Tomás, era dueño de un Wolsvagen de color rojo. Éramos grandes amigos de familia y los fines de semana y en vacaciones me gustaba pasarla en su hogar. Salir con él era divertido, pues permanentemente andaba de excelente humor y además, era muy generoso al gastar.
Constantemente le decía que me dejara conducir su vehículo, pero se negaba con la excusa que no sabía manejar, no tenía licencia y él no quería arriesgar su “carrito”.
Un día, porque siempre llega ese día, tuvo que ir a hacer una diligencia a la mamá. Era muy cerca. En la calle 44 abajo de la avenida Caracas. Estaba prohibido estacionarse en la calle, así que Tomás me dijo que iría solo, que mejor me quedara y además dejaría las llaves, por si tuviera que ir a dar una vuelta a la manzana, en caso que divisara al policía de tránsito o “chupa”.
No bien se había marchado mi amigo, y me entraron las ganas de darme una vuelta en el “carrito”. Me pasé al asiento respectivo, revise que la barra de cambios estuviera en neutro, prendí, al frente estaba estacionado un Renault 4 beige.
Tenía que poner la reversa, estuve seguro de hacerlo, solté el closh y aceleré. El carro rojo no retrocedió y se fue sobre el beige. El golpe fue duro. Mire a mi izquierda y sobre el andén estaban unos obreros pavimentando esa vía peatonal.
- “Qué man tan bruto. Hola chino, si no quiere que el dueño lo coja a coscorrones lárguese ya. No hemos visto nada. Pa antier es tarde”., dijeron.
Sí, tenía que huir. Palanca de cambios, posición de reversa, closh, acelerador al fondo y……otra vez contra el amigo fiel. Ahora si, el golpe al Renault fue más duro.
Miré a mis cómplices. Estaban anonadados. No atinaron sino a menear sus cabezas, como reprobando mi proceder. Ahora sí la huída era de vida o muerte. El pavor me hizo poner por fin la reversa pero también acelerar más de la cuenta. Resultado: Fui a dar contra la puerta de madera de un garage, pues me subí por la plataforma del andén.
Otra mirada a mi ocasional público. Sus ojos estaban desorbitados. Metí primera iba a arrancar cuando me cerró una patrulla de la policía y se bajó uno de los uniformados.
- A ver mono, documentos. Ordenó. Le entregué la cédula.
- Pasé de conducir, pidió mientras extendía su mano derecha.
- Se me quedó en la casa señor agente. Si desea vamos hasta allá que mi mamá lo alcanza.
- Pero le va a tener que decir a su mamá que esto no se arregla así no más, y sonrió. Bueno chino, me dijo, maneje hasta su casa que yo me voy con usted.. Y se subió a mi lado.
Peor la situación. Si no podía coordinar cuando estaba solo, menos ahora. Prendí, arranqué y se apagó. Otro intento, tampoco. Iba por el tercero cuando el agente me dijo ya de mal genio.
- ¿Sabe qué joven?, mejor pásese acá, yo conduzco y vamos a su casa.
Miré a los obreros. Su expresión esta vez era de terror. El policía arrancó seguido de la patrulla y nos dirigimos a la casa de mi amigo. Allí le conté a Doña Olga, la mamá, lo sucedido, salió habló con los policías y les entregó unos billetes.
- “Hay Jhonicito mijo, usted si que hace unas…me imagino a Tomás cuando salga y no vea el carro”. Timbró el teléfono. Ella contestó:
- Mijo, ¿qué unos obreros le dijeron qué…? Ahh no se preocupe que el carro está acá y Jhonny también.
Tomas llegó al rato, aún estaba pálido.
- No hermano, usted si que es un peligro. Los obreros me contaron todas sus embarradas. Vi lo que le hizo al Renault y cómo dejó la puerta de ese garage. Afortunadamente no salieron los dueños y tampoco la policía se dio cuenta. Tuve que darles unos pesos a los obreros para que no dieran los datos del carro.
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