viernes, 22 de abril de 2011

¡Se han robado a mi hija!



Cuando mi hija Diana tenía cuatro años de edad e íbamos a supermercados y/o centros comerciales, una de mis diversiones era ponerle las pelucas de los maniquíes que se encontraban en la sección de ropas y también alguna prenda de tamaño grande.

De esta manera unas veces era pelirroja, otras de cabello negro, pelo largo, crespo, liso, tenía blusas tallas L, brasieres, etc. En fin,  todos los estilos de la moda pasaron sobre ella, para goce de su padre. Muchas veces tuve que agacharme y cogerme la barriga por los ataques de risa que me daba verla como cambiaba.

Era un espectáculo, porque cuando le ponía esas prendas semejaba una escena de la famosa película de E.T, cuando los niños sacan al extraterrestre tapado con una manta en un día de brujas. Llegué al colmo, inclusive, de vestirla expresamente pensando en la peluca que luciría determinada fecha. Todo para mi exclusiva diversión.

Así pasaron muchos meses. Cafam de la calle 51, el de La Floresta, Galerías y en esa época Casa Grajales, en Unicentro, el Ley, entre otros,  fueron  tiendas que sirvieron de pasarela para mi hija y de escenario para que este desalmado papá pasara ratos de absoluta felicidad.

En mi rutina de diversión, me desplacé con mi amada hijita a Cafam de la calle 51 a comprar algo para el  regalo a un familiar. Miré allá, acá, al otro lado y no encontraba nada que me gustara. En todo momento llevaba a la niña de la mano.

Un suéter me llamó la atención. Así que solté la mano de Dianita para extender y ver mejor el producto, tocarlo y mirar el precio. Puse nuevamente la prenda en su lugar y miré hacia abajo buscando a mi compañerita de compras y no estaba.

Mi metabolismo se aceleró al máximo y la sangre parecía que se acumulaba en el cerebro. Estaba a punto de estallar, la respiración se entrecortaba miraba hacia todos lados y una sola palabra se me fijo en la mente: Secuestro. Reacción inmediata. Gritar:

n      ¡Se robaron a mi hija, por favor ayúdenme!

IMe desplacé hasta donde la cajera intentaba hablarle pero  mi voz no salía. Estaba en pánico. Ella me decía que me tranquilizara. Al fin pude respirar unos segundos normalmente y decirle que mi hija no estaba. La señorita llamó por una radio, llegaron de seguridad les hice una descripción, les mostré una fotografía que llevaba en la billetera y les enfaticé como iba vestida.

n      Tiene puesto un saco de color rojo, un vestido azul claro con bordes verdes oscuro, medias blancas y zapatos azules, les dije. El jefe de seguridad iba repitiendo por su radio. Yo miraba hacia todos lados, caminaba, corría, me iba a desmayar. Mejor, estaba en franca agonía.

Subí y baje muchas veces y fui a las dos puertas de acceso del supermercado. Los porteros me decían que no había visto una niña de esas características. Pasaron por lo menos diez eterrnos minutos. Lloraba, estaba a punto de un infarto.

Retorne al lugar en donde estábamos con Diana y nada. Ropa por todos lados, maniquíes, letreros, de pronto algo me llamó la atención: Entre los muebles de ropa sobresalía una masa de pelo color rojizo y al estilo afro. Se desplazaba, pero parecía como si no tuviera cuerpo.

Por puro instinto hice una mirada general intentando buscar algo que concordará con esa imagen y logre hilar: Había un maniquí calvo y la que debería ser su peluca era la que caminaba. Me fui corriendo y gritando Diana, Dianita.

La peluca se detuvo. Cuando estuve cerca vi ese tremendo afro y un saco grande de color turquesa que se arrastraba. El afro giró y era mi hija con una sonrisa de oreja a oreja.  Ella sola hizo lo que yo acostumbraba. Le quito la peluca al maniquí y además se puso un saco.

No se cuantas veces pasé por su lado. Fui víctima de mi mismo.

1 comentario:

  1. Me muero de la risa. Y todo parece como ayer. ¿20 años atrás?Todos en El Tiempo oyendo estas historias de viva voz. Qué buenas épocas y que bueno revivirlas aquí.

    Saludos!

    Marcela

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