domingo, 4 de septiembre de 2011

La noche que Sasha perdió la virginidad



Sasha, la hermosa perra de raza Chau chau y mascota de la familia llegó a su segundo celo. Igual que  la primera vez, recurrí a armarme de un palo y una bolsa con piedras para sacarla a la calle y espantar a sus paisanos callejeros. Esta vez me encontraba de vacaciones así que el vestido de paño y la corbata fueron de inmediato reemplazadas.

 Junto con la ropa ligera usaba una cachucha. Así que por el vecindario paseaba varias veces al día a nuestro animalito. No pensé   la clase de imagen que proyectaba hasta que el tradicional vecino,  amo del sarcasmo,  me dijo:

-         Que bien que en este barrio se preocupen por mejorar la calidad de la vigilancia. Veo que  los celadores patrullan ahora con  perro, están armados con palos y piedras  y además les exigen que sean periodistas.

Pero en realidad, tantas idas y venidas con Sasha se debían a que junto con mi hijo Jhonny, en esa época con apenas  cinco años, la llevábamos  hasta la casa de una señora dueña de un estupendo perro de nombre Mateo. Deseábamos que quedara preñada de ese gran  yerno canino.

Completaba dos días en ese trajín pero la perrita no se dejaba montar. Llevábamos ya muchos intentos y definitivamente parecía que no habría  ninguna posibilidad que Sasha tuviera su primera experiencia sexual. Durante esas idas y venidas superamos las arremetidas de varios perros..

Ese segundo día regresábamos  con mi compañerito de otro intento más y ya había anochecido. Cuando íbamos  a subir al apartamento, que quedaba frente al negocio porque nos habíamos trasteado, observé que había bastante clientela  y deduje que precisaban de mi ayuda.

Entonces en  vez de decirle a mi hijo que llevara a Sasha,  decidí  dirigirme  a la tienda llevándola de su cadena porque la idea era preguntarle a Rosalba si en verdad requería de mi presencia. Ella,  atareada, creyó que ya estaba solo así que me imploró colaboración.

Supuse que apenas  con tres minutos como máximo disminuiría la presión de los compradores, así que deje a Sasha a la entrada del negocio y le ordené que se estuviera ahí echada como ya estaba acostumbrada a hacerlo.

Destapé y alcance cervezas, despaché unas gaseosas y estaba cambiando la música, cuando se escuchó el fuerte chillido de un perro. Rosalba que estaba más cerca de la puerta del negocio gritó totalmente espantada:

-         Jhonny, usted no subió a Sasha y miré que ese horrendo perro ya se la está comiendo...

Mi corazón trató de salir corriendo primero que yo, dejé el pedido de trago que había hecho una pareja y me asomé. Lo que observé  fue  trágico.

Bajo la luz que emitía el poste esquinero, como iluminación  de escenario,  el más feo de todos los perros callejeros  estaba encima de la candorosa Sasha. Ella chillaba y por una de  las ventanas del apartamento se asomaron  mis hijos también a hacer lo mismo y también a gritar y llorar con todo el comprensible desespero.  Rosalba estaba airada y me pedía que separara a la pareja canina. Los ciudadanos que pasaban por el andén se detenían a mirar  a su alrededor indagando el motivo de tanto escándalo.  

En la tienda todo estaba en silencio. No había música y los clientes desde sus mesas, unos de pie, otros medios sentados observaban el acontecer. Sandra, la empleada, le dijo  a Rosalba que la única forma de terminar con esa impactante  escena sexual  era echándoles agua.

Mientras tanto yo me convertí en un monumento a la incredulidad. Era inconcebible  que sucediera eso, precisamente cuando ya estábamos a las puertas de lograr que Sasha se  doblegara a los encantos de Mateo. Cavilaba sobre esa tragedia que ocurría y un grito me tiro de inmediato a la dimensión que era.

-         Ya que usted es el causante de lo que pasó, agarre  este balde de agua y écheselo a ese perro para que suelte a Sasha,  ordenó mi mujer.

Lo increíble es que cogí el balde, cruce la calle, pero cuando me disponía a ejecutar semejante acción tan absurda,  las risas de las personas que estaban en el negocio me despertaron, me detuve y me negué a hacer tamaño ridículo. Mis hijos lloraban.

A los minutos el dichoso “goskerry”  se bajó y  mis hijos también lo hicieron del apartamento. Rosalba se acercó regañando a la mascota, mi hija le decía cochina, unos vecinos se acercaron y Sasha lo único que podía hacer era batir su colita mientras mi Diana me recriminaba y me decía que ella no iba a querer al horripilante  canchoso que de seguro acaba de ser engendrado en ese impactante encuentro sexual.

Caí en cuenta en ese momento que había que hacer algo al respecto, llamé a mi papá quien recomendó que la llevara  al veterinario más cercano para que le aplicaran una inyección. Pero antes de ir, hubo que bañar a nuestro animalito, porque el olor que le quedo de esa aventura fue hediondo.

Luego con mis amados y sufridos hijos nos dirigimos a la veterinaria más cercana. Mientras el profesional atendía  a Sasha, y ya algo relajado recreé la siguiente escena:

En un basural, a esa hora de la noche, el perro callejero más horroroso de Bogotá está  con sus amigos. Mientras muchos de ellos se rascan, ese can luce una gran sonrisa. Saca pecho y lamiéndose el único canino que le queda,  ladra a los cuatro vientos que acaba de tener la relación sexual más deliciosa de su vida. Ha sido  con una perra de raza y en un lugar en donde nunca se imaginó que podría sucederle una aventura de tal calibre. 

Y lo mejor, les comenta el can, es que esa bella perra con un nombre como ruso, pero de los que nada tienen que ver con la construcción, estaba virgen. Los demás canes estallaron de la risa. Y aún, todavía estoy seguro que durante su vejez nunca  le creyeron la historia a su horripilante compañero.

domingo, 28 de agosto de 2011

El vendedor de la suerte

 


Recientemente me referí a las paradojas de la vida. Pues esta es otra de ellas. Un juego de azar que emití  salió favorecido.  Por andar en las nubes, de mi bolsillo tuve que pagarle al ganador.

Cuando trabajé en la Secretaría de Prensa, con Rosalba mi esposa de aquella época montamos una tienda. Muchísimas horas de los 14 años que se mantuvo la relación ejercí también como vendedor de mostrador. Y fueron innumerables  las veces que llegué al negocio y de inmediato tuve que  colaborar con la atención al público.

Unas veces detrás del mostrador, otras limpiando las mesas, sirviendo cerveza o aguardiente y amenizando el ambiente seleccionando la respectiva música para que los clientes estuvieran contentos y bebieran más..

En la tienda se vendían artículos de primera necesidad, productos de cafetería, licores, helados y dulces. Igualmente se expendía el tradicional juego de azar conocido como chance y por esa época se vendía a través de un talonario en donde se escribían los números que el cliente dictaba..

Por cada juego y con papel carbón, se expedía un original para el cliente y una copia quedaba en el talonario. Luego, en la noche se arrancaban los duplicados y se entregaban a la persona de la agencia local, quien luego de hacer sus operaciones matemáticas se llevaba el 70% del  dinero del juego facturado ese día.

El juego del chance tenía bastante acogida y especialmente en nuestra tienda dejaba buenos dividendos. Normalmente salían ganadores de sumas pequeñas, lo que estimulaba  las ventas por aquello de la suerte del expendedor y en realidad  fueron bastantes las personas que  jugaron sus números cábala.

Rosalba y una empleada eran quienes normalmente diligenciaban los minúsculos formularios. Las pocas veces que yo lo hice todo fue normal, excepto dos veces.

La primera cuando un mecánico de un taller cercano fue a jugar y en ese momento me encontraba solo. Así que hice el juego pero al escribir la cifra de tres  números que me dictó  le entendí mal. Cuando le entregue su comprobante me lo devolvió y dijo que uno de los números no concordaba con los que me había dicho. Instintivamente y además porque el cliente siempre tiene la razón, le dije que no había problema, guarde en mi bolsillo el boleto, hice el correcto y listo.

Al otro día, me llamó Rosalba a la oficina y me dijo que uno de los mecánicos que teníamos como clientes afirmaba, con total aburrimiento,  que yo me había ganado el chance que él no quiso recibir y le contó lo sucedido. Miré la papeleta y efectivamente, ese número devuelto me condujo a ganar 60 mil pesos del año 1993.

Pero la segunda vez, el juego del chance me trajo suerte pero en dicha ocasión fue a la inversa.

El calendario estaba en la primera semana de marzo del año de 1994.  Estaba delegado  en comisión oficial a Chile. Cada misión representaba un ingreso extra por concepto de viáticos. Así que estaba emocionado por ese destino. Ese día, como habitualmente lo hacía, llegue primero al negocio a saludar a la consorte, mirar si era necesaria mi ayuda  y si no, iría al apartamento a estar con mis hijos Diana y Jhonny.

En el momento en que salía, mi mujer dijo que me quedara un momento en la tienda mientras iba donde una vecina a pedirle un favor y recalcó que si alguien iba a jugar el chance le dijera que volviera más tarde.

Efectivamente, entró un señor a quien nunca había visto por esos lados y pidió que le hiciera un chance  de mil pesos a cuatro números, lo que significaba que le apostaba a uno de los premios grandes de ese juego que pagaba por esta modalidad  400.000 pesos.

No seguí la recomendación y diligencié el formulario. El forastero de aspecto rudo recibió su comprobante y se fue. Rosalba no llegaba, decidí entonces arrancar las copias del chance de su respectivo talonario, para cuando llegara con su característico afán el empleado de la agencia.  Arribó, se llevó el juego y  al rato apareció mi ex muy afanada. La calme, le dije que todo estaba bien,  ya se habían llevado el juego y todo estaba sin novedad.

En el nuevo día ya me encontraba en mi oficina deleitándome con exquisito tinto, cuando me avisaron de una llamada de mi esposa. La primera frase cargada de preocupación fue una  pregunta:

-         ¿Mono, usted anoche hizo un chance?
-         Si, pero todo estuvo bien, un señor que no había visto nunca jugo mil pesos….
-         Me interrumpió, si ya mire  y esa copia está acá, no la entregó con todo el juego al joven de la agencia y ese número fue el que cayó anoche, exclamó casi al borde del colapso.
-         ¿Cómo así que quedo una copia? Replique, no puede ser si fui muy cuidadoso…
-         No sé como hizo, pero ese juego se quedo acá……hablamos luego..y colgó.


A la hora me llamó nuevamente y me confirmó. Ese número era el ganador. Ella se comunicó con la agencia  narró lo sucedido, pero le dijeron que ese problema  se salía de sus manos, porque su responsabilidad estaba con los juegos que recogían, no con los que quedaban en los negocios expendedores. Así que nosotros éramos los directamente responsables.

-         Lo único que nos salva, atine a decir, es que el señor que ganó no se aparezca o que ojala haya perdido el boleto.

Pasaron tres días de un desequilibrante suspenso y de cientos de oraciones, varias misas  promesas de enmienda, pero nada surtió efecto. Para nuestra tristeza apareció el feliz ganador. Rosalba le explicó lo sucedido y obviamente el afortunado respondió que esa no era su problema. Tajantemente ordenó  que esa noche me esperaba para hablar sobre el pago.

Nos encontramos le manifesté que no eludiría la obligación pero que me diera unos 10 días para cumplirle, propuesta que no aceptó. Me conminó  a pagarle en cinco días o tomaría sus propias “medidas”. Cuando me dijo de esa forma, su expresión como por arte de la mímica  fue  mucho más ruda.

¿Qué hacer? La única salvación eran los viáticos a Chile. Y esos fueron los que me sacaron del problemita. A los cuatro días me entregaron en dólares el equivalente a 455 mil pesos, para la comisión. Cambié el monto equivalente a la deuda, pagué  y con 55 mil pesos viaje a Santiago a la posesión del presidente Eduardo Frei. Afortunadamente mis compañeros fueron en extremo solidarios ante esa nueva, pero ya común aventura,  de este su grandísimo despistado. 

lunes, 22 de agosto de 2011

La fiesta de 15





Hubo en mi familia seis hombres y cuatro mujeres. Todos los varones fuimos  de estatura similar, pero de contexturas diferentes. Mi hermano Mauricio fue el “musculoso” de la familia y en verdad que era bastante fornido. Por mi parte, hasta hace unos pocos años  fui extremadamente delgado.

Para la  época de este recuerdo, Mauricio era quien mejor tenía ropa ya que su madrina de bautismo lo quería mucho y le compraba bastante y de moda.

Así que los demás  vestíamos lo que compraba mi papá y también de alguna ropa que confeccionaba mi mamá. Lucíamos camisas y chaquetas muy elegantes y de diseños exclusivos,  lo que no ocurría con los pantalones que siempre tuvieron un inconveniente en el fundillo y   ajustaban demasiado en esa zona, con los consiguientes malestares para nosotros adolescentes.

La ropa de Mauricio era siempre una tentación. Por ello recurría a sus suéteres, chaquetas y pantalones preferentemente.. 

Cuando lo hacía, obligatoriamente tenía que llevar mi ropa debajo, especialmente con los pantalones con el fin que no se notara que su dueño era otro. Aún así se me olvidaba que debía guardar cierta compostura, como no levantar la pierna o cruzarla, porque se veía el jean. .

Entonces para usar esa ropa debía tener en cuenta la siguiente tabla de proporciones::  Una chaqueta obligaba a usar un saco debajo. Una camisa de Mauricio equivalía a  tener dos camisetas debajo; el pantalón de mi hermano, correspondía a un jean de mi propiedad; zapatos, dos  pares de medias. Eso sí, evité vestirme de pies a cabeza con la ropa de Mauricio porque seguro que el calor me asaría.

Pero cierto día,  Henry amigo de colegio, me invitó a los cumpleaños de su prima. Era una fiesta de 15 y por lo tanto la ocasión ameritaba ir con vestido de paño. El que yo usaba ya estaba viejo, o mejor,  precisamente mi hermano acaba de comprarse uno muy elegante, con su respectiva camisa y zapatos. Así que  podría ir a dicha celebración muy tieso y muy majo.

Obviamente me bañé, me vestí con mi ropa y sobre ella puse el vestido azul con chaleco, la camisa azul pálido de cuello corto y mancornas, metida entre los pantaloncillos para estirarla hacia atrás y disimular que el cuello me quedaba grande, medias del tono del vestido, una corbata amarilla con rayas azules y unos zapatos nuevos, pero muy anchos a los que les metí papel higiénico para presionarlos. Rematé con un excelente perfume de mi proveedor en la sombra: Mauricio.

A los cinco minutos ya estaba sofocado, pero bueno, el asunto era ir de fiesta. Llegamos, mucha gente en el amplio salón, saludos con los conocidos, conocí a los desconocidos, muy buena música, chicas bellas, comida y …..licor.

La Billos, Melódicos, Pacho Galán, Alfredo Gutiérrez, genial, vueltas y vueltas, mosaicos y que calor tan tremendo. Cada tres canciones, iba al baño e iniciaba todo un ritual para desvestirme. Primero con una una de las toallas limpiaba el sudor. Luego me despojaba del saco y el chaleco, desabotonaba la camisa, bajaba los dos pantalones y ¡¡¡ahhhh!!! que fresco el que sentía. Así lo hice muchas veces.

Mis ocasionales parejas tenían que ver con mi sudor. Claro eran chorros los que escurrían por mi frente, sin ser visibles los litros  que brotaban por todos lados. Así que cada desvestida se convirtió en el ceremonial más original que creo alguien haya hecho en una fiesta.

-  ¡Pero que forma de sudar tan increíble! Fue  el constante comentario. Inclusive notaba que en los conciliábulos de las niñas se referían al chico que sudaba como caballo, pero que bailaba como mono.

La atención era estupenda y el ofrecimiento de licor muy generoso. Poco a poco dejó de importarme la cantidad de sudor que transpiraba,  deje de ir al baño tan seguido y decidí quitarme el saco y el chaleco.

¡Uffffff! que fresco tan intenso el que sentí. De inmediato la camisa mostró toda su talla. Las costuras que pegan las mangas a los hombros bajaron casi a los codos y las de las axilas un poco más y llegaban a la cintura. El cuello se abrió casi hasta el pecho, pero como tenía camisetas, no me importó.

Otro traguito de aguardiente,  música extraordinaria, chicas cada vez más hermosas, animación total, algunas miradas curiosas, especialmente de mi amigo Henry, y yo, baile y baile. Recuerdo que de tanto fastidiar por fin pusieron el acetato negro de un mosaico que me fascinaba y que comenzaba con el Cha Cha Cha del Tren y entre otros temas seguía con un corrido, pasaba a una cumbia, pasodoble, Sanjuanero  y finalizaba con un Twist.

Precisamente cuando comenzó el último ritmo,  fue que observé que hacia donde me movía me seguían unas tiras blancas. Estaba concentrado en el baile y por llo tanto no puse atención a esos largos detalles, cuando se acercó Henry.

-         Jhonny vámonos que me está haciendo pasar vergüenzas.¿ No ha visto ese papel higiénico que sale de sus zapatos? parece un carro de recién casados con adornos en el parachoques. Además con esa ropa tan grande está haciendo el ridículo. Vámonos, insistió.

Fui a coger las prendas que estaban sobre un asiento, cuando se acercó la dueña de casa.. Reconvino a Henry por quererme llevar, él le dio sus razones, pero la señora me defendió y le dijo que yo era de los pocos que bailaba de todo y con todas. Me preguntó que si me quería ir y obviamente negué tales ganas.

-         Mijo, me dijo entonces la dama, si se siente incomodo con toda esa ropa, pues quítesela al fin y al cabo ya todos nos dimos cuenta que debajo del vestido de paño tiene un jean y yo le digo a uno de mis hijos que le preste unos zapatos que le queden.

Así fue. Cambié mi vestuario y la pasé genial. Fue la mejor fiesta quinceañera a la que asistí de joven.   Después vendrían las peripecias para guardar esa ancha ropa sin que mi querido hermano lo notara, pero siempre se dió cuenta. Peleábamos, la escondia y muchas otras cosas, que bien merecen una historia aparte.

martes, 16 de agosto de 2011

Sr. López, su hijo nos debe un caballo





El apacible baño de río lo interrumpió un disparo. De inmediato hubo un relincho y uno de los caballos emprendió una desbocada carrera. Todos los que estaban dentro del agua miraron asustados hacia donde me encontraba. Aún tenía  la escopeta en la mano y seguramente tenía un color más blanco que el natural de mi piel.  Mi cerebro no atinaba a enhebrar ni una sola palabra en mi boca. Yo era la explicación.

La inolvidable temporada  de vacaciones en esa finca de tierra caliente, la experiencia que durante cinco meses tejí la acababa de malograr con  mi inexplicable, impertinente y peligroso sentido del humor. Apenas habían transcurrido cinco horas de mi arribo y obviamente  comprendí que en contados minutos debería devolverme a Bogotá.

Ese viaje de fin de año al municipio cundinamarqués de Nimaima comenzó a ser  planeado desde el mes de agosto. La invitación corría por cuenta de Renzo el Gitano,  un vecino de la  adolescencia en el barrio La Soledad.

Renzo era Carlos, pero le decíamos así por su gusto por la novela que se transmitía por televisión por esos meses. Inclusive, cerca también vivía Natacha, una hermosa empleada doméstica cuyo nombre también provenía de una conmovedora producción mexicana  en la era del blanco y negro. 

El plan de descanso tenía como destino una pequeña finca panelera propiedad de los parientes de Renzo. Estaríamos 15 días de las vacaciones escolares de fin de año. La ilusión de ese viaje hizo que ahorrara dinero para comprarme algunos menajes de explorador y que pasara  noches despierto imaginándome esa experiencia.

Llegó el día y  la madrugada de un sábado emprendimos el camino. En la calle 13, cerca de la Estación de La Sabana, tomamos una de las tradicionales flotas  amarillas San Vicente. Presentía que me iba a marear, como siempre me sucedía, pero ese incidente era ya parte de mis vivencias.

Fueron tres  horas de marcha automotora hacía el occidente del departamento. En La Vega desayunamos avena fría con roscón, alimentos que desafortunadamente poco tiempo estuvieron en mi estomago. Pasamos por el municipio de Nocaima y llegamos al pueblo de destino.

Allí esperamos para que nos recogieran los dueños de la finca. Llegaron sobre sus cabalgaduras y sobre ellas estuvimos una hora hasta llegar a la finca. Hacia calor y el olor de panela que brotaba de los trapiches endulzaba el montañoso paisaje.

Nos asignaron una habitación y luego de descargar las mochilas y entregar unos presentes a los anfitriones, fuimos al trapiche. Conocí el proceso de fabricación de la panela, la probé cuando está aún en la paila en ebullición  y la acompañé con un vaso de leche. Caminamos un rato por los alrededores y llegó el medio día, hora de un fantástico almuerzo servido sobre hojas de plátano que hacían de mantel.

Don Rafael, el dueño del inmueble rural nos anunció que luego de “hacer siesta” iríamos al río a bañarnos porque  el calor  era  muy fuerte.

Una  hora después y a caballo nos dirigimos a refrescarnos. . Cruzamos la montaña y llegamos al río. Fui el último en quedar en pantalón de baño. Me daba vergüenza que se burlaran de mi color de piel como en efecto ocurrió.

-         Huyyy miren a nuestro visitante como es de moreno, jajajaja, parece un pisco blanco. y se reían.

Espere un rato a que disminuyera  al ritmo de las risas y mientras tanto observé a mi alrededor y fue cuando la vi. Estaba recostada sobre una piedra. Era una hermosa escopeta, muy parecida a las que fabricaba con los palos de las escobitas de mis hermanas, y las tablas de los cajones en donde llegaban los tomates. Esas armas largas las elaboraba  para mis amigos  del barrio y con ellas jugábamos a los vaqueros.

Me acerqué para observarla mejor y decidí agarrarla.  La miraba extasiado y un ruido hizo que levantara la mirada. Uno de los caballos comenzó a orinar. Asocie entonces la palabra pájaro con disparo, como en las películas levanté la escopeta y dirigí el cañón hacía el pájaro del equino.

Me dispuse a hacer el tradicional  disparo mental con su onomatopeya ¡Pum! y dejar la escopeta en su sitio, cuando en verdad salió una bala, el sonido fue real y el movimiento de la escopeta me hizo soltarla.   

El pobre jamelgo relinchó y emprendió carrera  por entre la maleza. Don Rafael emitió un sonoro grito. Toda la familia salió del agua. El dueño de la finca, se acercó, su cara estaba pálida como la panela que hacía, recogió su arma, se acercó a su esposa, le dijo algunas palabras mientras manoteaba airadamente y con dos de sus hijos y el mayordomo montaron en sus caballos para ir detrás del animal..

Mientras tanto, mi amigo Renzo no atinaba a decir nada. Solamente me miraba y su palidez debió ser como la mía, o mejor como la de todos.  La esposa de Don Rafael, se acercó y me dijo de muy malas pulgas que me vistiera que nos devolvíamos para la casa.

La vergüenza me obligó a no salir de la habitación. Renzo ya había descargado su inconformidad con mi indescriptible proceder. Salió de la habitación y al rato regreso con expresión de angustia. A lo lejos logré oír a la dueña de casa intentado tejer  un perfil sicológico mio.

-         Jhonny, la cagó y por su culpa tenemos que irnos ya, manifestó Renzo. Mi tío Rafael no nos quiere ver por acá cuando regrese de buscar el caballo. Así que coja su mochila y camine, dijo con unl timbre cargado de  congoja.

Así fue, salimos. Los integrantes de la familia estaban pendientes de nuestra ida. La única que se despidió fue la pequeña hija de cuatro años. El hijo del mayordomo nos acompañó hasta Nimaima para emprender el regreso. Carlos no decía nada. Nos acomodamos en los asientos de la flota y ésta emprendió el retorno.

El bus se fue llenando de pasajeros. Luego de pasar por La Vega, se subieron un grupo de chicas quienes tuvieron que viajar de pie. Su alegría fue contagiosa. Una de ellas  me pidió el favor de llevarle una grabadora con tornamesa incluido, aparato que quedo conmigo cuando bajaron y lo olvidaron. Conté a Renzo lo que había pasado y se puso muy contento. Le dije que no había problema que podía quedarse con ese equipo si prometía no decir nada de lo ocurrido en mi casa.

Sorprendida mi familia me recibió y  explique que el dueño de la finca  había enfermado y tuvo que ser hospitalizado, razón por la cual su esposa debía permanecer con él y no quedaba  quien nos atendiera.

Pasaron unos 15 días cuando a mi casa llegó una comisión de Nimaima. Estaba Don Rafael y uno de sus hijos, los acompañaban Renzo, la mamá y su bella hermana. Pidieron hablar con mi papá quien los hizo seguir.

-         Miré señor López, dijo Don Rafael, el día que Jhonny y Carlos estuvieron en mi finca, su hijo cometió una gran imprudencia y le disparo a uno de mis caballos, el cual del susto se espantó, se desbocó y rodó por uno de los abismos. Lo tuve que sacrificar. Así que me deben el animal.

Mi papá, mi mamá, seis de mis hermanos y hasta la empleada doméstica lanzaron sus miradas hacia mi. La exclamación de mi madre fue la que rompió el asombro:

-         ¿Cómo? ..que el Jhonny le disparó a uno de sus caballos, ¿no puede ser? Si yo le he enseñado a comportarse a no coger lo que no es de ellos, “puñetero chino”, tradicional frase de disgusto de ella….

Mi papá estaba mustio. En silencio. Apoyaba la quijada sobre su  puño derecho.

Don Rafael explicó con mucho detalle lo sucedido y matizó su denuncia con lo importante que era ese animal para su finca porque ayudaba en el proceso de fabricación de la panela. A renglón seguido solicitó que que le repusieran ese caballo.

¿Y de cuanto dinero estamos hablando? Preguntó el viejo….

-         Pues no sé aún, respondió Don Rafael, porque la verdad esa bestia ya estaba vieja. Pero lo que en realidad deseaba era que ustedes se enteraran para que Jhonny no vuelva nunca más a cometer esas locuras.


-         Más bien Señor López, continuó, Carlos me contó que usted es veterinario lo que le propongo es que me ayude a conseguir con sus amistades un buen caballo y a un buen precio y listo. Eso es todo. Entonces a través de Carlos me avisa.    

A las pocas semanas mi viejo logró que le vendieran un bello potro a Don Rafael. El asunto quedo saldado, pero me extrañó que no me volvieran a invitar.





















lunes, 8 de agosto de 2011

Aunque Ud no lo crea, gané en Concéntrese


Paradojas de la vida: Un despistado como yo, se inscribe al entonces famoso programa de concurso de la televisión colombiana  “Concéntrese”  que como su nombre  -más que obvio-  indica la cualidad del participante y  sin saber aún cómo, fui ganador.

Sucedió hace 26 años. Recuerdo todavía la expresión de don Julio E. Sánchez Vanegas, presentador y dueño de JES, una de las importantes programadoras de televisión durante cuatro décadas, cuando  preguntó quien había hecho el mayor número de parejas y le respondí que no sabía.


-         Pues es muy fácil señor concursante, respondió de inmediato. Solamente cuente los globos que tiene cada fajo de billetes a su lado y después los de su contrincante.

Efectivamente, conté los globos y sumaron ocho mientras que mi adversaria tuvo siete. Solamente hasta ese momento, finalizando el programa, supe que había ganado la no despreciable suma de 75.000 pesos (un millón hoy),  un televisor a color, un juego de alcoba con  cama doble y un cubre lecho.

Así que hice  una insólita presentación en un concurso que exige absoluta concentración,  en donde nunca supe que pasó y sin embargo resulté vencedor.

Este golpe de suerte se inició en una  soleada tarde bogotana de un lunes del mes de julio, cuando pasaba por el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, en Bogotá, sobre la calle 26, abajo de la carrera 13 y observé una larga fila. Pregunté para qué era y un señor de edad me respondió que para inscribirse a Concéntrese. No tenía afán así que decidí anotarme.

Pasaron las semanas y la expectativa por  salir favorecido se diluyó completamente hasta cuando el primer domingo de septiembre mi entonces esposa, me dijo que mientras había salido a comprar algunas cosas con mi hijita, habían llamado de “Concéntrese” para que asistiera al otro día en horas de la tarde a la grabación n el mismo centro de convenciones.

Recuerdo eso sí que antes de salir para ese lugar, llamé desde mi trabajo en la campaña presidencial de Virgilio Barco y le dije a mi consorte que “iba a ganar”.  Esa tarde grababan dos programas del  conocido concurso. Sortearon participantes para el primero y no salí favorecido. En verdad que no lo esperaba.  

Terminó la primera grabación y anunciaron los seis concursantes que en duelo de a dos, se batirían respondiendo preguntas preestablecidas. Quienes tuvieran los mayores puntajes serían los rivales a enfrentarse en Concéntrese. La primera pareja tuvo un pésimo puntaje, la segunda, una joven y yo, también. Pero la tercera, estuvo peor. Quisiera recordar algunas de las preguntas, pero sobre todo mis estúpidas respuestas, porque sé que las hubo.

Así que con  uno de los puntajes más bajos en la historia de ese concurso, éste servidor y amigo junto con una señora pasamos a batirnos demostrando quien de los dos tenía el poder de la concentración.


Ubicados ya dentro de unas cabinas aislantes de sonido y mirando el tablero con sus 30 cuadros se inició el duelo. Pasaron varias posibilidades de hacer parejas y Don Julio E. nos llamó la atención. Habíamos dejado pasar varias oportunidades de unir dúos. Si  no lográbamos, habría cambio de concursantes.

Mi rival logró la primera pareja y así no salvamos de salir por la puerta de los despistados. Poco a poco, creo que mejor lento, fui haciendo puntos. Desperdicie muchas oportunidades, no logre hacer tres  seguidas. Por cada acierto, una bella asistente ponía cerca de la cabina un fajo de billetes con una bomba inflada de gas y que anunciaba el número de parejas hechas.

Así que de tumbo en tumbo fui participando hasta que se acabaron las opciones y apareció el famoso jeroglífico que estaba acumulado en  500 mil pesos. El animador me dijo entonces que adivinará y estuve muy cerca de acertar. Aún así no sabía si yo era el ganador.

Vino luego la pregunta de Don Julio E. quien no pudo ocultar su ofuscación cuando le respondí que no estaba seguro de ser el vencedor. Finalizado el programa, se acercó la contrincante y muy seria me dijo:

n      Oiga, deberíamos repartir el premio, porque yo era la que debía ganar. Usted todo el tiempo se la pasó en otro planeta.

Me miró bien feo y se fue con un acompañante. 

Los premios me los entregaron un sábado de septiembre. Exactamente era el Día del Amor y la Amistad. Cambié el cheque y nos fuimos esa noche con mi mujer, mis hermanos y sus parejas  a las discotecas de la  famosa avenida Pepe Sierra a celebrar tamaña suerte. Y todo por haber estado “concentrado”. ¿Qué tal si no?




lunes, 1 de agosto de 2011

..y de negro todo estuvo pintado




Me llamaron a almorzar y decidí interrumpir el proceso de cambio de color de unas tablas. Puse la tapa sobre el  recipiente en donde estaba la pintura negra que había trasvasado de su respectivo tarro.

Dejé  la brocha en remojo con tiner, limpié manos y antebrazos. No hubo nada que lamentar como en otras múltiples ocasiones en donde derramé pintura, teñí la ropa  o como aquella vez que pinté la bota vaquera derecha al no acordarme que el balde con pintura estaba junto a la banquita desde donde cambiaba de color el techo.

Estaba en la terraza y con tantas malas experiencias esta vez fui muy precavido. Me puse ropa vieja, tendí papel sobre el piso, cada movimiento lo calibre y así mi labor de pintor estuvo alejada de la posibilidad de causar algún daño a algo o alguien.

Al rato bajé por la escalera de caracol que se ubica dentro de un pequeño patio de ropas y me  dirigí a almorzar. Finalizábamos el exquisito  ají de gallina preparado por la suegra, cuando ella solicitó un poco de pintura negra.

Por la tarde fui nuevamente a la terraza para bajar la pintura. Obviamente que no recordé que únicamente había puesto la tapa sobre ese envase plástico. Así que tome dicho recipiente no por la parte inferior, sino nada menos que por la superior, o sea por la tapa.
Ésta no se soltó en el acto porque la pintura la había adherido.

Bajaba por la escalera de caracol y en la mano derecha llevaba la pintura y en la izquierda la brocha. Iba sobre el segundo piso, cuando de pronto el recipiente se soltó y quede solamente con la tapa entre los dedos pulgar e índice.

En segundos, gran parte de los que estaba blanco en el patio de ropas desapareció para dar paso a su antónimo color: el negro.

No podía ser. Unas prendas que estaban allí tendidas, la lavadora, el piso y una pared con pecas negras quedaban allí, producto de mi inevitable desacuerdo entre lo que pienso y lo que hago.

Terrible. Hice cuentas del tiempo que disponía para enfrentar la emergencia  mientras mi esposa y su mamá dormían la siesta y aproximadamente calculé una hora para efectuar la más rápida operación “no a los rastros”.

Así que lo primero fue buscar el desmanchador y recoger la ropa afectada. Subir a la terraza y en un balde con agua echar el químico y dejar allí la ropa en remojo. Luego, bajar tiner y papel periódico. Tomar el recogedor de basura y una lata para acopiar el espeso líquido, empapelar la lavadora y el piso para absorber pintura.

Después acudí  a algunas de mis camisetas de algodón para que sirvieran de trapos, untarlas del maloliente tiner y comenzar a limpiar el electrodoméstico y el piso que afortunadamente es en baldosa. Era verano, sudaba, la presión por el tiempo me angustiaba, pero poco a poco el blanco iba apoderándose del patio de ropas.

Estaba finalizando cuando la puerta se abrió y apareció mi esposa.

-          ¿Y eso…. qué hiciste?
-          Ahhhh, que bajaba con la pintura y se soltó el frasquito.
-          ¿Y la ropa de que estaba ahí la botaste?
-          Noooo, está arriba entre el desmanchador ……
-          Ayyyy noooo, esa ropa es de mi mamá y ya sabes como se pone cuando haces alguna pilatuna…..

Y de inmediato subió a rescatar esas prendas. Desafortunadamente ni mi rápida reacción las salvo.  Lo que si logré rescatar fue la lavadora y el piso. Demoré en remediar las pecas negras de la pared, porque debí salir a la ferretería para comprar pintura color beige y darle una buena mano de brocha. La suegra no se dio cuenta.

Terminada la reparación de males y el propósito de enmienda, le confesé a mi suegra mi pecado y de paso dí gracias porque esta vez  la suerte no me llegó tan negra.



domingo, 24 de julio de 2011

Peligro en el escenario (2)


A la semana siguiente tuvimos otra presentación. Ésta fue en el desaparecido teatro Miramar, ubicado en la carrera 18 con la calle 43 y propiedad de los sacerdotes de la comunidad Carmelita, de la iglesia Santa Teresita.

El grupo ensayaba sin contratiempos. La coreografía más exigente correspondía a un baile ruso llamado, Kasatschok que como casi todos los ritmos cosacos son fuertes y se asemejan a las sesiones modernas de los aeróbicos fuertes.

Básicamente los pasos de este baile se basan en saltos y movimientos corporales que dibujan  diversas figuras. Uno de ellos consiste en agacharse y lanzar las piernas hacia delante, ponerse inmediatamente de pié y volver a lanzar patadas al aire seis veces.

Así que prácticamente con el Kasatschok ejecutábamos  toda una sesión de aeróbicos que nos dejaba absolutamente extenuados.

Los vestidos para el baile eran los usados tradicionalmente por estos famosos guerreros rusos y ucranianos, consistentes en gorros de piel pantalones bombachos y botas altas, para montar a caballo.

Pues bien. Todos teníamos nuestras vestimentas aportadas por la directora y las veces que faltaba alguna prenda o accesorio, el que pudiera aportarlo lo hacia. Un compañero y yo tuvimos  problemas con la dotación de botas.

Una de las bailarinas logro conseguir lo dos pares. Las que me entregaron, me quedaron a la medida, eran de un estudiante de academia militar, mientras que las de mi compañero, que era de mi misma estatura, era confeccionadas en una imitación de cuero blando y dos tallas más grandes.

Todos mis ensayos fueron perfectos, mientras que mi compañero sufría por las botas pese a que la directora decidió amarrárselas con una cinta negra.

Llegó el día de la presentación. El baile ruso estaba programado como tercero, luego del sabroso Jarabe Tapatío y de un baile flamenco interpretado solo por las mujeres.  Así que  teníamos tiempo suficiente para cambiarnos de vestuario.

Como ya era un fumador empedernido, y desafiando las instrucciones, salí unos minutos con mi vestimenta mexicana a prender un cigarrillo. Luego a las carreras fui a vestirme para el otro baile y encontré que el  vivo de mi compañero se había puesto mis botas y se había escondido.

Nada que hacer. A ponérmelas y en verdad que tendría problemas porque se salían fácilmente. Así que recurrí a mi astucia y decidí rellenarla para ejercer presión. Metí la cajetilla de cigarrillos, hojas de periódico, unas medias y mi pañuelo. Ensayé algunos pasos, no tendría ningún apuro.

Salimos a escena, se corrieron las cortinas y el Kasatschok sonó http://www.youtube.com/watch?v=wD7SCjhYQrc&feature=related

Comenzamos la coreografía, saltos acá, allá, en la mitad, todo bien. Llegó el paso de lanzar las piernas hacia adelante, tres,  cuatro, cin…. cuando de repente la bota derecha salió hacía el público y el bazar que en ella había quedo regado en el piso del escenario.

Afortunadamente, uno de los asistentes de la primera fila logró agarrar el calzado en el aire, como si atrapara la bola del jonrón de un juego de béisbol. Las risas no pudieron ser más escandalosas. El público, sin excepción batió mandíbula y aunque después vino el tradicional aplauso de consolación, el daño ya estaba hecho.

Mi porvenir como danzarín acababa de quedar cojo.  

lunes, 18 de julio de 2011

Peligro en el escenario (1)



Siempre sentí inclinación por el baile. Fue así como durante  el bachillerato hice parte del grupo de danzas. Cursando el último año, fui invitado por la novia de un compañero a hacer parte de su grupo folclórico, que ya llevaba algunos años de presentaciones.

El desgaste era muy fuerte, porque además de ensayar para la ceremonia de clausura del colegio, hacía lo propio para el grupo, que también estaba invitado para un certamen académico que se efectuaría en el teatro Jorge Eliécer Gaitán.

Con el centro educativo teníamos montados bailes de nuestra cultura, como joropo, mapalé, pasillos y bambucos. Para la otra actividad, los temas eran internacionales: Jarabe Tapatío, danza rusa, bailes andinos y Mambo.

Tanto entrenamiento me hizo bajar cerca de cinco kilos y además por mi inolvidable constitución, llegue a pesar 49 kilos. Aún así el ánimo y la fuerza física para las  coreografías no fallaba.

Mi pareja en el grupo de danzas privado, era también delgada, lo que facilitaba un paso de Mambo que consistía en jalarla  por entre mis piernas, y tenerla firmemente agarrada de las manos hasta que saliera, diera un giro y se pusiera de pie.

La práctica hizo que tuviera calibrada la fuerza con la que debía tirar de mi compañera. No había problema.

Pero, si se presentó un inconveniente. El día de la presentación en el hermoso teatro de la carrera séptima con 23, mi pareja no llegó. Se intoxicó con una comida ingerida la noche anterior. La directora de la academia no puso problema y en reemplazo puso a otra integrante del grupo y ella a su vez asumió ese lugar.

Todo estuvo solucionado. Bailamos sin problemas, hasta que llegó el Mambo y segundos antes de ejecutar el paso que implicaba el uso de la fuerza física, presentí que algo saldría mal.

La chica estaba detrás. Movíamos todo el cuerpo al ritmo de Dámaso Pérez Prado y el Mambo Número Cinco, listos para que sonara su famoso grito, yo abriera las piernas, me agachara, extendiera las manos, tomará las de mi pareja y la jalara casi arrastrándola hasta el otro lado.

Solamente hasta ese instante evalué el peso de mi compañera de danza. Tenía unos diez kilos más de los que estaba acostumbrado a realizar para ese paso. Así que por obvia razones, debería casi triplicar mi fuerza para que la coreografía siguiera su curso.

Pérez Prado gritó, agarré las manos de mi gordita pareja, tire de ella con toda la energía posible, pasó  veloz por entre mis piernas y al dar el giro para ponerse de pie, su peso me ganó y la solté.

Salió veloz hacia uno de los lados del escenario y por las rojas cortinas desapareció. La risa del público me aturdió, no supe que hacer hasta que la directora, sin dejar de bailar, se acercó y susurró que saliera de escena bailando.

Lo hice. Cuando fui tras bambalinas a ver los resultados de mi actuación, allí estaban: Una chica con traje brillante que lloraba mientras se apretaba una cadera, varios danzantes consolándola y el novio de la directora del grupo muy serio con el siguiente comentario:

-          Imagínese si ese paso lo hubiéramos hecho de frente al público, su pareja habría caído del escenario y probablemente estaríamos lamentando una tragedia.

Aaaaaaaah…¡ugh!...Mambo..

martes, 12 de julio de 2011

Embarradas a papá


Por estos días recordé a mi viejo al cumplirse el octavo año de su fallecimiento. En ese rápido viaje al pasado vinieron algunas de las anécdotas que él vivió debido a mis continuos despegues a otros mundos.

Champú para los ojos

Era la época cuando los adolescentes cuidábamos con extremo cuidado nuestros largos cabellos. Champú, enjuague, secador eléctrico, cepillo redondo y media hora de peinado. Terminada la operación y orgullosos de parecer unos fósforos con la cabeza bien grande y extremadamente flacos, salíamos a deslumbrar chicas.

Cuando se acababa alguno de los insumos, acudíamos subrepticiamente a mis hermanas y tomábamos lo que nos hacía falta.

Cierto día, una de ellas olvidó su frasco de champú en el baño y aproveché para tomar un pequeña cantidad. No tenía en donde guardarla así que busqué un frasco pequeño y encontré uno de gotas oftálmicas. Boté  el líquido que había y envasé el champú.

A los pocos días mi papá necesitó las gotas, entró al baño y a los pocos segundos se escuchó un quejido, una acusación y un  nombre…"esta gracia es de Jhonny. Jhoooonyyy ……….."

Una trampa para papi

Siempre existirán divergencias entre hermanos. Mi rival fue Gabriel, un año mayor. Permanentemente, buscábamos hacernos alguna  maldad. Tendría unos 13 años y un gran aburrimiento porque él aprovechaba cualquier momento para lograr sus cometidos.

Pensé en alguna clase de venganza y de acuerdo a una historieta copié una trampa. Por fin mi hermano recibiría un castigo. Debería poner un balde con agua sobre una puerta entreabierta de tal forma que al abrirla, el afortunado se mojaría.

Pero no podía hacer esa trampa, porque era muy visible prepararla. Así que decidí adaptarla. En una talega de tela, en donde se echaba la ropa sucia, puse varios (muchos) pares de zapatos. Subí sobre una silla y una banquita y puse la bolsa en su lugar.

Emocionadísimo por la expectativa de ver lo que le pasaría a Gabriel, le grite para que entrara a nuestra habitación. A la tercera llamada, la puerta se movió, la bolsa cayó,  unos anteojos llegaron al piso y mi papá, igual que en las tiras cómicas, se desplomó por esos zapatos en su cabeza.

Jhooooonyyyyy………

Miope o despistado

Por un problema ocular, al viejo le taparon un ojo. Luego de llegar con mi mamá del oftalmólogo y almorzar, tenía que ir a realizar una diligencia. Así que me ordenó que le acompañara hasta la avenida Caracas con calle 34 para que le ayudara a parar el bus que era.

Caminamos las seis cuadras que nos distanciaban de esa importante vía, cruzamos y me repitió por enésima vez el destino del bus.

Extrañamente me fui de viaje a algún planeta, cuando oí la voz de mi padre:

- Creo que ese bus me sirve, ¿es el qué le dije?

- Si señor, precisamente ese te sirve. Chaoooo, me despedí y él se subió al transporte.

En la noche, llegó, lo esperábamos en el comedor para la cena, entró saludo, se acercó le dí el beso en la mejilla me miró con su ojo libre, y dijo:

-          Hola, tengo una duda y una preocupación: Cuando le dije que ese bus era el que me servía, usted ¿leyó o estaba despistado? Porque ese bus no era, entonces no se si llevarlo al oculista o darle un coscorrón por hacerse el pendejo…

Y pum, que la segunda opción le pareció la más viable. Ayayayyy


lunes, 4 de julio de 2011

La broma


Trabajaba en la Secretaría de Prensa. Salía a almorzar y por el camino hacia la puerta principal de la Casa de Nariño, asome mi cabeza en la importante oficina de Monitoreo. No había nadie. Allí graban los noticieros de radio y televisión más importantes del país, sintetizan las informaciones, si es el caso las escriben tal cual, para entregarlas al despacho del presidente.

Quería saludar a mi amigo, colega y jefe de la dependencia, Jairo Sandoval. Y en la soledad del lugar me causó curiosidad que su escritorio estuviera cubierto por un pliego de papel blanco, como protegiéndolo contra el ambiente. En la gran hoja estaban escritas unas frases. Me acerqué y leí:

-          “Prohibido tocar los documentos. Habrá sanción para el infractor”. A continuación estaba la firma del responsable.

Me causó intriga esa advertencia y salí intentado descifrar  el motivo por el cual Jairo redactaba el insólito cartel.

Alcancé a dar unos cuantos pasos por el pasillo del primer piso, cuando decidí hacer una pequeña y simpática broma. Regresé a mi oficina en la sección de radio, tomé un plumón de color rojo y me dirigí a Monitoreo.

Releí las dos frases, me imaginé la sonrisa de mi compañero en jefe, puse mi mano derecha sobre la hoja y justo al lado de la rúbrica, dibuje mi mano derecha, teñí varias veces el dibujo y en letras grandes escribí JAJA JAJA. Satisfecho con mi broma fui a almorzar.

Regresé y me dirigí a mi sección, radio, meditando sobre los temas que había que desarrollar. Así que lo de la broma se me olvidó. Estaba definiendo prioridades noticiosas, cuando ingresó uno de mis compañeros y  comentó que escuchó a Jairo Sandoval desde Monitoreo, hablando muy fuerte y exigiendo saber quien se había burlado de él.

Que falla. Me dirigí a esa oficina y tan solo con entrar sentí el ambiente extremadamente pesado.

-          Intente romper ese témpano: ¡Huyyy parece que están en meditación trascendental! ¿Y eso desde cuándo?   

Todos estaban en silencio. Jairo permanecía pálido. Sus cejas parecían querer juntarse, pero la arruga central de la frente estaba tan pronunciada que impedía que se tocarán.

-          Miré hermano, me dijo, no estamos para chistes. Alguien se burló de mí y seguro que usted reaccionaria de la misma forma. Como los compañeros tenían la costumbre de revolcar los documentos que dejo sobre el escritorio, decidí poner un cartel previniéndolos  que no lo hicieran, porque no soporto más el desorden que me hacen.

Continuó,

-          Escribí prohibiendo esa acción. Pero al regresar alguien hizo una afrenta inimaginable. Le muestro. Y extendió un pliego de papel blanco en donde sobresalía una mano roja y unos JAJA JAJA del mismo color. Estoy a la espera que el culpable tenga el valor de aceptar su culpa, agregó.

Mi reacción fue inmediata. Puse mi mano derecha sobre la roja silueta y le confesé que yo era el culpable. Jairo dio un brinco y de pie se desahogo:

-          ¿Usted?, peor, una persona ajena entra, se burla y se va dejando un chispero y un mal ambiente entre nosotros. Es el colmo que haya hecho eso. Estaba rojo de la ira, hablaba en voz muy alta (gritaba) y manoteaba sobre el gran papel.

Cuando se calló solamente atine a decir:

-          Jairo, no sabía el contexto por el cual escribió ese cartel. Lo que hice no fue nunca con el fin de desafiarlo ni de sembrar discordia. No contemplé los efectos de mi proceder.

Le presente las disculpas del caso a él y a los compañeros de Monitoreo. Al salir un suspiro general, deshizo el hielo.