En el departamento de Antioquia, se inauguró la hidroeléctrica de San Carlos y encabecé el equipo de prensa oficial. Las instrucciones desde Bogotá para el viaje fueron sencillas. Básicamente era estar pendientes del helicóptero de prensa que nos llevaría de Rionegro al lugar de la ceremonia y de regreso saldría de segundo. De perder ese vuelo, estaríamos en problemas.
Llegamos a nuestro primer destino y antes de bajarnos del avión, el edecán nos dijo que por comodidad dejáramos nuestros sacos y corbatas, pues el calor dentro de la central nos incomodaría. Acatamos la recomendación y así nos fuimos. Todo se hizo de manera coordinada. Nuestra labor dentro de la hidroeléctrica no tuvo inconvenientes y terminados los actos protocolarios, me fui a dar una “vuelta” por la mega obra, con tan mala suerte, que me resbalé y me enlodé todo.
Para colmos, al regresar, ya mi equipo se había ido y los vuelos que salían eran para transportar al numeroso grupo de invitados.
Despegaron, uno, dos, tres, cuatro, helicópteros, los relojes marcaban las tres de la tarde. No había aún un cupo disponible. El último vuelo era antes de las cinco, hora autorizada por la Aeronáutica Civil para esas naves en sus desplazamientos hasta el terminal aéreo de Rionegro.
Por pura casualidad pude subirme en ese vuelo. Que descanso. Allá en el aeropuerto seguro que encontraría instrucciones para mi regreso y hasta de pronto, el avión presidencial no habría despegado por alguna vuelta que estaría haciendo el presidente.
A los pocos minutos de recorrido, se divisó la ciudad de Medellín. Se me hizo extrañó porque para seguir al aeropuerto de Rionegro, no se pasaba por la capital. Sucedió lo que temía. Aterrizamos en el aeropuerto Olaya, en el centro de la ciudad. Al preguntarle al piloto la razón, m dijo que por la hora no alcanzaba a seguir.
Nada que hacer. Todo estaba en mi contra. Salí de la pista y me dirigí hacía la salida del terminal, cuando observé que de un taxi se bajaba apresurado un señor. Parecía un ejecutivo.
Fue directamente a la venta de tiquetes y pidió uno para volar por Helicol a Rionegro, pues en esa época existía la conexión entre terminales aéreas por helicóptero. La encargada le manifestó que ya eran más de las cinco y que ya no saldrían aeronaves. Le preguntó al pasajero la hora de su vuelo y le dijo que alcanzaba a llegar por tierra.
Cuando escuche “tierra”, dije esta es mi salvación. Es la única alternativa de llegar al aeropuerto. Así que mientras el señor se dirigía al taxi y entraba por la puerta izquierda, yo lo hacía por la derecha.
Cuando me senté, el pobre señor quedó perplejo, asustado y al parecer también el conductor. Ninguno me dijo nada. No me acordaba de mi aspecto
- Disculpe, señor, necesito llegar a Rionegro. Mire yo venía en al avión presidencial, pero allá se me quedó el saco con mis documentos, dinero y tarjetas de crédito.
El señor abría sus ojos.
- Estábamos con el presidente Barco en la inauguración de la hidroeléctrica de San Carlos y me quedé del helicóptero de prensa. Por eso voy a Rionegro…
Los ojos del señor estaban desorbitados y por el retrovisor, el taxista no salía de su asombro.
- Créame, no estoy loco señor, es una situación incomoda..
El señor, parecía que quería saltar del vehículo en marcha. El taxista increíblemente estuvo en silencio, calmado.
Decidí callarme. Durante todo el camino por la vía de Santa Helena, el pasajero me miró de reojo, su mano tensa apretaba la manija.
Llegamos al aeropuerto. Di las gracias y me fui a buscar información del avión presidencial. Imposible. En la sala de prensa del terminal, me facilitaron un teléfono, gracias a que la encargada, afortunadamente me conocía, aunque ese día si le quedo un tanto difícil por la máscara de lodo que me cubría.
Llamé al presidente de ISA, constructora de la Hidroeléctrica , le expliqué lo sucedido. Me dijo que tomará un taxi, fuera a un hotel reservado por ellos y me hospedará. Al otro día tuve mi tiquete de regreso a Bogotá
Esta si que esta buena! jaja
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