guardarlo con mucho cuidado en el  bolsillo de la chaqueta. Saqué de la camisa el cigarrillo que con tanta ansia deseaba desde hacía horas y me fui fumando.

Exhalando nicotina, llegue hasta la carrera 30 para tomar el transporte y ahí precisamente venía la buseta. Apenas tuve tiempo de tirar el cigarrillo para subirme al vehículo que se detuvo en el semáforo. Pasé la registradora, me aferré con la mano izquierda, en la que llevaba las cajas con el dulce,  del tubo que va en el  techo y metí con fuerza  la mano derecha para sacar el dinero del pasaje.

La sensación fue extraña. Parecía como si la mano se hundiera en algo movedizo.  El billete y las monedas estaban ahí precisamente. Ni modos de volver a sacar la mano. Si lo hacía me expondría al escarnio público. Ya me imaginaba al chofer gritando y manoteando con sus dedos untados de arequipe con pedacitos de guayaba y azúcar, intentando despegar el dinero del pasaje.

Y también, la expresión de asco de los pasajeros observando como mi pegajosa mano se agarraba del tubo, volviendo una completa cochinada el importante accesorio del vehículo de transporte público.

 
Entonces lo mejor era no sacar la mano de su sitio ni de fundas. Apenas estaba pensando en la forma de sortear tan incómoda situación, cuando el conductor comenzó su letanía:


-    A ver joven, ¿qué le  pasa que no paga?
-          Hola, ¿cree que lo voy a llevar gratis?
-          Si no tiene plata, ¿por qué no se fue a pie?
-          Mejor dicho, o paga o se baja….determinó.

Sentía que todos me miraban y yo no sabía que responder. De pronto surgió el ángel de la guarda en una señora que me llamó con un “psssss, psssss”. Al voltear me encontré que esa honorable dama  me extendía unas monedas para mi pasaje. Como el chofer seguía en su cobro coactivo, decidí calcular el momento preciso para soltarme del tubo, hacer equilibrio, recibir la plata e ir y entregársela al señor conductor.

Me solté, di dos pasos, expresé mi agradecimiento a la benefactora, recibí las monedas con dos dedos, por que los otros agarraban el talego, mientras mi mano derecha seguía bien guardadita (pegadita) en el bolsillo. Abrí las piernas para guardar el equilibrio e intentar devolverme para pagar, cuando el chofer viro bruscamente y ante el peligro, mi instinto de supervivencia hizo que las manos fueran mi  salvación.

La derecha salió con una velocidad impresionante de su escondite para posarse en la cabecera de una de las sillas de la buseta, a pocos centímetros del  cráneo de un señor.  Muy pocas personas se dieron cuenta de lo que había ocurrido y por supuesto la risa y el chismorreo brotaron en un sector de la buseta.

Volví a meter la mano a su ocasional guarida, pagué y afortunadamente me pude sentar. Iban 20 minutos de un vergonzoso viaje, con un sofoco increíble, mirando solamente hacía un lado, cuando me dí cuenta que el transporte se detuvo para que se subieran varios estudiantes, así que decidí que lo mejor era bajarme.

Seguro que alguno de  esos pasajeros, se untó de bocadillo de guayaba, arequipe y azúcar y seguro también que en vez de recordar a mi abuelo, lo que hizo fue mentarme a mi madre.

 

viernes, 22 de abril de 2011

¡Se han robado a mi hija!



Cuando mi hija Diana tenía cuatro años de edad e íbamos a supermercados y/o centros comerciales, una de mis diversiones era ponerle las pelucas de los maniquíes que se encontraban en la sección de ropas y también alguna prenda de tamaño grande.

De esta manera unas veces era pelirroja, otras de cabello negro, pelo largo, crespo, liso, tenía blusas tallas L, brasieres, etc. En fin,  todos los estilos de la moda pasaron sobre ella, para goce de su padre. Muchas veces tuve que agacharme y cogerme la barriga por los ataques de risa que me daba verla como cambiaba.

Era un espectáculo, porque cuando le ponía esas prendas semejaba una escena de la famosa película de E.T, cuando los niños sacan al extraterrestre tapado con una manta en un día de brujas. Llegué al colmo, inclusive, de vestirla expresamente pensando en la peluca que luciría determinada fecha. Todo para mi exclusiva diversión.

Así pasaron muchos meses. Cafam de la calle 51, el de La Floresta, Galerías y en esa época Casa Grajales, en Unicentro, el Ley, entre otros,  fueron  tiendas que sirvieron de pasarela para mi hija y de escenario para que este desalmado papá pasara ratos de absoluta felicidad.

En mi rutina de diversión, me desplacé con mi amada hijita a Cafam de la calle 51 a comprar algo para el  regalo a un familiar. Miré allá, acá, al otro lado y no encontraba nada que me gustara. En todo momento llevaba a la niña de la mano.

Un suéter me llamó la atención. Así que solté la mano de Dianita para extender y ver mejor el producto, tocarlo y mirar el precio. Puse nuevamente la prenda en su lugar y miré hacia abajo buscando a mi compañerita de compras y no estaba.

Mi metabolismo se aceleró al máximo y la sangre parecía que se acumulaba en el cerebro. Estaba a punto de estallar, la respiración se entrecortaba miraba hacia todos lados y una sola palabra se me fijo en la mente: Secuestro. Reacción inmediata. Gritar:

n      ¡Se robaron a mi hija, por favor ayúdenme!

IMe desplacé hasta donde la cajera intentaba hablarle pero  mi voz no salía. Estaba en pánico. Ella me decía que me tranquilizara. Al fin pude respirar unos segundos normalmente y decirle que mi hija no estaba. La señorita llamó por una radio, llegaron de seguridad les hice una descripción, les mostré una fotografía que llevaba en la billetera y les enfaticé como iba vestida.

n      Tiene puesto un saco de color rojo, un vestido azul claro con bordes verdes oscuro, medias blancas y zapatos azules, les dije. El jefe de seguridad iba repitiendo por su radio. Yo miraba hacia todos lados, caminaba, corría, me iba a desmayar. Mejor, estaba en franca agonía.

Subí y baje muchas veces y fui a las dos puertas de acceso del supermercado. Los porteros me decían que no había visto una niña de esas características. Pasaron por lo menos diez eterrnos minutos. Lloraba, estaba a punto de un infarto.

Retorne al lugar en donde estábamos con Diana y nada. Ropa por todos lados, maniquíes, letreros, de pronto algo me llamó la atención: Entre los muebles de ropa sobresalía una masa de pelo color rojizo y al estilo afro. Se desplazaba, pero parecía como si no tuviera cuerpo.

Por puro instinto hice una mirada general intentando buscar algo que concordará con esa imagen y logre hilar: Había un maniquí calvo y la que debería ser su peluca era la que caminaba. Me fui corriendo y gritando Diana, Dianita.

La peluca se detuvo. Cuando estuve cerca vi ese tremendo afro y un saco grande de color turquesa que se arrastraba. El afro giró y era mi hija con una sonrisa de oreja a oreja.  Ella sola hizo lo que yo acostumbraba. Le quito la peluca al maniquí y además se puso un saco.

No se cuantas veces pasé por su lado. Fui víctima de mi mismo.

domingo, 17 de abril de 2011

Un loco que se hace pasar por periodista



En el departamento de Antioquia, se inauguró la hidroeléctrica de San Carlos y encabecé el equipo de prensa oficial. Las instrucciones desde Bogotá para el viaje fueron sencillas. Básicamente era estar pendientes del helicóptero de prensa que nos llevaría de Rionegro al lugar de la ceremonia y de regreso saldría de segundo. De perder ese vuelo, estaríamos en problemas.

Llegamos a nuestro primer destino y antes de bajarnos del avión, el edecán nos dijo que por comodidad dejáramos nuestros sacos y corbatas, pues el calor dentro de la central nos incomodaría. Acatamos la recomendación y así nos fuimos. Todo se  hizo de manera coordinada. Nuestra labor dentro de la hidroeléctrica no tuvo inconvenientes y terminados los actos protocolarios, me fui a dar una “vuelta” por la mega obra, con tan mala suerte, que me resbalé y me enlodé todo.

Para colmos, al regresar, ya mi equipo se había ido y los vuelos que salían eran para transportar al numeroso grupo de invitados.

Despegaron, uno, dos, tres, cuatro,  helicópteros, los relojes marcaban  las tres de la tarde. No había aún un cupo disponible. El último vuelo era antes de las cinco, hora autorizada por la Aeronáutica Civil para esas naves en sus desplazamientos hasta el terminal aéreo de Rionegro.

Por pura casualidad pude subirme en ese vuelo. Que descanso. Allá en el aeropuerto seguro que encontraría instrucciones para mi regreso y hasta de pronto, el avión presidencial no habría despegado por alguna vuelta que estaría haciendo el presidente.

A los pocos minutos de recorrido, se divisó la ciudad de Medellín. Se me hizo  extrañó porque para seguir al aeropuerto de Rionegro, no se pasaba por la capital. Sucedió lo que temía. Aterrizamos en el aeropuerto Olaya, en el centro de la ciudad. Al preguntarle al piloto la razón, m dijo que por la hora no alcanzaba a seguir.  

Nada que hacer. Todo estaba en mi contra. Salí de la pista y me dirigí hacía la salida del terminal, cuando observé que de un taxi se bajaba apresurado un señor. Parecía un ejecutivo.

Fue directamente a la venta de tiquetes y pidió uno para volar por Helicol a Rionegro, pues en esa época existía la conexión entre terminales aéreas por helicóptero. La encargada le manifestó que ya eran más de las cinco y que ya no saldrían aeronaves. Le preguntó al pasajero la hora de su vuelo y  le dijo que alcanzaba a llegar  por tierra.

Cuando escuche “tierra”, dije esta es mi salvación. Es la única alternativa de llegar al aeropuerto. Así que mientras el señor se dirigía al taxi y entraba por la puerta izquierda, yo lo hacía por la derecha.

Cuando me senté, el pobre señor quedó perplejo, asustado y al parecer también el conductor. Ninguno me dijo nada.  No me acordaba de mi aspecto

-          Disculpe, señor, necesito llegar a Rionegro. Mire yo venía en al avión presidencial, pero allá se me quedó el saco con mis documentos, dinero y tarjetas de crédito.

El señor abría sus ojos.

-          Estábamos con el presidente Barco en la inauguración de la hidroeléctrica de San Carlos y me quedé del helicóptero de prensa. Por eso voy a Rionegro…

Los ojos del señor estaban desorbitados y por el retrovisor, el taxista no salía de su asombro.

- Créame, no estoy loco señor, es una situación incomoda..

El señor, parecía que quería saltar del vehículo en marcha. El taxista increíblemente estuvo en silencio, calmado.

Decidí callarme. Durante todo el camino por la vía de Santa Helena, el pasajero me miró de reojo, su mano tensa apretaba la manija.

Llegamos al aeropuerto. Di las gracias y me fui a buscar información del avión presidencial. Imposible. En la sala de prensa del terminal, me facilitaron un teléfono, gracias a que la encargada, afortunadamente me conocía, aunque ese día si le quedo un tanto difícil por la máscara de lodo que me cubría. 

Llamé al presidente de ISA, constructora de la Hidroeléctrica, le expliqué  lo sucedido. Me dijo que tomará un taxi, fuera a un hotel reservado por ellos y me hospedará. Al otro día tuve mi  tiquete de regreso a Bogotá

miércoles, 13 de abril de 2011

Sexo y costura


Para celebrar  el Día del Amor y la Amistad, tuvimos con mi novia la gran idea (ganas) de ir a una de las tantas residencias recién inauguradas del sector de Chapinero. Solamente disponíamos de dos horas para honrar esa gran fecha.

Los relojes marcaban las ocho de la noche. Habíamos ido a cine, luego a comer pollo en la 63 con Caracas.   Así que lo mejor para finalizar el estupendo programa era conocer uno de esos lugares. Estábamos muy cerca, como si todo hubiera sido planeado.

Pero perdimos los primeros 10 minutos en dos  residencias ubicadas una junto a la otra. Estaban llenas, y sin embargo el portero “fue a mirar” si alguna pareja  ya había claudicado. No, todas  gozaban de buena salud. Pasamos a otra casa que estaba al frente y de cuya existencia nos dimos cuenta no por la parejas que entraban y salían, sino por el señor con una ruana roja,  que nos llamó y aseguró que ahí si habría “cupo” en unos momentos.

Entramos. Yo no era muy conocedor de estos lugares y mi chica menos. Era la primera vez que ella……..entraba a una residencia. Lo curioso para ambos entonces fue encontrar una sala de recibo, como en un consultorio, con varias parejas sentadas, esperando su turno.

El asunto era muy incómodo. Las mujeres tenían la mirada dirigida al suelo. Nosotros, los hombres, nos mirábamos las parejas de reojo. Pasaban los minutos y nada que anunciaban un número, suponía, porque por apellidos, si que ni de fundas.

Por fin, hicieron seguir a una pareja. La del señor calvo, bajito y gordo, con la muchacha también con sus kilitos y de vestido verde. Entendí que era una fila, pero todos sentados. A ese paso, nuestra oportunidad se iba con el tiempo, el desespero nos tenía exaltados.

No pude más y fui donde la señorita de esa recepción.

-          Buenas noches señorita. Mira, lo que pasa es que se me acaba el tiempo que me dieron los suegros para llevar a su hija. Me puede ayudar, por favor, debe haber una habitación libre. Mira que quedarse con las ganas es malo…..

La señorita sonrió. Ufff buena señal.

-          Espera, me dijo, agarró el auricular y  llamo: Alo, Mayra, ¿sabes si la señora Magola utilizará esta noche el cuarto? ¿No sabes? lHummm, Si, cierto, es pura suerte. Le diré eso y colgó .

-          A ver, comenzó a hablar muy sería, hay una habitación pequeña con su cama y lo todo lo demás. Pero allí es posible que la utilice también una de las señoras que trabaja acá, porque allá se arregla la ropa de cama. Lo más seguro es que ella esté pendiente del servicio a las habitaciones, pero esa es apenas la única posibilidad que existe. Es bajo su responsabilidad.

Me encontraba tan emocionado por la posibilidad, que no le puse atención a la parte final. Así que terminaríamos la noche 

-          Como nos queda poco tiempo, nos arriesgamos. ¿Pero me hará una rebajita no?

Listo dijo la chica. Pero tiene que salir. Afuera lo espera el empleado del parqueadero y él los va a hacer seguir por otra puerta, porque si lo hacen por acá nos linchan. A ese muchacho  le paga  el precio que convenimos.

Hice una seña para que se parara, ella, mi novia, la tome de la mano y le dije en voz alta:

-  Linda, ¡mejor vámonos! y lo hice enfatizando en forma sádica la frase, para dejar en el ambiente de ese lugar la “impotencia” contra las circunstancias. No le dije nada de los detalles de la habitación ni mucho menos de una posible irrupción.

Efectivamente, salimos y entramos por otra puerta. Ella sonrió y me apretó la cintura. Cruzamos un patio y entramos a una alcoba bien amoblada, solo que en un rincón había un objeto grande tapado con una lona. Pagué lo acordado al muchacho. Por fin la hora que quedaba era toda nuestra. La pasión se despertó con muchas más ganas con las que entró.

No habían pasado diez minutos, estábamos desnudos, cuando tocaron a la puerta.  Sorpresa.

Abrí y entró una señora ya de edad, sería, bajita, con uniforme azul y blanco y una talega de tela. Permiso, sigan, no se preocupen que yo vengo a hacer mi trabajo. Caminó hasta el fondo, quitó la lona y apareció una máquina de coser Singer.. Sorpresa.

MI amor, por que la dejaste entrar, interrumpió nuestra privacidad, sácala, a la vieja.


-          ¡Qué falla!, el tradicional sonido de la Singer se tomó el ambiente, mientras que en nuestros corazones las puntadas del amor carnal se iban descociendo.

Me senté desnudo sobre la cama, ella, mi novia, a medio sentar en la parte de arriba. Pasaron los minutos,  la señora cosió y cosió sabanas. Recogió, tapó la máquina de coser y salió. Nosotros lo hicimos detrás de ella. Nuestro Día de Amor y Amistad había terminado de la forma más original:  En una residencia y de espectadores desnudos de una sesión de costura.


domingo, 10 de abril de 2011

Como conductor, mejor peatón



Tomás, era dueño de un Wolsvagen de color rojo. Éramos grandes amigos de familia y los fines de semana y en vacaciones me gustaba pasarla en su hogar. Salir con él era divertido, pues permanentemente andaba de excelente humor y además, era muy  generoso al gastar.

Constantemente le decía que me dejara conducir su vehículo, pero se negaba con la excusa que no sabía manejar, no tenía licencia y él no quería arriesgar su “carrito”.

Un día, porque siempre llega ese día, tuvo que ir a hacer una diligencia a la mamá. Era muy cerca. En la calle 44 abajo de la avenida Caracas. Estaba prohibido estacionarse en la calle, así que Tomás me dijo que iría solo, que mejor me quedara y además dejaría las llaves, por si tuviera que ir a dar una vuelta a la manzana, en caso que divisara al policía de tránsito o “chupa”.

No bien se había marchado mi amigo, y me entraron las ganas de darme una vuelta  en el “carrito”. Me pasé al asiento respectivo,  revise que la barra de  cambios estuviera en neutro, prendí, al frente estaba estacionado un Renault 4 beige.

Tenía que poner la reversa, estuve seguro de hacerlo, solté el closh y aceleré. El carro rojo no retrocedió y se fue sobre el beige. El golpe fue duro. Mire a mi izquierda y sobre el andén estaban unos obreros pavimentando esa vía  peatonal.

-          “Qué man tan bruto. Hola chino, si no quiere que el dueño lo coja a coscorrones lárguese ya. No hemos visto nada. Pa antier es tarde”., dijeron.

Sí, tenía que huir. Palanca de cambios, posición de reversa, closh, acelerador al fondo y……otra vez contra el amigo fiel. Ahora  si, el golpe al Renault fue más duro.

Miré a mis cómplices. Estaban anonadados. No atinaron sino a menear sus cabezas, como reprobando mi proceder. Ahora sí la huída era de vida o muerte. El pavor me hizo poner por fin la reversa pero también acelerar más de la cuenta. Resultado: Fui a dar contra la puerta de madera de un garage, pues me subí por la plataforma del andén.

Otra mirada a mi ocasional público. Sus ojos estaban desorbitados. Metí primera iba a arrancar cuando me cerró una patrulla de la policía y se bajó uno de los uniformados.

-          A ver mono, documentos. Ordenó. Le entregué la cédula.
-          Pasé de conducir, pidió mientras extendía su mano derecha.
-          Se me quedó en la casa señor agente. Si desea vamos hasta allá que mi mamá lo alcanza.
-          Pero le va a tener que decir a su mamá que esto no se  arregla así no más, y sonrió. Bueno chino, me dijo, maneje hasta su casa que yo me voy con usted.. Y se subió a mi lado.

Peor la situación. Si no podía coordinar cuando estaba solo, menos ahora. Prendí, arranqué y se apagó. Otro intento, tampoco. Iba por el tercero cuando el agente me dijo ya de mal genio.

-          ¿Sabe qué joven?, mejor pásese acá, yo conduzco y vamos a su casa.

Miré a los obreros. Su expresión esta vez era de terror. El policía arrancó seguido de la patrulla y nos dirigimos a la casa de mi amigo. Allí le conté a Doña Olga, la mamá, lo sucedido, salió habló con los policías y les entregó unos billetes.

-          “Hay Jhonicito mijo, usted si que hace unas…me imagino a Tomás cuando salga y no vea el carro”. Timbró el teléfono. Ella contestó:

-          Mijo, ¿qué unos obreros le dijeron qué…? Ahh no se preocupe que el carro está acá y Jhonny también.


Tomas llegó al rato, aún estaba  pálido.

- No hermano, usted si que es un peligro. Los obreros me contaron todas sus embarradas. Vi lo que le hizo al Renault y cómo dejó la puerta de ese garage. Afortunadamente no salieron los dueños y tampoco la policía se dio cuenta.  Tuve que darles unos pesos a los obreros para que no dieran los datos del carro.

jueves, 7 de abril de 2011

El cura que defraudó fieles peruanas



Ni el más imaginativo de mis conocidos, me auguraría que algún día me confundirían con un religioso y lo más grave, que me acusarían de jugarle sucio al celibato.

Cuando llegué hace seis años a Lima, lo hice con el fin de conocer a Lizette, mi enamorada virtual y también con la esperanza de conseguir  un quehacer profesional. La edad y mi experiencia fueron  un gran obstáculo para esto último.

Pasaron los tres meses de permiso y solicite la  primera prórroga de estadía. Algo tenía que surgir y así fue. No era nada de lo que podía imaginarme, pero ante la situación económica, era una alternativa y también una gran experiencia.

Sería editor y vendedor de oraciones católicas. La idea surgió de una charla con mi novia, quien en una época incursionó en la iglesia católica y tenía además una fundación de ayuda para niños pobres. Ella conocía bastante del mercado religioso y allí surgía la posibilidad de conseguir recursos para los pequeños y para mi subsistencia.  Así que nos pusimos a investigar y detectamos que las oraciones eran un excelente nicho, como dicen los expertos.

De esta forma, creamos unas sencillas oraciones con un excelente diseño y buenos precios. Ya teníamos ubicados los templos  en donde regularmente ofician misas con gran asistencia.

Efectivamente. Junto con muchos vendedores ambulantes de artículos religiosos, comenzamos a vender en las afueras de las iglesias. Sobre unas hojas de papel gigantes poníamos las oraciones y algunos retablos. Mii acento llamaba la atención.

Poco a poco fuimos haciendo clientela y en la medida en que ésta crecía se fue corriendo el rumor de que yo era un religioso colombiano. Así que no le puse mucha atención a los saludos de las señoras y las muchachas.

-          Hola padre, buen día. Estamos tan contentas que mi diosito lo haya traído por estas tierras. Sabemos que es un misionero y que acá tiene obras sociales.  Por eso y porque las oraciones son hermosas, nos gusta comprarle para obsequiar en nuestra comunidades., decían.

Nunca se me pasó desmentir esa imagen. En una época, las ventas bajaronn porque nuestra mercancía saturó el mercado, creamos entonces "Noches Católicas en un Pub”. Nos aventuramos a esta original idea, al conocer a un sacerdote (verdadero) muy conocido por ser canta autor y tener su grupo musical.

Para el estreno de la simpática idea, convencimos a la dueña de una taberna ubicada en Barranco, para que un lunes le ofreciera las ventas al Señor. Hicimos la respectiva publicidad, el padre nos acompañó y hubo lleno total.

No se vendía licor. Solo bebidas calientes y comida. La música del cura era buena para bailar, así que saque a bailar a Lizette. Bailamos algo apretados y luego nos fuimos a un rincón a besarnos.

Ese lugar era el paso obligado al baño. Así que una de las asistentes al espectáculo nos vio y de inmediato fue a comentar lo que el misionero colombiano estaba haciendo. No habíamos sospechado nada y cuando nos acercamos a nuestra mesa,  las señoras me  llamaron, me rodearon  y una de ellas me dijo casi a gritos

n      Padre, es el colmo que usted  venga a este país a dar semejante ejemplo. Que falta de respeto. Inventarse una función de estas solamente con el fin de tener un sitio para pecar. No lo queremos más en nuestras vidas.

El cura que animaba la velada,  tuvo que interceder antes que me lincharan con maldiciones e improperios. Desde la tarima con el micrófono explicó que yo no era misionero, no era un aprovechado, nunca dije que era un religioso y además, tenía todo el derecho de estar con mi enamorada.  Mi pecado fue olvidarme de parar los rumores.

martes, 5 de abril de 2011

Espía por unas horas


Trabajaba para la campaña presidencial de Virgilio  Barco. Era el año de 1986 y  de un momento a otro mis funciones  periodísticas  cambiaron. Ahora mi fuente sería el candidato contrario, Álvaro Gómez Hurtado. La recomendación principal fue: “Sígalo con mucha prudencia, que no se den cuenta que usted es de las toldas adversarias". 

Luego vinieron las instrucciones: Ronde todas las actividades del candidato conservador por todo el país, tome fotografías desde diversos ángulos, haga cálculos del número de seguidores en sus manifestaciones,  datos de quienes la organizan, personajes famosos que lo siguen, ponga atención a los discursos, grábelos y envíenos la versión. Tenga un archivo con los discursos transcritos.

Contaría con todo el apoyo económico desde la capital y si surgiera algún problema, el respectivo directorio político departamental, me ayudaría. El énfasis para el encargo profesional fue “total discreción”.

Mi estreno fue a los pocos días en Bogotá. El doctor Gómez Hurtado, presentaría en la noche un documental en la sede de una conocida aseguradora. Iría y haría el trabajo de campo. Muy sencillo.

Salí con anticipación de la sede política, tomé un bus hacia el norte de la capital, iba con un buen margen de tiempo. Aproveche y anote algunos puntos a tener en cuenta. Como cosa rara, hubo congestión vehicular y hasta allí llegó  mi tranquilidad.

Cuando entré al auditorio, la película ya se proyectaba. Pensé en desplazarme atrás, pero incomodaba a los asistentes. De pronto, la  voz de una señora me oriento y me dijo que a su lado había un asiento disponible. Me senté.

Terminó el documental, prendieron las luces del salón y también la de las cámaras de televisión que se acercaron al lugar en donde yo estaba ubicado, para entrevistar a la señora Margarita Escobar de Gómez, la esposa del candidato y la voz que a oscuras me sacó del apuro. 

Al otro día al llegar a la campaña, uno de los asesores, me hizo señas para que lo siguiera a uno de los salones y me presentó muy serio: Señores, el es el periodista – espía que la campaña destinó para seguir al doctor Gómez  Hurtado. Uno de los asistentes se paró y dijo: Pero nuestro espía sabe muy poco de pasar desapercibido, porque anoche lo ví por televisión, al lado de la esposa del doctor Gómez Hurtado.

Todos se miraron incrédulos. Después tuve que convencer a mi jefe que no habría problemas que cumpliría. Y así lo hice, pese a que casi todas las veces en las manifestaciones, desde la tarima, la voz del amigo Julio Cadena me saludaba: “Hola espía”, de que en varias ocasiones las hijas del doctor Álvaro Gómez fueron a mirarme, “muy intrigadas” y que de la campaña Gómez me llamaban a la de Barco para dejarme razón de las giras del candidato.


domingo, 3 de abril de 2011

¡Todos a orinar!




Cartagena. Centro de Convenciones. Se desarrolla en esta ciudad en el mes de junio del año 1994, la IV Cumbre Iberoamericana de Presidentes y Jefes de Estado. El despliegue humano es inmenso. Allí en ese mar de nacionalidades, de profesiones, responsabilidades, se encuentra  quien escribe.

Todos los funcionarios debemos responder por varias actividades. A parte de la recolección y despacho de información, está la atención diaria a los más de tres mil periodistas que cubren tan magna reunión.

Un día mi misión es guiar a un grupo de comunicadores  para la rueda de prensa que varios mandatarios ofrecerán en el auditorio de Getsemaní. Para el efecto, debo ir hasta la puerta de entrada del Centro de Convenciones, y en una estricta fila llevarlos al lugar ubicado en el segundo piso.

A la hora convenida, los colegas se reúnen, les explico las instrucciones y les hago énfasis en que  deben hacer fila para el ingreso y así, ordenados, tienen que seguirme hasta llegar al destino en donde se ubicarán en el sitio especialmente asignado.

Doy la indicación para que sigan e iniciamos la marcha. Por lo menos son unas 100 personas entre periodistas, camarógrafos y fotógrafos. Todos van  muy juiciosos detrás de éste, su guía.

Subimos al segundo piso, lugar en donde se encuentra el auditorio. Para llegar a el, hay que caminar un buen trecho porque está ubicado casi al fondo. Por todos lados hay congestión. Los idiomas se confunden. Entre ese desorden brillan por su elegancia y porte, una escuadra de la Armada Nacional, que se alinea en medio del gran pasillo.

Vamos por la mitad del piso, cuando me dan  unas incontenibles ganas de orinar. Despreocupadamente cambio de rumbo y me dirijo al baño. Pasó por en medio de los elegantes militares uniformados de blanco. Estoy por llegar a mi imprevisto destino cuando un grito se eleva desde un extremo y acalla esa torre de Babel:

-          ¿Jhonnyyyyyy para donde va si los tiene que llevar al auditorio?

Quien me hace aterrizar es mi compañero Luis Rojas. Me conecto nuevamente a la realidad, cambio de dirección cardinal, giro mi cabeza  y veo una larguísima fila de personal de prensa de muchos países que camina entre los soldados, como una  culebra que zigzaguea entre los árboles.

Cumplo mi delicada misión. Obviamente mi proceder es conocido en instantes y sirve como una recomendación adicional: “No se les ocurra hacer lo mismo que a Jhonny López, que cree que lo mejor es llevar primero a los periodistas en fila a que hagan pipi y ahí sí, que entren a trabajar.


viernes, 1 de abril de 2011

Dos veces en el mismo bus....




Vivía en el occidente de la ciudad. Para llegar al trabajo requería de dos transportes, excepto, si estaba con la suerte de mi lado, podía tomar solamente un bus, pero era una ruta que nunca tenía horario fijo.

Hacía ya muchos meses que no lograba toparlo. Su  trayecto era: Calle 53, avenida Boyacá, calle 26. Me quedaba perfecta esa línea porque me dejaba frente al periódico. Ante la irregularidad de ese recorrido, entonces no quedaba otra que subirme a un bus por la calle 53 hasta el coliseo El Salitre y allí hacer trasbordo por la avenida 68 para apearme en la calle 26.

Pero una mañana, que sorpresa. El bus puerta a puerta se acercaba. Precisamente, ese día se me había hecho tarde. Esa aparición me produjo el mejor de los alivios.

Subí y al fondo encontré asiento libre. Respiré, me frote las manos y me puse a observar por la ventana. También miraba a los parroquianos que también se encaramaban al bus. La muchacha con uniforme azul, que debería ser secretaria, la señora con un sastre gris, fijo que era empleada oficial. El clásico señor de 50 años con su periódico bajo el brazo. No podía faltar la bella chica de falda corta de paño escocés  y piernas macizas.

El bus llegó a la avenida Boyacá, lo cual significaba que estaba a unos cinco minutos de mi destino. Sólo faltaba que llegará a la 26, pasara por debajo del puente vehicular, girará por  la respectiva oreja y siguiera directo hacía el oriente.

Todo se desarrollaba normalmente, hasta cuando el bus se detuvo debajo del puente para recoger y dejar pasajeros. En una milésima de segundo dude y me convencí absurdamente que ese bus no me servía pues se había detenido allí lo que según mis deducciones, significaba que seguiría no giraría. 

- He debido cerciorarme, me reproché. Y me consolé diciéndome que posiblemente era otra ruta que seguía el mismo trayecto hasta ese sitio. Claro, eso era  y de inmediato me puse de pie., el vehículo ya empezaba a andar y timbre.

Baje apresuradamente planeando la única alternativa que tenía para  superar mi despiste: atravesar la caótica Boyacá e irme corriendo hasta el final del puente vehicular y allí subirme en lo primero que pasara.

Efectivamente, cruce esquivando carros y esos 40 metros debajo del puente los hice por ahí en cinco segundos. Salí a la avenida 26, venía un bus, le hice la señal de pare y se detuvo. Jadeando como  buen velocista subí, metí la mano al bolsillo, pagué mi pasaje y me fui al hacía la parte de atrás..

Respiré profundo y me llamaron  la atención unas macizas piernas cubiertas por una falda de paño a cuadros conocido como escocés.

-          ¿En dónde miré esas piernotas? me pregunté y creo que voltee mi mirada al infinito buscando respuesta. 

A los segundos recordé. Hice una rápida observación ocular y me encontré con los ojos de la chica piernuda, también de la secretaría, la funcionaria y la del señor que leía el periódico. Me limpié el sudor y timbré. Ese tramo entre la avenida Boyacá con 26 y la sede de El Tiempo, era muy corto.

Luego de bajar, miré de reojo hacia el bus. Muchos pares de ojos me seguían  expectantes..